DE GUSANO A CUCARACHA
TANTA
INDIGNIDAD TIENE PRECIO
Rodrigo Núñez Carvallo
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N |
o
contento con fabricar la amnistía para los violadores de derechos humanos,
torturadores y asesinos de humildes campesinos, estudiantes, sindicalistas,
ahora pretende hacer lo mismo con los tombos y militares que masacraron a la
población que protestaba contra Dina Boluarte. Crímenes horribles quedarán
impunes por obra y gracia de una rospulsiva cucaracha. Tanta indignidad no es
gratis. Allí hay una bolsa enorme de dinero, una chancha organizada por
Montesinos y la presidenta. Uno no pierde la reputación a perpetuidad por las
webas, negándose a sí mismo, haciendo tabla rasa de su pasado, echándose mierda
sobre la cabeza, sabiendo que va a entrar a la historia desde la infamia. Aquí
una radiografía de la cucaracha que alguna vez fue gusano, que escribí hace un
tiempo pero que recobra actualidad ante las tropelías de la sangrienta
blattodea, nombre científico de los especímenes que rondan cloacas y
desagües...
Lo
conozco de toda la vida. Estudió sociología en la Católica allá por los sesenta
e hizo sus primeros pininos en la política como militante de Vanguardia
Revolucionaria. Con el tiempo se convirtió en hombre de confianza de Javier
Diez Canseco, A decir verdad el Gusano, así lo llamaba toda la facultad, no
destacaba demasiado pero era un hombre disciplinado como una roca. Esas
virtudes lo llevaron a escalar en Vanguardia Revolucionaria y ponerse a órdenes
de su jefe en el frente minero, a órdenes de Javier. Se trataba de organizar
una serie de sindicatos alrededor de la refinería de la Oroya y los socavones
de la Cerro de Pasco Corporation. Exacerbar las contradicciones entre el
gobierno de Velasco y los sempiternos explotados, esa era la consigna, pero el
asunto se desbordó en la mina Cobriza en noviembre de 1971. El sindicato,
asesorado por jóvenes vanguardistas, cobró fuerza y la infame empresa incumplió
pactos y provocó a los mineros. Los ánimos se enardecieron. Un batallón de
sinchis al mando del teniente Góngora, arremetió contra la multitud que
protestaba delante de la mina, desatando una carnicería. Cientos de
sindicalistas, y muchas de sus esposas fueron masacrados. Pablo Inza, un joven
líder y secretario general murió tras un certero balazo en la cabeza y media
docena de dirigentes corrieron igual suerte tras las ráfagas. Velasco es un
reformista burgués sometido a la empresa imperialista, clamó el Gusano, en la
reunión de la célula convocada por Diez Canseco en La Oroya para evaluar la
situación. Una siniestra capa de polvo lunar cubrió las conciencias de clase, y
el movimiento minero ya no sería nunca el mismo tras la masacre. Y para colmo
Velasco expropió todas las instalaciones de la Cerro el primero de enero de
1974. Sin banderas no hay lucha…
Volví
a ver al Gusano a mediados de 1976. Yo buscaba trabajo y mi hermano que era
amigo de Diez Canseco, me avisó que estaban necesitando un corrector de pruebas
para una flamante revista. Se llamaba Amauta imitando el nombre de la famosa
publicación de Mariátegui, pero tenía poco de cultural. Era mas bien un
periódico de combate, un medio para expandir las luchas populares en un momento
en que Morales Bermúdez se encargaba de desmontar las reformas de su antecesor
y “combatía la insurgencia de las masas en medio de una profunda crisis
económica”, en palabras de Diez Canseco.
Fui a la cita y en el acto me pusieron a corregir galeras. ¿Sueldo? Dependerá de cómo nos vaya, al principio casi una propina. Pero como no tenía alternativa acepté sin chistar. Oscar Dancourt, el Piojo, era el director y el Gusano, cuándo no, oficiaba de secretario de redacción y comisario político. Qué diferencia entre la bonhomía de aquel joven economista y la grisácea antipatía que destilaba Rospigliosi, que se la pasaba escrutando textos ajenos como un censor, escribiendo artículos por encargo de su jefe y llevando y trayendo la línea política desde las alturas del partido.
