EL DIABLO
¿SOLO UNA CUESTIÓN DE FE?
Jorge
Luis Arboleda
E |
l Diablo, Lucifer, Luzbel, o como se llame, es muy popular
en muchas expresiones danzarias que se presentan en festividades religiosas en América
Latina y muy especialmente las del altiplano peruano boliviano, en el que una
de sus coreografías más populares es “La Diablada”.
Así mismo, se le comercializa en innumerables best
sellers, canciones de moda, y hasta en la simbología de algunos grupos
rockeros. Además, es todo un galán de moda en el cine y la televisión (desde
“El Exorcista’ hasta “Mi amante el demonio”). Pero no sólo se populariza en las
fantasías de los Mass Media, su presencia también adquiere importancia
en los debates religiosos. ¿Qué hay detrás de ello?
Una victoria satánica
Hablar del Diablo se justifica por varias razones.
Para comenzar, si dirigimos la mirada al catolicismo, advertiremos que el
alicaído demonio, está, hablando figurativamente, en proceso de recuperación.
En los primeros años del cristianismo —y en especial durante la Edad Media—,
nadie dudaba de su existencia, y los cuernos de cabra, el cuerpo de hombre y
el rabo desvergonzado, no eran sino sus manifestaciones gráficas más benignas.
La modernidad, en cambio, convirtió al demonio en un “pobre diablo”. El cachudo
ancló progresivamente en la indiferencia, hasta el grado en que muy pocos se
atreven ahora a decir —sin que medie el pánico al ridículo— que el diablo, el
demonio, existe.
Pero las cosas están cambiando. El debate sobre “El
Maldito” ha revivido con inusitado furor. Por primera vez en muchos años, el
demonio sale, de las tinieblas, a la luz.
A finales del siglo pasado, nos llegó de Italia un
cable informando de un Congreso, al parecer impulsado por la Iglesia, en la
Universidad de Basilitaca. El tema: “El diablo: ¿realidad o modelo cultural?”.
Acudieron científicos, teólogos y hasta demonólogos —que de todo hay en este
mundo—, que se enfrascaron en encarnizados debates.
¿Conclusiones? El demonio existe. Lo que es más,
algunos apasionados acusaron al escéptico Giovanni Franzoni, autor de un libro
llamado “El Diablo, mi hermano”, de ser su cómplice. “Una negación tan firme
como la suya es la más hermosa victoria de Satanás”, dijo un opositor.
Pero esto sólo sucede en cuanto al debate religioso
“informal”. Las verdades “consagradas'’ del Catolicismo no entran en titubeos:
el Canon 1172 del nuevo Código de Derecho Canónico lo pone claro como el agua.
Según dice, el demonio aparece como “tentación”, o como “posesión” y, en este
último caso, hay un momento, tras la “investigación”, en que se puede determinar,
sin más. la presencia demoníaca.
Esta acuciosa lista, compuesta tanto de seres reales
como fantásticos, pero todos repulsivos y peligrosos para la afiebrada
imaginación medieval, fue recopilada por Umberto Eco, quien la pone en labios
de Adso de Melk, el narrador supuesto de “El nombre de la Rosa” al describir
las figuras del portal de la Iglesia de la abadía benedictina en que
transcurre su novela. Eco intenta así, y lo logra, darnos una idea del mundo
atormentado del medioevo, la era del oscurantismo y la ignorancia, y la Edad de
Oro del Demonio.
¿Qué es el diablo realmente?
¿Una treta para atemorizar a los incautos, o una
realidad psicológica de verdadera importancia? Según el antropólogo Fernando
Silva Santisteban, el demonio cambia con las épocas. Su etimología proviene
del griego Daimon, que significa el que sabe.
Paradójicamente, entre los griegos se trataba de un
genio divino al que se atribuía la mediación entre la conciencia y el
conocimiento. Con el cristianismo en cambio, que toma la idea griega, y la une
a las concepciones hebreas —en las que el conocimiento es tabú—, se vuelve la
personificación del mal, la contraparte del bien. La raíz griega que traía
consigo cierta racionalidad se pierde, y surge en su lugar la mística, la
creencia ciega.
Es en el Medioevo —cuando la Iglesia recurría al
temor para mantener la fe—, que se llega al colmo de esa irracionalidad. Se
afianza entonces una demonología — creada por Orígenes y por Dionisios el
Aereopagita—, que dividía a los espíritus en dos clases: ángeles y demonios. El
bestiario de Eco, es un buen ejemplo.
Lo curioso, sin embargo, según el Dr. Silva
Santisteban, es que todas las culturas tienen “sus” demonios. Para los hindúes
son los rakasas, para los griegos eran las arpías y las erimias,
para los pueblos germanos, los helfos y las walkirias.
Y en el mundo andino, como en otras culturas donde
las divinidades podían ser buenas o malas de acuerdo a las circunstancias, los demonios
más conocidos son el supay, el shapingo; el anchancho, muqui, sajjra, chinchillico y otros. Con la Conquista española, por cierto, todas las divinidades andinas se vuelven
demonios, la misma Conquista es una empresa que intenta “separar al hombre del
demonio”, lo que nos dice mucho de la manipulación interesada del término, a
lo largo de la historia.
Pero, en resumen, según el doctor Silva Santisteban,
el demonio es una noción cultural universal. Existe en todas partes, y
surge de la tendencia a dicotomizar o dividir el mundo en oposiciones
binarias. A lo bello se opone lo feo, y a lo bueno, lo malo. Y a Dios, por
supuesto, se le debe oponer el Demonio. Si se cree en Dios, se debe entonces
creer en el demonio. Mientras existan valores, nos dice, habrán
antivalores.
El demonio y el pecado
Para el Padre Felipe Zegarra, profesor de Teología
en la Universidad Católica, hay que despojar al demonio de fantasías. Debemos
luchar contra la imaginería colectiva de otras épocas, esas imágenes medievales
de los Íncubos, súcubos, etc. Hay que luchar contra todas las fantasías para
poder enfrentarnos contra el verdadero significado del Diablo: el dominio del
pecado y la tentación, personificados en la figura de Satán. Satán
significa el tentador, pero, en el sentido teológico más profundo,
la palabra señala la persistencia y la consistencia del pecado en el mundo.
Hay un pasaje bíblico en que se hace referencia
directa al diablo, y es cuando éste tienta a Jesús en el desierto (Marcos, Cap.
I vers. 13). Sin embargo, lo único que se registra del demonio, aún ahí, son
sus palabras, las cuales hacen mención a tres grandes fuerzas del mal: el
poder, la riqueza, y la vanagloria. Entonces, lo importante, según el
reverendo Zegarra, no es el tentador, sino las tentaciones.
Las Voces del Vaticano
El 24 de mayo del año 1989 en la Iglesia de San Miguel
en Italia, el Papa Juan Pablo II dijo públicamente que la lucha contra el
demonio aún persiste, porque él está vivo y operante en el mundo. La
revista jesuíta “Civilización Católica”, por su parte, se pronunció secundando
las palabras del Jefe de la Iglesia Católica: El cristiano que cree en el
demonio no es una persona a la que haya que remitir a un experto en psicología
con el fin de que lo libere de sus miedos y su angustia. La creencia cristiana en el demonio, es un acto de fe. <:>