miércoles, 10 de diciembre de 2025

PARA INSTAURAR UNA TENDENCIA HISTORICA HACIA LA UNIDAD DE DOS REPUBLICAS

 PERÙ Y BOLIVIA: UNA HISTORIA Y UN PROPÒSITO COMÙN

Por: Guillermo Vásquez Cuentas

Tomado de: Revista ALTIPLANIA Nº 13. NOV 2025

S

i hay en América dos repúblicas a las que pueda reconocerse legítimamente como hermanas, esas son Perú y Bolivia. No admitir esa tozuda realidad supone deficiencias o insuficiencias en la información histórica sobre el origen y vida de ambas entidades políticas o –lo que es màs grave- un clamoroso desconocimiento del pasado de esta parte del continente.

Puno fue integrante de la Intendencia y del obispado de La Paz, esto es, el Alto Perù
Los vínculos de sangre, la amplia heredad socio cultural, las convicciones identitarias, en fin, los abundantes lazos comunes que vinculan estrechamente a los pueblos de las dos repúblicas desde tiempos remotos, no obtiene sin embargo en esos Estados unánime conformidad, ya que hay en ambos lados de la frontera, voces discordantes que llegan al encono, la diatriba, el señalamiento xenófobo que cada vez màs intensamente aparecen en los medios de comunicación, especialmente en las llamadas “redes sociales”.

Los ejemplos de esas actividades presentan gran variedad, en las que acusaciones recíprocas de apropiación de objetos culturales van desde la música, la gastronomía, costumbres, hasta las danzas.

En estas ultimas llama la atención –siempre como ejemplo- que en el campo peruano altiplánico haya quienes insisten, a veces hasta con inusitada virulencia, que la diablada (que en sus orígenes juleños se danzaba con seguridad, acompañada de ritmos y melodías de sikuris) sea puneña, es decir “peruana”. Mientras así lo dicen, con clamorosa incongruencia ejecutan esa danza usando la variedad de sones de la tarantela italiana, que en el siglo pasado fue introducida en Bolivia, por un músico italiano reorganizador de la banda del ejército del país altoperuano. Esa reforma –que se mantiene hasta ahora- fue hecha supuestamente para que sus danzantes adquieran brío y movimientos ágiles con los ritmos relativamente rápidos ejecutados por sonoros instrumentos de bronce, todo ello como bien lo dejó establecido el investigador del tema, Américo Valencia.

De otras danzas altoperuanas –tales como la Llamerada, Waca Waca, Callahuayo, Morenada, Auqui Auqui y otras- puede decirse algo parecido, pues ellas surgieron y desarrollaron en el amplio Alto Perú de antes y durante las época colonial, es decir cuando no había Bolivia como Estado. Por tanto, pertenecen tanto a ellos como a nosotros. Por cierto, esta afirmación no es extensible a otras danzas que los puneños también bailamos, tales como Tundiques, Tuntunas, Sayas, Caporales, Tinkus o Tobas, reputadas y reclamadas con justicia y puridad de verdad como exclusivamente bolivianas.

No es difícil señalar como culpable de las actitudes anti históricas antes anotadas, a la oligarquía burocrática encaramada en las parcelas del poder político peruano, la que instrumentando propósitos non sancto, no hace mucho asumió el triste papel de erradicar la asignatura de Historia del Perú del currículo escolar. En el lado boliviano ha ocurrido algo similar. Bien harían ciertos comentaristas de ese país recurrir a sus propios libros de historia.

En esa línea de consideraciones, debemos dejar claramente sentado que por más de trecientos años los puneños fuimos parte de lo que en época virreinal se conoció como el Alto Perú. Así fue debido a nuestra común ubicación en la meseta collavina, ámbito geográfico dentro del cual, sin ningún tipo de división territorial, compartimos la gestación de las auroras civilizatorias de Pukara y Tiahuanaco, el desarrollo de la constelación de señoríos étnicos collavinos, la afirmación de la unidad cultural durante el incario y la colonia. Fue –por desgracia- el advenimiento de la república en el que se produjo la división de lo que nunca debió dividirse.

Nunca será suficiente reiterar que la desmembración del Alto Perú del histórico, total y amplio Perú fue producto de acciones y omisiones que concluyeron con la fundación separada de las repúblicas de Perú y Bolivia. La historia oficial, especialmente aquella que aparece en los textos escolares, es aun distante de la verdad histórica y distante de lo que siguen pensando los herederos de la mentalidad criolla que -en su momento- se tradujo en hechos que resultaron funestos para la gran patria peruana, y que Bolívar y Sucre se encargaron de hacerlos efectivos con el propósito subyacente de cautelar los intereses geopolíticos de la llamada Gran Colombia, a la que, en realidad, vinieron a resguardar. Les resultò fácil porque contaron con la aquiescencia colaborativa de los aristócratas serviles que dominaron, con prescindencia de representación indígena, la Asamblea de Chuquisaca de 1825.

Mientras, es también cierto que la desmembración y nacimiento de la republica de Bolivia fue favorecida por el “entreguismo antipatriota de la clase política peruana en tiempos de la dominación política por parte de dos colombianos”. A nuestros primeros gobernantes republicanos “les interesó el dinero, no el cercenamiento de la histórica heredad peruana”. El presidente La Mar a nombre de los peruanos terminó reconociendo la creación de Bolivia mediante decreto de 18 de mayo 1825.

Nación Aimara en territorio de tres Estados
Los posteriores esfuerzos unificadores, especialmente el afán confederativo del Mariscal Santa Cruz, fracasaron o se diluyeron en medio del mar de traiciones y defecciones de algunos civiles y militares peruanos alentados por Chile, que siempre vio la reunificación como un peligro para su propia integridad y existencia.


Cierto es también que tuvimos confrontaciones armadas, felizmente episódicas, y hasta conductas deplorables en los avatares de la guerra de rapiña que Chile instrumentó para despojarnos, a ambos países, de preciado espacio territorial.

Pero sobre todo ello ostentamos comunidad de orígenes en antiquísimos tiempos, historia compartida en el pre incario, incario y dominación colonial, épocas que fueron modelando una cultura coincidente en múltiples aspectos; compartimos en nuestros suelos partes significativas de la nación aimara, la que ha brindado a través de su larga trayectoria, su fuerza nutriente a la conformación de diversas expresiones culturales; tenemos al quechua como lengua originaria mayoritaria en ambos Estados; compartimos las aguas de la gran cuenca hidrográfica del Titicaca.

En fin, pese al encono aislado y hasta ridículo de algunos de los nuestros y de ellos, el pasado común nos une, y en esa unión se fortalece la identidad de nuestras repúblicas genuinamente hermanas que deben acercarse para la forja de un destino común en el mundo. Y en dirección a esa gran finalidad, debemos aportar cada quien de acuerdo a sus capacidades y su lugar en la sociedad.  <>

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