viernes, 25 de agosto de 2023

HUMOR POLITICO EN LA COYUNTURA PERUANA: CARLIN, CHILLICO Y MECHCAIN

 








REFLEXIONES DE CESAR HILDEBRANDT

 DE DÒNDE VENGO

César Hildebrandt

Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” Nº 650, 25AGO23

P

ertenezco a una generación que ha visto todas las atlántidas, todas las pompeyas, todas las romas. Se nos cayó la estantería mientras fumábamos un pitillo. Se nos cayó la casa, el horizonte. Al futuro se le borró la cara.

Creimos en Cuba y de pronto, de un día para el otro, nos dimos cuenta de que el socialismo de las palmeras y las libertades era, en verdad, un gulag isleño. Si para que te crean necesitas de un garrote, ya no impor­ta qué digas ni cuántas horas emociones a tus oyentes. La rabia es que el asesinato moral de la revolución cubana fue festejado en Washington, esa guarida, y en Europa, esa casa de tolerancias.

Después vino Chile y el proyecto de un socialismo en de­mocracia cayó cuando la CIA y el ejército de Pinochet de­cidieron que sólo un escarmiento de asesinos liberaría al país del “cáncer marxista”. Esa experiencia nos dejó más huérfanos que nunca. ¿O sea que Fidel Castro tenía razón? ¿Habíamos sido imbéciles al imaginar que la derecha armada, que eso es el ejército, iba a permitir un cambio radical? Sí, lo habíamos sido. No había salida, pensamos. Si imponías el socia­lismo por el terror, eras Stalin. Si te ilusionabas pensando que la persuasión y el ejemplo bas­tarían, terminarías suicidándote en un palacio en llamas. La derecha no perdonaba y parte de la izquierda ni te entendía.

Juan Velasco intentó desna­turalizar al ejército, borrarle la identidad, desanclarlo del fon­do pantanoso. Fracasó al final y todo terminó en Morales Bermúdez, que a su vez terminó en Richter Prada y en los montone­ros entregados en Lima al gorilismo argentino. Los milicos peruanos volvieron a la normalidad y el septenato de Velasco se trató como una enfermedad institucional. Velasco fue borrado de la memoria castrense, pero el odio de la derecha lo inmortalizó.

Creimos en tantas cosas que casi nos da vergüenza enu­merarlas.

Creí en Felipe González y el PSOE y me salió una OTAN como buba y los GAL como pólvora y un líder que engordaba la cara y el bolsillo mientras aceptaba todas las alfalfas.

Creí en Javier Diez Canseco y vino el cáncer con su cara de cobrador coactivo. Creí menos en Alfonso Barrantes y también vino el cáncer para exigirle cuentas que no eran suyas. De la izquierda peruana no queda, por ahora, sino una brisa fétida: huele a caja desfalcada, a interés a rebatir, a obra dada a dedo. Huele a derrota y a Cerrón.

Había creído en Arguedas pero jamás imaginé -perdonen la torpeza- que la angustia lo devoraría y que un gatillo lo llevaría a la calma. Creí, en el colmo de la necesidad, en Vargas Llosa y miren lo que pasó: terminó pensando como su hijo Alvarito, que en realidad es hijo de Milton Friedman.

Vamos, lo diré de una vez: amé a Ho Chi Minh y a sus bravos cueveros, celebré los misiles rusos que derribaban aviones yanquis en el cielo de Vietnam. Nunca pensé que esa gesta terminaría en Bitel.

Creí en el mayo francés tanto como en la primavera de Praga y de ambos episodios el tiempo se encargó a su manera. De la promesa de la segunda revolución francesa, con Sartre a la cabeza, surgió una derecha experta en crisis y, más tarde, un Mitterrand descafeinado y cainita y, en el fotograma final, un Hollande de cartón y niebla. Lo que De Gaulle intentó levantar, la Francia del orgullo y la soberanía, es ahora el hoyo 18 del golf que se juega en el Masters de Augusta. Y los rebeldes de Checoslovaquia, los que lucharon con Dubcek en contra de las tropas del Pacto de Varsovia, han terminado en los suburbios de la OTAN y la Europa subalterna.

Y tendré que admitirlo: Alan García me dio la impresión de ser la promesa cumplida de Basadre. El Perú era posible, el Apra podía volver de su largo secuestro en un hotel de derechas. Lo que vino fue la leche Enci, las carnes dudosas, la inflación y los negocios con Zanatti. Y después, el BCCI, las mansiones y el robo descarado. Era un matrimonio gay: Tony Soprano y Bettino Craxi habían contraído nupcias. El padrino era un tal Graña.

