EL ÁGUILA, EL CÓNDOR Y EL JAGUAR
Por: Jorge Elbaum
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os
conflictos y guerras impulsadas por Estados Unidos y la Unión Europea en
Ucrania, el Caribe y el Cercano Oriente, sumadas a las provocaciones llevadas a
cabo por Japón en el sudeste asiático, son el resultado de la descomposición
del orden instituido luego del fin de la Guerra Fría.
La
hegemonía unilateral, imaginada por los intelectuales orgánicos del capitalismo
neoliberal, apenas se sostuvo durante tres décadas. Los actuales gobernantes de
Occidente se formaron creyendo que su influencia y poder eran omnímodos y que
la historia había concluido. Donald Trump (foto), Emmanuel Macron,
Friedrich Merz, Keir Starmer irrumpieron en el escenario público conjeturando
que las disputas estructurales por el futuro global habían sido superadas.
La
vertiginosa irrupción económica y comercial de la República Popular China y el
orgullo soberano de la Federación Rusa obligaron al Occidente envanecido a
modificar sus certidumbres hegemónicas. Quienes insistían en presentarse como
herederos triunfantes de una superioridad civilizatoria, aparecen hoy como
dubitativos, frustrados y exasperados.
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| Así fue el territorio mexicano |
Estados
Unidos es el país más acostumbrado a idear casus belli para justificar sus intervenciones
militares. Todos los pretextos históricos utilizados por Washington han tenido
como común denominador la victimización propia y/o de poblaciones de terceros
países. Los atentados de falsa bandera, como el incidente del golfo de Tomkin en
1964 (que le permitió a Lyndon Johnson obtener la autorización del Congreso
para la invasión a Vietnam); las mentiras respecto a las armas de destrucción
masiva en Irak, y las actuales entelequias descabelladas sobre el Tren de
Aragua y el Cartel de los Soles son –y han sido– artificios
flagrantes para imponer su voluntad imperial. El investigador indio Achin
Vanaik compiló varios ensayos reunidos en el libro Cómo los Estados
Unidos venden la guerra. Los artículos describen las diferentes formas
de falacias, intimidaciones, extorsiones y guerras cognitivas utilizadas para
instituir un sentido común acorde a las necesidades de Washington.
Uno
de los antecedentes de la actual situación en el Caribe, en términos de los
recursos naturales, remite a la defensa del territorio mexicano impulsada por
el presidente Antonio López de Santa Anna, en 1836, cuando los esclavistas
sureños ocuparon la Misión de Valero, conocida como El Álamo, en la actual
ciudad de San Antonio. Esa defensa territorial de las fuerzas militares de
Santa Anna brindó el caricaturesco subterfugio para iniciar una guerra que
concluyó con el robo de casi la mitad del territorio mexicano: los actuales Estados de
Texas, California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México y partes de Colorado,
Wyoming, Kansas y Oklahoma. En esa porción territorial, birlada brutalmente a
México, se asienta el 60 por ciento de las reservas totales de hidrocarburos
(gas y petróleo). Cuatro de las siete cuencas de extracción más abundantes de
ese país se ubican en esas tierras robadas. La cuenca pérmica ubicada
en Texas y Nuevo México; la cuenca DJ Basin (Colorado, Wyoming
y Dakota del Sur); la cuenca de Haynesville Shale (Texas y Luisiana)
y la cuenca de Anadarko (Oklahoma y Texas).
Curiosamente,
muy poco tiempo después de la anexión de esas tierras, en agosto de 1859, se
inició el proceso de extracción industrial del petróleo, iniciándose la fiebre
del oro negro, que ubicó a los Estados escamoteados a México como meca de
peregrinación obligada. Las cuatro cuencas proveen, en la actualidad, más de la
mitad de los combustibles utilizados por Estados Unidos. Sin embargo, las
reservas que contienen se están reduciendo. Según diversas estimaciones de la
agencia American Oil and Gas, el hegemón norteamericano cuenta con
existencias para unos diez o quince años –como máximo– si sigue consumiendo al
ritmo actual.