La revista creció y el Gusano fue ganando poder e influencia por delegación. Ya firmaba con nombre propio, y velaba por la ortodoxia partidaria, cumpliendo con los encargos más secretos de Diez Canseco. Solo Maruja Barrig y yo evitábamos someternos a sus posturas y siempre con humor. A mí me miraba casi con odio, acusándome de anarcoide e inconformista. Esas eran sus palabras. Felizmente que sabía muy poco de política internacional y mis artículos no pasaban por sus manos.
En
1980 vino la hecatombe para la izquierda legal. La dispersión de los partidos y
sus magros resultados electorales determinaron el cierre intempestivo de
Amauta. No podíamos competir en esa triste coyuntura con Marka que se había
convertido en un diario de circulación nacional. Así que liamos papeles y
algunos nos fuimos al nuevo periódico gracias a las gestiones del Piojo
Dancourt que no quería dejarnos en la calle. Pero a Rospigliosi no lo quisieron
integrar. Generaba mucha desconfianza. Tenía fuerte anticuerpos entre los otros
partidos de izquierda que integraban el directorio y no le quedó más remedio
que hacer de tripas corazón. Renunció a Vanguardia, o quizás Diez Canseco
prescindió de sus servicios políticos. Lo más probable es que el líder perdiera
la confianza de su subalterno, y volvió a la Católica. Allí se matriculó en la
maestría de Ciencias Políticas y de la mano de Sinesio López y de Manuel
Piqueras fue adentrándose en los secretos de Hobbes y Machiavello, de Gramsci,
y Norberto Bobbio, al tiempo que escribía artículos para la revista Caretas, o
hacía alguna incursión por el IEP para ganarse unos reales. Seguro que no
fueron tiempos fáciles aunque su joven esposa, hija de un rector de San Marcos,
tenía un trabajo feliz en alguna organización no gubernamental.
Como
siempre, un hecho dramático vino a obrar como punto de quiebre en su vida. Un
accidente postró a su esposa en una cama hospitalaria durante meses y la
economía familiar se tambaleó. Quedó endeudadísimo. Necesitaba dinero pero además
alimentar su poderoso ego con acné recuperando el poder perdido. Pero ahora en
las antípodas de Diez Canseco.
En
aquellos tiempos de bombas y apagones la senderología fue una honrosa salida
para el desempleo. Además conocía el medio y la pluma lo ayudaba. Terminó de
editor de Caretas y desde allí alimentó su vocación de comisario. Entró en
contacto con agencias extranjeras y vendía sus servicios de consultor de
seguridad. Fue informante de la DEA a cambio de obtener primicias, y penetró en
las telarañas de los servicios de inteligencia, submundo que descuida la
entereza y fomenta los dobleces, y claro fue virando hacia posiciones cada vez
más conservadoras y autoritarias, mimetizándose con sus antiguos enemigos. Con
esos antecedentes se presentó ante un Toledo, que ya se perfilaba como el
candidato ganador en las elecciones del 2001. No perdió su tiempo. Fue vocero y
asesor de campaña y cuando el cholo de moral más que oxidable fue ungido en
Machu Picchu, el Gusano se cruzó el fajín como ministro de interior. A no dudar
se trataba de una revancha maestra. Diez Canseco apenas si era congresista de
una bancada minoritaria.
Por
entonces ya se declaraba abiertamente de derechas, e impuso un estilo represivo
en el ministerio, aunque sus principales funcionarios: Carlos Basombrío, Gino
Costa y Ricardo Valdez provenían de filas más bien caviares, lo que supuso no
pocos encontronazos. La intransigencia llevó al Gusano a enfrentarse al pueblo
arequipeño que se oponía a la privatización de dos empresas eléctricas, EGASA y
EGESUR. EL conflicto se saldó con dos manifestantes muertos por la policía,
decenas de heridos y millones de dólares en pérdidas y la renuncia del
ministro, claro está. A Toledo no le quedó más remedio que suspender la venta
de las eléctricas. Pero Rospigliosi no se fue a su casa, sino a las oficinas
del Consejo Nacional de Inteligencia, la antigua cueva de Montesinos donde fue
nombrado presidente. Allí parece que aprendió bastante e incrementó sus
contactos.
Un
año después volvió al ministerio pero tampoco duró mucho. Una coalición de
opositores y algunos oficialistas lograron censurarlo por su inacción durante
el linchamiento del alcalde de Ilave. Allí obtuvo el triste privilegio de
convertirse en el primer miembro de un gabinete en ser defenestrado tras el
retorno de la democracia. Su autoestima resultó mellada y se le cerraron muchas
puertas pero hubo otras que no demoraron en tocarse.