Vengo de muchas decepciones y debo asistir al triunfo de lo que más detesto: la zafiedad, la ignorancia. El zapping me lleva a Willax y me digo: es Fox después de un derrame cerebral. Es el paraíso de la estupidez. Es la derecha en ver­sión del loco PoggL Es el país que moldeamos con bosta. Es el fujimorismo casi en plan borbónico. Es lo que merecemos.

Vengo de la desilusión, pero no estoy arrepentido. No cambiaría ni una sola de mis apuestas. No renunciaría a nin­guna de mis ilusiones. Ni siquiera a las que aún conservo. ▒▒

PARA LA HISTORIA GENERAL DE PUNO

 PUNO DURANTE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DEL PERÚ (1809 – 1824)

Néstor Pilco Contreras

En: Riqch’ariy Vol. 2, Nro. 2, 2023, pp. 37

Resumen

El bicentenario  es  una  oportunidad  no  solo  para  conmemorar  la  Independencia  de  nuestro país, sino también, para visibilizar los diversos actores de la guerra civil de la Independencia del Perú y descentralizar las narrativas desde las regiones. El presente estudio describe y analiza la participación puneña en la guerra por la Independencia del Perú, que para el caso del Sur Andino fue un proceso largo y complejo. Algunos historiadores refieren que inició, incluso, con la rebelión de Tupac Amaru en Cusco en 1780, se intensificó con las juntas autonomistas de La Paz y Chuquisaca en 1809, además de la rebelión del Cusco de 1814; este periodo fue el más convulsivo y sanguinario en el altiplano. La presencia del virrey La Serna en el sur constitucional y la batalla de Zepita en 1823 demandaron levas y exacciones a la población puneña, que al fin pro-clamó y juró su independencia recién en diciembre de 1824.  Palabras clave: Independencia, historia, guerra civil, Puno.

Introducción

Durante el proceso de Independencia del Perú, el altiplano puneño fue anfitrión de múltiples batallas por la autonomía y la libertad, fueron quince años de guerra, un conjunto de acciones conflictivas y de enfrentamientos, las mismas que demandaron el empleo de muchos recursos humanos y económicos. Este ciclo revolucionario tuvo dos periodos bien definidos, el primero abarcó entre 1809 y 1817 caracterizado por ser insurgente y violento, tuvo una activa participación de mestizos, criollos e indígenas principalmente; mientras, el segundo periodo que comprendió de 1820 a 1824 caracterizándose por una mayor presencia realista a razón del establecimiento del virrey La Serna en el Cusco y la batalla de Zepita en 1823.

La población se movilizó y el escenario puneño vibró cuando José Manuel de Goyeneche hizo su ingresó al mando de un contingente militar en 1809, con la finalidad de sofocar las juntas de gobierno autonomista de La Paz y Chuquisaca, desde aquel momento el estado de guerra fue una forma de hacer política en los pueblos altiplánicos (Escanilla, 2018), acentuándose con las batallas de Umachiri (1815) y Zepita (1823). En este marco, las lealtades e intereses de los caciques y grupos locales fueron divergentes; por parte de los realistas destaca la actuación de José Manuel Choquehuanca, cacique de Azángaro, con su cuerpo de milicias “Patricios de Asillo”, luego llamado “Rio de la Plata”; mientras, como caudillos independentistas resaltan Vicente Carreri, Cipriano Oblitas, Esteban Catacora, Leandro Bustios, entre otros que emprendieron una guerra de guerrillas.

Desde agosto de 1821 con la presencia del virrey La Serna, primero en Cusco y luego en la Ciudad Lacustre, la situación social y económica de Puno se precarizó, la presencia de numerosas  tropas  realistas y patriotas demandaron  contribuciones forzosas (en  especies y dinero) e innumerables levas de indígenas; muchos patriotas fueron encarcelados en la isla Esteves y otros tantos tuvieron que abandonar sus propiedades y bienes para refugiarse en diferentes latitudes de América Latina insurgente. En fin, recién en diciembre de 1824, al conocer la victoria patriota en los campos de Quinua (Ayacucho) y liberados de la isla Esteves, bajo el mando de Rudecindo Alvarado se proclamó y juró la Independencia en Puno.

