ESTADOS UNIDOS Y SU GUERRA DE LOS ARANCELES.
¿POR QUÉ? ¿LO FAVORECERÁ O AL CONTRARIO?
Por Jorge Rendón
Vásquez
E |
l gobierno de Donald Trump de Estados
Unidos ha declarado una guerra de aranceles a casi todos los países del mundo
y, de la manera más hostil, contra China.
La primera explicación sería que, al subir
los aranceles a los bienes que importa, Estados Unidos buscaría que el aparato
productivo de este país los produzca. Activaría así su economía, aumentaría el
empleo nacional, haría subir las ganancias de sus empresarios y también, en
algo, incrementaría los ingresos tributarios. En el plano teórico, esta medida
sería una aplicación de la teoría del economista alemán del siglo XIX Friedrich Litz sobre la protección de la industria
nacional frente a la competencia de las mercancías de otros países cuyo ingreso
se debería evitar, según él, elevando los impuestos a la importación sobre la
base de la soberanía de cada país para legislar como lo deseen sus gobernantes.
Esta recomendación le vino bien a Alemania, sobre todo tras su unificación en
1870 y contribuyó a convertirla en la primera potencia industrial de Europa
continental. Aunque llevado más por el sentido común, el presidente de Estados Unidos
Alexander Hamilton había preconizado la misma fórmula para favorecer el
crecimiento de la industria de su entonces novísimo país.
Luego de la década del ochenta del siglo
pasado y como una prolongación del neoliberalismo, impulsado para reducir los alcances
del Estado de Bienestar y convertir una parte de los recursos para pagarlo en
ganancias empresariales, los ideólogos del capitalismo impusieron la
mundialización económica como un dogma consistente en la reducción, hasta donde
se pudiera, de las barreras limitativas del ingreso de las mercancías y los capitales
procedentes de otros países.
Uno de los países que más se benefició con la mundialización o globalización fue Estados Unidos, pero, contradictoriamente, no tanto para colocar sus mercancías en el exterior, sino para adquirir las mercancías de otros países a precios bajos y satisfacer las necesidades de su población que, en ese momento, se acercaba a los 230 millones de personas y tenía el ingreso per cápita más alto del mundo, un mercado enorme que podía absorber todo lo que se le ofreciera para la alegría de las cadenas de distribución y venta.
Por lo tanto, Estados Unidos importó más mercancías
que las que exportaba. Por ejemplo, en 2023, sus exportaciones llegaron a 2,019,542
millones de dólares, en tanto que sus importaciones alcanzaron 3,172,514
millones de dólares. Es decir, el valor de sus importaciones fue un 57% más que
el valor de sus exportaciones. Esta diferencia se pagaba con dólares en sus
formas de moneda fiduciaria y moneda escritural.
Los dólares fiduciarios consisten en
billetes impresos por la Reserva Federal de Estados Unidos con ciertas figuras,
signos y seguridades y son entregados al gobierno de Estados Unidos y a los
bancos para ser puestos en circulación. El costo real del soporte de algodón y
lino de cada billete y de su impresión es de unos 35 centavos de dólar, pero su
valor nominal, o capacidad de pago, es de 5, 10, 20, 50 y 100 dólares. Los
dólares escriturales son registros en las cuentas de los bancos,
correspondientes a estos y a los titulares de los depósitos y préstamos quienes
pueden pagar con ellos sus compras o adquirir dólares fiduciarios.
