sábado, 29 de agosto de 2020

HILDEBRANDT OPINA



LECTURAS INTERESANTES Nº 979
 LIMA - PUNO, PERÚ              28 AGOSTO 2020
OH LA IZQUIERDA PERUANA II
César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 504, 28AGO20
A
lfonso Barrantes y Javier Diez Canseco se odiaban. Barrantes era más amigo de Alan García, a quien le concedió la gracia de no ir a la segunda vuelta en 1985, que de la “izquierda unida” que decía representar. Y Javier, el honrado Javier, no toleraba que ese personaje provinciano y astuto que era Barrantes fuera el más reconocible y popular de aquel conglomerado. Cómo se odiaban estos dos personajes.
ALFONSO BARRANTES LINGAN
Qué cosas decía uno del otro.
Cuánto tenían que disimular en las actuaciones públicas.
De haber podido, los dos gran­des protagonistas del marxis­mo-leninismo de finales del siglo XX peruano se hubieran mandado fusilar y eso da una idea de qué era la izquierda en tiempos de bonanza: un ar­chipiélago de egos armados, una guerra de tribus.
Claro que esa mutua repug­nancia de Barrantes y Diez Canseco no le llegaba ni al peroné al asco que el trotskismo sentía por los moscovitas y chinos ni se podía comparar con el desprecio que mosco­vitas y chinos sentían por los trotskistas, esos locos de atar que seguían adorando a quien había muerto, con la cabeza abierta por un picahielos, en el México de los muralistas que suspiraban por Stalin.
Toda esa tormenta de pasiones y esa guerra civil de siglas y patrocinios ultramarinos se traducía, por supuesto, en la vocación fragmentaria que hizo posible que de un partido político salieran tres mo­léculas cismáticas y algunos tumores con ganas de llegar a tener su propio logotipo. Fue el festival cuántico de la izquierda peruana, el reconocimiento de que el marxismo-leninismo podía interpretarse de manera doméstica y personal Fue el caudillismo de banderas rojas y cotos de caza. Todos tenían la razón y todos descalificaban a sus rivales con los epítetos más hirientes: traidores, aliados de la burguesía, mascotas del imperialismo. Así como durante un tiempo estuvo de moda ser seriamente moscovita y tener cara de kremlin y mirada de lubianka, lo más popular en los años 70 del siglo que se fue era ser chino y amar a Mao hasta la baba. Y cuando el PC chino se dividió y Chiang Ching y su banda pasaron al arresto, lo más extravagante era ser albanés y mostrar un pin de Enver Hoxha, el líder posapocalíptico al que rendiría culto nuestro Saturnino Paredes y su “Bandera Roja”.
Supe que la izquierda peruana no tendría salida cuando se negó a hablar del gran acontecimiento de la última década de aquel siglo XX monstruoso: la caída del muro de Berlín (1989) y el desmoro­namiento inmediato del planeta URSS y sus di­versas lunas euroorientales. El comunismo, que postulaba ser la eternidad atea, la era insuperable que acabaría con todas las penurias, había durado poco más de 70 años (menos de la mitad de lo que había permanecido la democracia ateniense en la historia, menos que el Tahuantinsuyo de nuestra memoria).¿Se podía callar ante ese cataclismo? Es más, ¿podía uno hacerse el lo
JAVIER DIEZ CANSECO
co ante el hecho de que el régimen que debió durar para siempre había sido sustituido por el caos mafioso y la venta a bandidos del patrimonio estatal? ¿Se podía ser tan cínico?
Pues la izquierda peruana lo fue. Ante esa derrota colosal, no dijo nada sustancial. No se reunieron sus jefes a debatir qué hacer, qué proponer, qué admitir, qué rectificar, qué expiar. Su horizonte intelectual terminaba en el cercado de Lima, donde Fujimori, el canalla que habían ayudado a construir, empezaba a hacer de las suyas.
Lenin dijo un día que el comunismo era “el poder de los soviets más la electrificación del país”. Pues vino un día Hugo Chávez y produjo el socialismo de los hidrocarburos. Era como si un emirato gigan­tesco se hubiese pasado a las filas de la revolución y en los comienzos el comandante, al igual que su homólogo isleño, tuvo el encanto de la temeri­dad. Todos los que odiamos el conservadorismo vimos en Chávez una nueva versión del optimismo igualitario. Rico McPato había enloquecido y sus dineros fabulosos creaban viviendas, hospitales, carreteras mientras aliviaban, desde el internacio­nalismo proletario, la situación de algunos de sus aliados internacionales. Chávez era Engels a la N potencia. ¡Se podía ser rico y socialista en América!
Pero entonces llegó el cáncer y mandó parar tamaño experimento. La muerte del comandante dejó al desnudo la farra dineraria que había convertido a Venezuela en un suici­da experimento social. El socialismo del siglo XXI, basado en el precio del barril del crudo, llegó agonizante a la sala de urgencias de la sucesión. Y allí estaba el doctor Nicolás Maduro, el cirujano menos dotado de cuantos pudo nombrar el comandante, para operar al trágico paciente. Fue un de­sastre, una hemorragia mortal, una masacre machetera. El socialismo del siglo XXI había muerto y seguía gobernando. Era un zombi en Amé­rica y cinco millones de sus víctimas tuvieron que huir del país a buscarse la vida.
¿Hubo una reflexión de la izquier­da peruana sobre ese acontecimien­to? No. ¿La hubo sobre China, cuyas empresas estatales compraron minas peruanas que trataron a sus trabajadores como cualquier socio de la CONFIEP? ¿La hubo sobre Nicaragua, donde el antiguo sandinista Daniel Or­tega no ha dudado en abarse con la derecha nostál­gicamente somocista con tal de durar en el poder? Tampoco. Nada. Cero sinapsis. Cero transparencia.
No está para pensar la izquierda en el Perú. Está, más bien, para defender a la boyante derrama ma­gisterial, que el Movadef, la izquierda hidrofóbica, quisiera engullirse.
Y está para proponer lo de siempre: el asistencialismo de tinte peronista, la sacralización de todo lo que parezca popular, la defensa de la barbarie si es que esta procede de sus potenciales clientelas. Sin debate intelectual, sin metas que excedan el apetito electoral más próximo, sin grandeza de miras. Y sin sintaxis. La izquierda peruana ha renunciado a la cultura y vive del eslogan, de las ocurrencias que las redes sociales, reducidoras de cabezas, habrán de festejar. La izquierda peruana no podría producir una revista como “Amauta”. Lo que haría, si pudiera, sería comprar una cadena de radios y llenarla de propagandistas. La izquierda ya no necesita de siete ensayos para interpretar la realidad peruana. Le basta un meme. ▒▒