La investigación es de tipo cualitativo, estudio documental que permite analizar el proceso de la Independencia del Perú desde la mirada de las regiones, centrado en los diversos episodios bélicos protagonizados tanto por patriotas como realistas en el escenario del alti-plano; examina el rol emprendido de los diversos grupos sociales puneños, principalmente de los caciques. Presenta diacrónicamente los sucesos de las juntas de gobierno de 1809 y las expediciones argentinas al Alto Perú, la rebelión del Cusco de 1814 y la presencia de La Ser-na y la batalla de Zepita. Para la obtención de datos se ha trabajado con fichas bibliográficas, además de la comparación  de  fuentes que existen en el Archivo  Regional de Puno (ARP),  principalmente; así como en el Archivo General de la Nación (AGN) y el Archivo General de la Nación Argentina (AGNA). El artículo examina fuentes descriptivas, interpretativas y analíticas con un enfoque teórico metodológico.

Puno entre las juntas de gobierno de 1809 y las expediciones argentinas al Alto Perú. 

Informado el virrey peruano Fernando de Abascal sobre la formación de las juntas autonomistas de 1809 en Chuquisaca y La Paz, ordenó al coronel José Manuel de Goyeneche ocupar Puno. Este último organizó la tropa en el Cusco −seis compañías con 800 hombres y 100 artilleros− y se dirigió a Puno y Desaguadero. La violencia y el miedo se instalaron nuevamente en los pueblos sur peruanos, después de treinta años de aparente paz y tranquilidad. El fantasma de la rebelión de Túpac Amaru se reactivaba. Desde aquel año se instaló en el altiplano puneño una guerra de guerrillas que duró hasta 1818, generando en la población puneña actos ambivalentes  de  patriotismo y realismo, aparte de una aguda crisis económica  (Huanca  &  Pilco, 2021).

La participación de los pueblos sureños del Perú fue vital en los sucesos del Alto Perú, “el despliegue de tanta fuerza militar de las principales ciudades del sur del virreinato del Perú es parte fundamental del periodo de  las  juntas”  (Barragán,  2013,  p.  259).  Estas incursiones militares demandaron muchos recursos.  En 1823,  tres  alcaldes  “constitucionales”  del  norte  de Puno, agobiados por las múltiples obligaciones militares impuestas por el ejército realista, presentaron un memorial al entonces intendente de Puno, Tadeo Joaquín de Gárate, bajo los términos siguientes: “Que hace más de catorce años poco más o menos que hemos sufrido las más estrechas fatigas en despachar casi cotidianamente las tropas que transitan por estos lugares”2]

Tradicionalmente se pensaba que en el Perú las guerras de Independencia se habían iniciado con el desembarco de las tropas de San Martín en la costa peruana en setiembre de 1820. Sin embargo, las nuevas investigaciones van proponiendo una nueva cronología al respecto (Escanilla, 2018). En efecto, la tradición historiográfica peruana ha considerado la pro-clama realizada por San Martín el 28 de julio de 1821 como base para conmemorar el bicentenario de la Independencia, sin tomar en cuenta que las guerras de Independencia tuvieron como escenario principal al Sur Andino y que se habían iniciado mucho más antes. Además, esta “no fue una guerra de grandes batallas, sino que más bien estuvo constituida por cientos de combates en los que pelearon pequeños grupos de hombres” (Escanilla, 2018, p. 125), lo que dio pie a una guerra civil donde cada integrante del virreinato defendía la bandera patriota o realista según sus intereses personales o de grupo.

Goyeneche estableció su cuartel general en el pueblo de Zepita, en la otra banda del río Desaguadero, desde donde dirigió todas sus acciones contra los insurgentes desde 1809 hasta 1813. El 25 de setiembre de 1809, desde la villa de Puno, Goyeneche envía una carta y dos emisarios −el teniente coronel Mariano Campero y el coronel D. Pablo Astete− a la junta de La Paz. En la mencionada esquela invoca a los miembros de la junta “se retiren como pacíficos honrrados becinos (sic) a sus casas a disfrutar de la dulce tranquilidad de sus familias”3]. Al mismo tiempo advierte que: 

Respetables fuerzas militares sujetas a mi jurisdicción, y considerablemente aumenta-das con otras de las provincias de este ordenado virreinato, que por disposición de su superior jefe se hallan hoy a mis órdenes abundantes de disciplina, armas y subordina-ción, con oficiales y jefes escogidos, y llenos de un honor y buena voluntad sin exemplo y últimamente disciplinados para hacerse obedecer y respetar. (AGNA, 1809)