Por los acuerdos de Breton Woods de 1944,
el dólar fue admitido como la moneda de cambio internacional con un respaldo en
oro, o Patrón Oro, fijado en ese momento en 35 dólares la onza troy, oro que
los países tenedores de dólares podían recuperar de la Reserva Federal
entregando sus billetes. En 1971, el gobierno de Richard Nixon decidió suprimir
el Patrón Oro del dólar y vendió casi todo el oro guardado como reserva para
pagar los gastos que irrogaba la guerra de Vietnam. Por lo tanto, en adelante,
el dólar comenzó a valer solo por las sumas impresas en los billetes. Y todos
los que tenían dólares, dentro y fuera de los Estados Unidos, tuvieron que
aceptarlo. Más aún, se vieron obligados a creer firmemente que esos billetes
valían por sí mismos, como cualquier otro objeto que se tiene en propiedad, imbuyéndose
de la confianza de que con ellos, por los que habían dado sus activos en
cantidad igual a las sumas marcadas en los billetes, se podía comprar y pagar
cualquier cosa. Y era eso lo que los estrategas económicos de Estados Unidos
querían y esperaban. En 1974, tras la crisis del petróleo de 1973, el gobierno
de Estados Unidos convenció al gobierno de Arabia Saudita para firmar un
acuerdo por el cual las ventas de petróleo se deberían pagar en dólares. A este
acuerdo se añadieron otros países el Medio Oriente productores de petróleo, con
lo cual el dólar se generalizó en el mundo como la moneda con la cual deben
hacerse las transacciones internacionales. Obviamente, a Estados Unidos esta
aceptación le sirvió para pagar sus compras del exterior, y en particular sus
déficits de la balanza comercial, con sus billetes que no le costaban casi nada.
Ha llegado así a una situación en que cerca del 75% de los dólares emitidos por
la Reserva Federal circulan en el exterior, usándose en casi todos los países como
medios de cambio y atesoramiento, como si estuvieran dotados de valor por sí
mismos.
Otro dato a tenerse en cuenta para
comprender la política aranceleria del gobierno de Estados Unidos es el enorme
tamaño del Estado, cuya burocracia y gastos en servicios públicos no llegan a
financiarse totalmente con los ingresos provenientes de los tributos. Para
cubrir sus déficits tiene que acudir al crédito en la forma de bonos emitidos
por el gobierno que compran la Reserva Federal y el público nacional (en gran
parte los fondos de pensiones) o internacional (países como Japón, China y
otros). Estos bonos tienen, como regla general, una duración de 10 años y
reditúan hasta un 4% de interés al año. Son inversiones seguras, porque el
gobierno cumple con pagar los intereses y devuelve las sumas de dinero indicadas
en los bonos a su vencimiento. Año tras año el Estado de este país ha ido
incrementado su deuda pública que llega ahora a casi 37 billones de dólares,
una suma por la cual tiene que pagar cada año unos 1.48 billones de dólares por
intereses y 3.7 billones de dólares por la devolución del capital de los bonos
vencidos, o sea unos 5.18 billones de dólares. Es mucho dinero que los ingresos
presupuestarios no llegan a cubrir totalmente y obligan al Estado a tomar en
prestamo más dinero.
Se podría decir que la sociedad
norteamericana ha sido habituada a vivir gastando más de lo que gana y pagando
la diferencia con billetes sin respaldo y prestándose dinero. Y esta situación
se ha hecho casi irreversible.
¿Qué hacer, entonces? La fórmula
proteccionista de Friedrich Litz es ahora inaplicable. La situación del
comercio mundial ha cambiado mucho en relación a la del siglo XIX.
Como, ni el gobierno ni la sociedad de Estados Unidos están dispuestos a renunciar a las dos fuentes de recursos indicadas ni les sería posible hacerlo, solo aparece para ellos en perspectiva una devaluación del dólar que reduciría la deuda pública en cierto porcentaje según el menor valor real del dólar y que, además, podría abaratar las mercancías producidas en Estados Unidos para hacerlas más competitivas en el mercado internacional frente a las mercancías y servicios de otros países que resultarían encarecidas por los mayores aranceles. En otros términos, con la inflación proyectada, Estados Unidos podría matar dos pajaros con un solo tiro. El perjuicio para los poseedores de dólares en el extranjero, por la reducción de su valor real, sería un daño colateral, como se dice en las novelas de detectives.
El país más castigado con la elevación de
los aranceles de Estados Unidos es China, al que se los fueron subiendo hasta
totalizar ahora un 145% del precio de sus mercancías remitidas a este país. A
los demás países se les ha impuesto aranceles más bien bajos, equivalentes a un
10%, pero suspendidos por 90 días, para darles tiempo a sus representantes a
hacer el peregrinaje genuflexo a Washington.