Frente
a esta realidad, el arrogante excepcionalísimo estadounidense,
pretende imponer cuatro prescripciones básicas respecto a Caracas:
(a)
las reservas de hidrocarburos de la República Bolivariana no deben contribuir
al fortalecimiento de la economía venezolana;
(b)
dichos recursos naturales no pueden –de ninguna manera– contribuir al
desarrollo de los BRICS ni producir sinergias de cooperación virtuosas con
China;
(c)
no deben ser utilizados en ningún caso para implementar estrategias de
integración regional latinoamericano-caribeñas destinadas a la autonomía
energética, base de cualquier desarrollo industrial; y
(d)
las reservas deben convertirse en los stocks estratégicos estadounidenses. Para
lograr este último objetivo, se ha desplegado una serie de iniciativas que se
definen bajo el concepto de guerra híbrida [1].
Apetecidas cuencas petrolíferas en Venezuela
Dicho
dispositivo –en el caso de Venezuela– incluye el despliegue de tropas en el
Caribe, las ejecuciones extrajudiciales de presuntas mulas marítimas, la guerra
psicológica, la apelación al peligro del narcotráfico y la utilización
mediática de la escuálida Corina Machado. Para aumentar la presión y sumar al
lobby de AIPAC (Comité
de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel),
el secretario de Estado Marco Rubio ha señalado en Fox News –para sumar al
lobby de la derecha israelí– que milicias de Hezbolá se encuentran en Caracas y
que el chavismo le vende uranio a Hamás. A esta ofensiva se le suman las
actividades de la CIA al interior del territorio venezolano. La última semana,
el ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, Diosdado Cabello, detalló
los intentos de la CIA orientados a instalar falsos laboratorios de drogas en
zonas rurales para convencer al Capitolio de la necesidad de incrementar las
acciones militares. Las filtraciones divulgadas por la periodista Maureen
Tkacik en The American Prospect, respecto al programa de guerra
bacteriológica –con contaminación inducida de hepatitis, influenza, sarampión y
fiebre porcina–, se suman al conjunto de embestidas criminales planificadas por
el Departamento de Estado.
Los
planes destinados a imponer futuros casus belli incluyen
también la remanida justificación humanitaria, esgrimida para bombardear
Yugoslavia, Irak y Libia. Para instalar en la opinión pública la necesaria
“intervención por desastre y hambruna”, Washington divulga desde hace más de
seis décadas una situación caótica en La Habana. Repitiendo lo que ya fracasó
en Cuba, Trump también sueña con utilizar ese subterfugio. Todos esos intentos,
lejos de garantizar el sometimiento, pueden llegar a estimular –como lo sugirió
el presidente colombiano Gustavo Petro– el advenimiento de la ancestral
profecía andina: “El jaguar va a
despertar, si el águila dorada se atreve a atacar al cóndor”. <+>
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[1] En el contexto geopolítico global se ha introducido
el concepto de Guerra Mundial Híbrida
(GMH) para describir y analizar el conflicto multifacético actual, donde la
confrontación no se limita a lo militar, sino que incluye dimensiones económicas,
informativas y tecnológicas, a la vez que es clave ver cómo operan las
múltiples escalas en cada escenario, así como observar la nueva dinámica
multipolar. La narrativa predominante de una ‘Nueva Guerra Fría’ es criticada por
ser un concepto anacrónico e insuficiente para analizar la complejidad del
escenario actual. En esta narrativa, América Latina se presenta como un
‘territorio en disputa’, pero en realidad la contradicción central de la etapa
para la región es entre constituirse como un polo emergente con autonomía
relativa en un mundo multipolar o mantenerse como el “patio trasero” del
Occidente geopolítico en declive relativo. Esto abre otra perspectiva para
analizar como la GMH atraviesa a la
región.

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