El interés de las autoridades locales puneñas por conocer lo que sucedía en el Alto Perú fue permanente. En estas circunstancias, en octubre de 1810, el subdelegado de Chucuito, Tadeo Joaquín de Gárate, comandante militar designado por el presidente comandante general Goyeneche, señala que estando en el pueblo de Zepita,  luego de  despachar a los 100 hombres bajo el mando del capitán Teodoro Martínez del Campo a la ciudad de La Paz y situar los 50 hombres destinados para los destacamentos de Desaguadero y Tiquina, tuvo una conversación con el cura Don José María Aperrigue sobre la aparente desorganización del virreinato de Buenos Aires y que “la seducción por parte de los insurgentes era tan viva y activa que recelaba se filtrase en los pueblos sanos” del Perú (Huanca & Pilco, 2021a).

Con estas preocupaciones se trasladó a Desaguadero en espera de  alguna  noticia.  En la noche del 2 de octubre se encontró con el conductor de correos Pedro Barriga, natural de Chuquisaca, quien estaba yendo al Cusco. Tuvieron una conversación por insistencia de Tadeo Gárate y, debido a su antigua amistad, Barriga le confesó lo siguiente respecto a los sucesos en el Alto Perú:

Que los porteños ya están en el Bolcan, que la fuerza que trayen era mucha y gente aguerrida, que traían muchas armas y aun posteriormente habían recibido de BS AS tres mil fusiles empaquetados qe su artillería era como de sesenta piezas de calibres de diez y ocho a más [...] la fuerza era insuperable que no había quien les resistiese, así porque las tropas de Tupiza no eran más que quatrocientas y la demás gente de puñete, como porque todos los pueblos interiores estaban por la buena causa de los ynsurgentes y que estos venían a favor de nosotros especialmente los criollos (ARP, 1810, f. 09).

Este tipo  de  informaciones  extraoficiales  abundaron  en  el  altiplano;  al  margen  de  su  veracidad  o  falsedad,  un  mes  después  las  tropas  auxiliares  de  la  junta  porteña  lograron  un  triunfo en la batalla de Suipacha. Además, Gárate agrega que el señor Barriga estaba tan entusiasmado con el “detestable sistema de los porteños”, que −según su narración− “el designio de los porteños era ir conquistando hasta Lima y que contaban con todos los habitantes de este Virreinato como que ellos no venían haciendo perjuicio alguno, sino por la buena causa, de que ya era tiempo de que mandásemos nosotros” (ARP, 1810, f. 09).

En una situación de guerra civil como fue la Independencia del Perú, las lealtades e intereses de los grupos locales fueron divergentes ¿Qué motivaba a un indio, un cacique del altiplano a dar la vida en una batalla por la “Patria” o por su “Rey”? Son muchas las razones, no todos los actores sociales eran arrastrados por la fuerza para integrar los regimientos. Las nuevas corrientes historiográficas, no solamente se concentran en analizar el rol de los precursores y héroes de la independencia sino, sobre todo; de conocer los ideales de una mujer, un montonero, un indígena, un artesano, un militar, un impresor, un cacique, entre otros individuos. Uno de ellos, los caciques, como miembros de la élite andina, tuvieron bastante poder como para influir en sus ayllus, pero la postura de estos fue disímil; unos defendían la causa patriota y otros la causa realista.

Nicolás Calisaya (sobrino del capitán del ejército Andrés Calisaya de Tiquillaca), Fernando Aza y Diego Colquehuanca, vecinos de Puno e indios nobles descendientes de caciques, apenas tuvieron la presencia de Goyeneche en Puno, juraron su vasallaje al rey y dieron donativos consistentes en 25 pesos en plata, 20 cargas de chuño, 7 cargas de papa y 5 chalonas. Además, solicitaron a Goyeneche ser admitidos en la expedición a costa de su peculio.

Suplicamos a V.S. muy ilustre se digne admitirnos en su real expedición pues queremos ir a expensas nuestras sin grabar en cosa alguna al Real Erario, siquiera con el empleo de alcanzar agua a los señores oficiales y ayudar los equipajes [...] bajo el bien entendido que en los lances mayores de Batalla que se ofrezcan también sabremos como en la pasada rebelión manifestar el resto de nuestras fuerzas hasta rendir la vida en defensa de nuestra ley y Rey (ARP, 1809, 09).