Por un acuerdo comercial entre ambos
países, las importaciones por Estados Unidos de mercancías de China fue en 2023
equivalente al 7.3% del total. Una parte de estas mercancías son fabricadas en
China por empresas estadounidenses instaladas allí desde la apertura de China
al capitalismo y atraídas por la fuerza de trabajo barata y las ventajas
impositivas. Esa fuerza de trabajo se ha tecnificado hasta colocarse en el
nivel de los países más desarrollados de Occidente y, en ciertos rubros, en un
nivel superior. Son estas mercancías las afectadas por la reciente elevación de
los aranceles, en perjuicio no solo de sus fabricantes y de China, sino también
de los consumidores estadounidenses.
Para determinar ese impacto, tomemos como
referencia el costo de la fuerza de trabajo, tanto en China como en Estados
Unidos, representado por el salario minimo en ambos países que puede servir como
índice comparativo de las remuneraciones en todos los niveles.
Tomemos como ejemplo la laptop de Apple
MacBook-Pro que se fabrica en China y se vende al público en Estados Unidos a $
1,599. Como el costo de la fuerza del trabajo es el valor determinante del
precio de cada mercancía se puede tomar como referencia el valor del salario
mínimo en China y en Estados Unidos. El salario mínimo por hora en China es $ 3.60
dólares y en Estados Unidos $ 7.25.
Se puede decir, entonces, que $ 3.60
(salario mínimo en China) es a $ 1,599 (el precio de esta laptop en Estados
Unidos), como $ 7.25 (salario mínimo en Estados Unidos) es a x (el precio que
tendría esta laptop si se fabricara en Estados Unidos). Por lo tanto x sería $ 3,220.
Aplicando al precio de la laptop fabricada
en China, $ 1,599, un arancel de 145% al entrar a Estados Unidos, este arancel
sería igual a $ 2,318, suma que añadida al precio de la laptop haría que su
precio de venta fuera $ 3,917 o sea mucho más cara que si se fabricara en
Estados Unidos: $ 3,220.
Pero, con este precio, que es más del doble
del precio inicial $ 1,599, los potenciales compradores se retraerían y muchos
dejarían de adquirir esta laptop fabricada en Estados Unidos, a pesar de su
óptima calidad.
Con otras mercancías procedentes de China
ocurriría algo similar.
La solución para los fabricantes de estas
mercancías en los Estados Unidos sería abaratarlas. Pero, como no es posible
reducir los precios nominales de los insumos producidos en Estados Unidos ni
las remuneraciones de los trabajadores, la solución no podría ser otra que
devaluar el dólar mediante un proceso inflacionario que se llevaría a cabo
emitiendo más dinero que el necesario para el conjunto de los bienes y
servicios en el mercado. Esta devaluación implicaría la reducción del poder
adquisitivo real de las remuneraciones, que es lo que se estaría buscando.
Nominalmente, las remuneraciones seguirían siendo las mismas, pero su valor
adquisitivo se reduciría frente a los precios que aumentarían. ¿Lo soportarían
los trabajadores estadounidenses? Una generalización de este hecho empobrecería
a la sociedad norteamericana y haría perder dinero a las empresas extranjeras
establecidas en China imposibilitadas de vender sus productos en Estados
Unidos. La solución para estas empresas podría ser trasladarse de China a algún
otro país con salarios bajos que les confiera las mismas o mejores ventajas que
China, por ejemplo India, pero siempre que a esta se le limite los aranceles en
Estados Unidos a no más del 10%.
Sin embargo, siendo los precios de las mercancías fabricadas en China y otros países en vías de desarrollo tan ostensiblemente menores a las mercancías equivalentes fabricadas en Estados Unidos, la inflación en este país tendría que reducir el valor adquisitivo real del dólar a menos de la mitad de lo que es ahora, algo que resultaría distópico.
Como un efecto adicional, es posible que el
gobierno de China tenga que implementar ciertas medidas para sobreponerse con
serenidad a ese contratiempo, por un lado, mejorando su producción y
abaratándola, y, por otro, ampliando su mercado interior para comprender a los
cientos de millones de personas que viven en el campo y están aún bajo los
niveles de ingreso y consumo de las ciudades.
La elevación de los aranceles impuesta por
China, como represalia, a las mercancías estadounidenses, 125%, las encarecerá
y excluirá de este gran mercado, otro efecto perjudicial para Estados Unidos.
En definitiva, Estados Unidos podría entrar
en una crisis irremediable, en tanto que China podría incrementar su
desarrollo.
(Comentos, 11/4/2025)