PERÙ Y BOLIVIA: UNA HISTORIA Y UN PROPÒSITO COMÙN
Por: Guillermo
Vásquez Cuentas
Tomado de: Revista ALTIPLANIA Nº 13. NOV 2025
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S |
i hay en América dos repúblicas a las que pueda
reconocerse legítimamente como hermanas, esas son Perú y Bolivia. No admitir
esa tozuda realidad supone deficiencias o insuficiencias en la información
histórica sobre el origen y vida de ambas entidades políticas o –lo que es màs
grave- un clamoroso desconocimiento del pasado de esta parte del continente.
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| Puno fue integrante de la Intendencia y del obispado de La Paz, esto es, el Alto Perù |
Los ejemplos de esas actividades presentan gran variedad,
en las que acusaciones recíprocas de apropiación de objetos culturales van desde
la música, la gastronomía, costumbres, hasta las danzas.
En estas ultimas llama la atención –siempre como
ejemplo- que en el campo peruano altiplánico haya quienes insisten, a veces
hasta con inusitada virulencia, que la diablada (que en sus orígenes juleños se
danzaba con seguridad, acompañada de ritmos y melodías de sikuris) sea puneña,
es decir “peruana”. Mientras así lo dicen, con clamorosa incongruencia ejecutan
esa danza usando la variedad de sones de la tarantela italiana, que en el siglo
pasado fue introducida en Bolivia, por un músico italiano reorganizador de la
banda del ejército del país altoperuano. Esa reforma –que se mantiene hasta
ahora- fue hecha supuestamente para que sus danzantes adquieran brío y
movimientos ágiles con los ritmos relativamente rápidos ejecutados por sonoros
instrumentos de bronce, todo ello como bien lo dejó establecido el investigador
del tema, Américo Valencia.
De
otras danzas altoperuanas –tales como la Llamerada, Waca Waca, Callahuayo, Morenada,
Auqui Auqui y otras- puede decirse algo parecido, pues ellas surgieron y
desarrollaron en el amplio Alto Perú de antes y durante las época colonial, es
decir cuando no había Bolivia como Estado. Por tanto, pertenecen tanto a ellos
como a nosotros. Por cierto, esta afirmación no es extensible a otras danzas
que los puneños también bailamos, tales como Tundiques, Tuntunas, Sayas,
Caporales, Tinkus o Tobas, reputadas y reclamadas con justicia y puridad de
verdad como exclusivamente bolivianas.
No es difícil señalar como culpable de las actitudes anti
históricas antes anotadas, a la oligarquía burocrática encaramada en las
parcelas del poder político peruano, la que instrumentando propósitos non sancto, no hace mucho asumió el
triste papel de erradicar la asignatura de Historia del Perú del currículo
escolar. En el lado boliviano ha ocurrido algo similar. Bien harían ciertos
comentaristas de ese país recurrir a sus propios libros de historia.
En esa línea de consideraciones, debemos dejar claramente
sentado que por más de trecientos años los puneños fuimos parte de lo que en
época virreinal se conoció como el Alto Perú. Así fue debido a nuestra común
ubicación en la meseta collavina, ámbito geográfico dentro del cual, sin ningún
tipo de división territorial, compartimos la gestación de las auroras civilizatorias
de Pukara y Tiahuanaco, el desarrollo de la constelación de señoríos étnicos
collavinos, la afirmación de la unidad cultural durante el incario y la
colonia. Fue –por desgracia- el advenimiento de la república en el que se
produjo la división de lo que nunca debió dividirse.
Nunca será suficiente reiterar que la
desmembración del Alto Perú del histórico, total y amplio Perú fue producto de
acciones y omisiones que concluyeron con la fundación separada de las
repúblicas de Perú y Bolivia. La historia oficial, especialmente aquella que
aparece en los textos escolares, es aun distante de la verdad histórica y
distante de lo que siguen pensando los herederos de la mentalidad criolla que -en
su momento- se tradujo en hechos que resultaron funestos para la gran patria
peruana, y que Bolívar y Sucre se encargaron de hacerlos efectivos con el
propósito subyacente de cautelar los intereses geopolíticos de la llamada Gran
Colombia, a la que, en realidad, vinieron a resguardar. Les resultò fácil
porque contaron con la aquiescencia colaborativa de los aristócratas serviles
que dominaron, con prescindencia de representación indígena, la Asamblea de
Chuquisaca de 1825.
Mientras,
es también cierto que la desmembración y nacimiento de la republica de Bolivia
fue favorecida por el “entreguismo antipatriota de la clase política peruana en
tiempos de la dominación política por parte de dos colombianos”. A nuestros
primeros gobernantes republicanos “les interesó el dinero, no el cercenamiento
de la histórica heredad peruana”. El presidente La Mar a nombre de los peruanos
terminó reconociendo la creación de Bolivia mediante decreto de 18 de mayo 1825.
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| Nación Aimara en territorio de tres Estados |
Cierto
es también que tuvimos confrontaciones armadas, felizmente episódicas, y hasta
conductas deplorables en los avatares de la guerra de rapiña que Chile
instrumentó para despojarnos, a ambos países, de preciado espacio territorial.
Pero
sobre todo ello ostentamos comunidad de orígenes en antiquísimos tiempos,
historia compartida en el pre incario, incario y dominación colonial, épocas
que fueron modelando una cultura coincidente en múltiples aspectos; compartimos
en nuestros suelos partes significativas de la nación aimara, la que ha
brindado a través de su larga trayectoria, su fuerza nutriente a la
conformación de diversas expresiones culturales; tenemos al quechua como lengua
originaria mayoritaria en ambos Estados; compartimos las aguas de la gran
cuenca hidrográfica del Titicaca.
En
fin, pese al encono aislado y hasta ridículo de algunos de los nuestros y de
ellos, el pasado común nos une, y en esa unión se fortalece la identidad de
nuestras repúblicas genuinamente hermanas que deben acercarse para la forja de
un destino común en el mundo. Y en dirección a esa gran finalidad, debemos
aportar cada quien de acuerdo a sus capacidades y su lugar en la sociedad. <>


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