Los caciques fidelistas que más protagonismo tuvieron, sin duda, fueron el cusqueño Mateo Pumacahua y el azangarino José Manuel  Choquehuanca.  Este último era nieto de Diego Choquehuanca, cacique propietario de Hanansaya en Azángaro y coronel de milicias naturales del mismo pueblo, denominadas “Patricios de Asillo”, luego llamado “Río de la Plata”. El 26 de agosto de 1811, por decreto del virrey, los miembros de la Real Hacienda de Lima remitieron por correo a Puno “un cajoncito precintado con dos banderas para que las entregue al cacique gobernador de Azángaro Don José Manuel Choquehuanca, coronel del cuerpo de naturales nominado del Río de la Plata”(ARP, 1811, 046). La actuación del cacique Choquehuanca fue importante en la pacificación de los rebeldes en el Alto Perú.

El cacique José Manuel Choquehuanca, hijo del teniente coronel Don Blaz Choquehuanca, el 22 de abril de 1811 fue nombrado coronel provincial de los naturales de Azángaro por Don Pedro Benavente, coronel de dragones de dicho partido. Con ese cargo, fiel a la causa realista, sostiene:

Mandé juntar a son de caja a todos los Naturales de mi gobierno quienes como leales y constantes tributarios que saben servir en medio de sus desdichas al Rey y a los Superiores y aunque estos por la novedad se vieron sorprehendidos pero como entendiesen por tantas y tan diferentes oraciones que les hice en su propio idioma4.

También señala que tiene “trece compañías de a cien hombres en el término de cinco días con el deseo de hacer lo mismo con los de los Pueblos de Asillo” (AGN, 1811). Debido a la tradición familiar realista –dice: “mi abuelo Diego Choquehuanca fue Capitán de todo el Reyno del Perú”– y los servicios prestados, solicita al virrey del Perú que le otorgue dos banderas, ascenso en el cargo y otros privilegios. Efectivamente desde Lima, en junio de 1811, acceden a su petición.

Sirva concederles y enviarles a costa de la Real Hazienda las Banderas con las Armas del Rey, y en los ángulos de ellas los Retratos de Santiago y el de Nuestra Señora de la Asunta según lo solicitan: que los oficiales vistan por Uniforme casaca, chaleco, y Pantalón azul con cuello vuelta y solapa encarnada y media bota, y que los soldados se sirvan de las lanzas como más propio que las hondas y garrotes = Me parece oportuno que desde luego se sirva V.E. librar el título de Coronel con denominación del Rio de la Plata al Expresado Don Manuel José Choquehuanca previniéndole que remita desde luego las relaciones de los Gefes Oficiales que nombre para veinte compañías respecto a que tiene ya trece de a cien hombres cada una que estas sean de quatro oficiales cinco sargentos y doce Cabos, y los restantes soldados 5].

El cacique fiel de Azángaro, luego de su destacada campaña en el Alto Perú y posterior declaración de la Independencia del Perú en 1821, se asentó en su pueblo natal dedicado a la administración de su hacienda Picotani. Sin embargo, el 15 de agosto de 1825, en la fiesta de la virgen de Asunción en Azángaro, armó un bochornoso incidente: lanzó vivas al rey Fernando VII, demostrando su amor intacto a la causa realista.

De  otro  lado,  uno  de  los  caciques  embanderados  por  la  causa  independentista  fue  Esteban Catacora Carbajal cacique de Acora (Chucuito). Este personaje en junio de 1802 inicia sus acciones reivindicatorias, al protestar contra la mita y los tributos, por ese motivo, por orden del subdelegado de Chucuito, Miguel Echenique, fue desterrado cuatro leguas fuera del pueblo y por un tiempo de cuatro meses, además quedó separado de todos los cargos que ocupaba. Años después, en 1809 estuvo comprometido con la junta tuitiva de La Paz, en 1814 fue nombrado teniente coronel y comandante de caballería del ejército del general Pinelo y participó de la toma de la ciudad de La Paz, en 1823 apoyó como espía y abasteció con víveres a las tropas de Andrés de Santa Cruz y en 1825 fue nombrado comandante de guerrillas de Chucuito primero por Rudecindo Alvarado y luego ratificado por Simón Bolívar.

La labor desplegada de estas autoridades locales (caciques) y las milicias indígenas fue vital en los desenlaces de las guerras en el Alto Perú. Luego del triunfo patriota en la batalla de Suipacha (7 de noviembre de 1810), las tropas de Castelli fortalecían la alianza con los grupos locales, al tiempo que se emitían proclamas, inclusive en quechua, a los indios del virreinato del Perú. La propaganda y desfiles, como el acto de Tiahuanaco, fueron constantes. Por su parte, el ejército de Goyeneche, situado en la otra banda del Titicaca, “también dispuso una imponente parada militar en honor del monarca, que se celebró en el campamento de Zepita” (Wasserman, 2013, p. 295). Concluidos los actos de demostración bélica y vulnerado el armisticio de ambos ejércitos, se produjo la batalla de Guaqui el 20 de junio de 1811, con la derrota del ejército auxiliar  y  combinado.  Nuevamente las fuerzas virreinales volvieron  a  ocupar el Alto Perú.