ROQUE BENAVIDES: CONTENTÍSIMO
DESPUÉS DE LEER LOS ARTÍCULOS
DE HILDEBRANDT SOBRE
LA IZQUIERDA


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RESPUESTA A CESAR HILDEBRANDT
Por Gustavo Espinoza M.
Cuando la semana pasada Cesar Hildebrandt escribió una extensa página referida a la Izquierda, supuse que se trataba de un hecho fortuito. Pensé que alguna mala pastilla le había estropeado el hígado y que, como resultas del mal, el leído periodista había incubado un exabrupto.
El que en su más reciente edición vuelva sobre el tema, con el mismo mensaje vitriólico que le conocemos, ya resulta preocupante. No tanto por su destino personal -que finalmente dependerá de su propia manera de encarar las cosas- sino sobre todo por su mensaje, que dice representar una voluntad que sistemáticamente desmiente: la indispensable identificación con la causa de los pueblos.
En verdad, desde la platea, los exponentes de la clase dominante han de haberlo aplaudido de pie, saludando sus imprecaciones contra el socialismo y sus exponentes. Vale la pena, entonces, reflexionar un poco en torno a ellas como una manera de responder al vértigo de palabras que nos depara el periodista.
Contrariamente a lo que sostiene, la Izquierda piensa. Si no pensara, se guiaría seguramente por Hildebrandt en sus Trece, y estaría maldiciendo a todos. Hablando mal de unos y de otros, denunciando a los que cantan y a los que bailan; a los que leen y a los que escriben; a los que ríen y a los que lloran. Y respondería tan sólo a sus reflejos hepáticos, maldiciendo intermitentemente a sus jueces. Pero así, no crecería, como supo crecer (la izquierda) en determinadas etapas de su historia.
Es verdad que en su honrosa historia, la izquierda ha cometido errores. Tuvo etapas solventes, como cuando encabezó la lucha de los trabajadores mineros del centro del Perú, en los años treinta del siglo pasado; o cuando levantó las banderas de la restauración democrática respaldando a Bustamante y Rivero, el 45; o cuando supo ver en el horizonte el inicio de un proceso transformador con Velasco Alvarado en los años setenta y se sumó a su apoyo sin pedir nada a cambio; o cuando se convirtió en una alternativa de gobierno y de poder, con las banderas de la Izquierda Unida a fines del pasado siglo.
En estas etapas, hubo periodistas -y otros- que se acercaron a nosotros, que colaboraron con nuestras publicaciones, y que nos invitaron a conversar con ellos en tribunas públicas. Eran otros tiempos, sin duda, y algunos de los que así actuaron, pensaron que a la sombra de nuestras luchas, algo podrían alcanzar, por lo menos en laudatorios reconocimientos formales. Los reveses del socialismo, finalmente los desalentaron, y optaron por creer solo en la estéril virtud de la negación y la protesta.
Y también es cierto que cometimos errores sobre todo en las últimas décadas, cuando algunas cúpulas partidistas se dejaron ganar por los anzuelos lanzados en su entorno. Allí asomaron posiciones electoreras y oportunistas, que muchos denunciamos, y esperamos corregir con el tiempo. Pero esos lastres no pesan tanto en nuestra conciencia como para que caigamos en la desesperación o el abandono.
Sabemos del peso de la clase dominante y somos conscientes que ella, es capaz de infiltrar, desorganizar y aún desorientar nuestras filas.