En
el 2005, según un cable de Wikileaks, el Gusano ya se había vuelto un caserito
de la embajada norteamericana. Se reunía periódicamente con los principales
consejeros del departamento de estado, y le pidió ayuda al mismísimo embajador
James Struble para frenar el avance electoral de Humala. El presunto objetivo
era contener el movimiento nacionalista en las regiones cocaleras. La
publicación dio cuenta de que Rospigliosi estaba acompañado por Rubén Vargas,
ex director de la Defensa Nacional y seguramente su socio en tales andanzas. El
embajador James C. Struble, rechazó implicarse "en campañas de información
o comentarios anti Humala" a pesar de compartir la inquietud de los
funcionarios peruanos. Así barajó la embajada las visitas de Rospigliosi.
La
sumisión al imperio poseía una arista pecuniaria. Todo tiene precio en el mundo
de la información de inteligencia y Rospigliosi lo sabe. Su patrimonio se había
incrementado violentamente desde que fue ministro. Pasó de vivir en una modesta
casa en las cercanías de lince, a detentar propiedades en exclusivos barrios
limeños y hasta en Miami. Incluso se construyó una linda casa de campo en Santa
Eulalia, un buen lugar para hacer reuniones fuera de la luz pública y para
ponerse a pensar en sus negocios turbios.
Estoy convencido de que en esos años pasó de ser peón a convertirse en agente encubierto de la Agencia Central de Inteligencia (NSA), ex CIA y de la DEA una de los dispositivos más corruptos de la administración norteamericana. Desplazado del poder durante el gobierno de Humala, el Gusano se refugió en el periodismo donde comenzó a fungir de “imparcial” periodista en temas cruciales de política. Ese es su último reducto, gracias a El Comercio y la República, diario famoso por sus miserables sueldos donde pulula de la mano de Mirko Lauer y Álvarez Rodrich. Poco antes se había infiltrado en las filas del partido de PPK y en los inicios de la campaña ofició de vocero, pero fue rápidamente expectorado tras la victoria del 2016. Cosechaba viejas antipatías y andaba en malas juntas. Se había vuelto inseparable de un agente cubano-americano llamado Mario Elgarresta, y dentro de la policía generaba resistencias. La cartera de interior recayó entonces en Carlos Basombrio, un hombre más potable y más higiénico. Al Gusano le ofrecieron la Dirección Nacional de Inteligencia pero fue vetado por el sector de Gilbert Violeta, que tenía también negras ambiciones. Luego le ofrecieron un puesto segundón en Anticorrupción de la Policía, pero no aceptó e hizo berrinche. Renunció al partido del cuy y le juró venganza a sus detractores.
El
misil de sus iras esta vez fue Carlos Basombrio, su antiguo amigo y socio en
alguna empresa de servicios de inteligencia. Cuestionó acremente su política de
seguridad en su columna de El Comercio y metió insidia como solo una lombriz
puede hacerlo. La respuesta de Basombrío en un twitter fue contundente: “Yo
solo conocía a un gusano que bajó a alacrán y de allí a la nada”. La asociación
entre ambos terminó abruptamente.
Del
izquierdismo primigenio no quedó nada. Lo demás es conocido. Le pagan por
defender mafiosos y narcos y cobra por asesorías a personajes siniestros. Pero
sobre todo tiene el privilegio de haberse convertido en el guía del pensamiento
Keiko, en factótum intelectual de la ultraderecha, en operador máximo del
lumpenaje ´político. ¿Es Rospigliosi un periodista? ¿Es un congresista? Es
simplemente un agente del mal, el ideólogo del Kaos, la ficha sucia del Comando Sur, el espía de oscuras
organizaciones: La Cia, hoy NSA, la DEA, el Mossad, el protector de
organizaciones como los Cuellos Blancos, los Waikis en la Sombra, la JNJ, el TC
y cuanta banda criminal ronda en las cimas del poder. En síntesis constituye la
imagen especular de Vladimiro Montesinos, con el cual se comunica desde los
teléfonos encriptados de la Base Naval. Sus opiniones y sus leyes a pedido
tienen precio, y ya no hay ideología de por medio. No, no pasaras por las aguas
limpias de la historia porque sólo eres una cucaracha mitológica que devora el
excremento que emana la política peruana. <->




