PARA RECORDAR
Recordamos por supuesto a ese argentino bueno, Aníbal Ponce. Él nos decía con soltura: “alentando en los unos la vanidad siempre despierta, aumentando en los otros la codicia nunca ahogada, la burguesía retiene aún entre sus manos algunos de los resortes del alma proletaria”. Nos hablaba así de una conciencia de clase que se adquiere en la lucha, y que se pierde cuando ella cesa, y cuando se imponen las tesis de “la concertación” y “el diálogo”, y se las cambia por la acción independiente y de clase.
Por ahí asoman nuestros retos y retardos, que procuramos encarar con paciencia y perseverancia, conscientes que vivimos aún en etapas previas a una convulsión social que asoma inexorable. Sabemos que, en la medida que maduren las cosas y que se eleva, como corresponde, la experiencia de las masas, ellas sabrán construir la herramienta que aún no hemos logrado forjar. Y en eso, también, somos leales a Lenin: “cada país, debe parir su movimiento”.
Objetivamente, aún no hemos alcanzado el alumbramiento indispensable, y los nueve meses de un embarazo rutinario parecen ser en el caso de nuestro movimiento, un periodo mucho más largo de lo previsto. Quizá ése, sea tan extenso que muchos de nosotros no alcanzaremos a ser actores de ese desenlace; pero él ocurrirá, pese a los turbios presagios de los pesimistas de siempre.
Nosotros –es bueno que se sepa- no nos desalentamos por las derrotas, ni arriamos banderas por los contrastes. Hemos nacido y crecido al calor de las expectativas de nuestro pueblo. Y por eso, más allá de reveses, incubamos con orgullo la esperanza viva.
Nos alienta el ejemplo de grandes hombres y mujeres que supieron de dignidad y de justicia, de valores y de lealtades, y que nunca se inclinaron, sino para rendir homenaje a las causas más justas de la humanidad entera. Vallejo, Neruda, Nazim Hikmet integran la mochila ideológica que contiene también las enseñanzas de Marx, Lenin, Mariátegui. Con esos referentes, no tenemos nada de qué arrepentirnos y nada de lo cual renegar.
César se proclama enemigo de todo: de la izquierda peruana, de sus líderes y representantes, de sus partidos y movimientos, de su obra intelectual y política, de sus expresiones y esfuerzos. Todo eso, es comprensible, y podría entenderse como la actitud de un ácrata honesto, incorruptible y enérgico, que blande su espada contra quienes se han equivocado con buena –o mala- intención. Pero no es así. Arremete con la misma ira contra lo que existió, y aún existe, en el mundo: Contra la Revolución Rusa, contra la Unión Soviética; contra China y contra Cuba; contra el proceso emancipador bolivariano, contra la Venezuela de hoy y Nicaragua. Y, por supuesto, contra cada una de las personas que representan esos movimientos. No se salva nadie. Todos, sin excepción, han claudicado, capitulado, o deshonrado su mensaje, traicionado a sus pueblos, y se han hecho merecedores de los calificativos más bajos. Su ruindad, no ha tenido límites.
Con esa actitud, olvidan del consejo del Amauta: “elevarse por encima de sentimientos e intereses negativos, destructores, nihilistas” se aleja del más elemental espíritu revolucionario, es decir, espíritu constructivo Quizá de él podría decirse: “El proletariado, lo mismo que la burguesía, tiene sus elementos disolventes, corrosivos, que inconscientemente trabajan por la disolución de su propia clase”
Ciertos periodistas -los que han cultivado su espíritu y escriben bellamente- pueden ser considerados verdaderos escritores y hasta poetas. Marx entendía que a ellos “había que dejarlos marchar libremente por la vida”; que no se les podía medir con el rasero de los otros hombres. “No había más remedio que mimarlos un poco si se quería que cantasen; con ellos, no valían las críticas severas”.
Si tomara en cuenta la voluntad de lucha de los revolucionarios, la consecuencia de quienes dieron sus vidas combatiendo por una misma causa, la firmeza espiritual y moral de quienes no se doblegan hoy porque cayeron algunas de sus fortalezas; César podría ser más objetivo y más justo, más legítimo y hasta más creador. En suma, podría crecer (políticamente, claro) y servir mejor la causa de su pueblo. (-)