 El estado de rebeldía de la población indígena en el Alto Perú no cesó con la derrota de Guaqui; al contrario, tuvo una larga duración mediante la “guerra de guerrillas”. El arriero puneño Juan Santos Días, alias el “Cochabambino”, señala que cuando estuvo en Oruro, realizando servicio al ejército real, se aprestó a retornar a Puno con 18 mulas, con pasaporte otorgado el 27 de julio de 1811 por Fermín de Piérola, coronel del regimiento de infantería de Urubamba y comandante de la segunda división de vanguardia del ejército de observación del Alto Perú, en el trayecto fue “sorprendido en el alto de la Paz por los ynsurgentes de cuya tiranía pude salvar mi vida por caminos extraviados dejando las referidas mulas y varios intereses mios” (ARP, 1810, 08).

Con posterioridad a los sucesos de Suipacha y Guaqui, hubo varios enfrentamientos en el Alto Perú entre los patriotas y realistas, donde la población indígena de Puno, organizada en cuerpo de milicias naturales, tuvo destacada participación. Todas estas acciones militares ocasionaron un descenso demográfico y migraciones de la población puneña, por ejemplo, en 1819 el subdelegado de Carabaya, Manuel Antonio de Gómez afirma: “no asoman por acá me aseguran que de ellos han casado muchos en las intendencias de Salta, Chuquisaca, Cochabamba, Paz, Arequipa y Cusco, aquí no asoman porque no les dejo vivir” (ARP, 1819, 045). Asimismo, el subdelegado de Azángaro, Juan Bautista Morales, comunica: “el jefe del ejército del Alto Perú pide generosidad con que ha meditado auxiliar a los inválidos, madres y viudas de los que murieron en la campaña de Jujuy y Salta el año pasado de 1817” (ARP, 1819).

 

Puno durante la rebelión del Cusco de 1814

En los primeros días de agosto de 1814, en la ciudad de Cusco se produjo un levanta-miento criollo-mestizo bajo ideales independentistas, las autoridades coloniales del Audiencia del Cusco, fueron depuestos y en primera instancia José Angulo asumió el cargo de jefe máximo de la revolución, en calidad de presidente de la junta de autogobierno y capitán general de las armas de la patria de las provincias de Cusco, Puno, Huamanga y La Paz. Poco después se sumó a este proyecto el renegado cacique Mateo Pumacahua con una buena parte de la masa indígena.

Una vez instalado  el  gobierno  autónomo  del  Cusco,  organizó  tres  expediciones  dirigidas a: Puno – La Paz, Huamanga (Ayacucho) y Arequipa. La primera expedición del recién creado ejército peruano partió rumbo  a  Puno–La  Paz,  al  mando  del  sargento  mayor  José  Pinelo  y  el  cura  tucumano  Ildefonso  Muñecas;  el  objetivo  fue  destruir  la  retaguardia  de  Pezuela para aislarlo de su núcleo de abastecimientos. Este contingente contaba con mayores elementos de tropa y equipos.

Una vez en el territorio puneño, esta expedición sumó adeptos en los pueblos de Carabaya, Lampa y Azángaro. La guarnición realista de Puno al mando del intendente Manuel Quimper, al observar el respaldo de la población puneña a favor de los patriotas, resolvió retirarse hacia la ciudad de Arequipa, así como la mayoría de los españoles y criollos. El cabildo constitucional puneño, por medio de José Benito Laso de la Vega, hizo alianza con la junta del Cusco, según el gobernador intendente, “por medio de su Cabildo, y por bando publicado en 25 de agosto del pasado año de 1814, un día después de su alzamiento infame”. De tal manera, Puno quedó bajo el poder de los revolucionarios.

Ocho  meses  después  de  la  toma  de  Puno,  el  11  de  marzo  de  1815  a  orillas  del  rio  Macarimayo se produjo la batalla de Umachiri, donde se enfrentaron las fuerzas rebeldes conformado  por  miles  de  indígenas  dirigido  por  Mateo  Pumacahua,  Norverto  Dianderas,  Diego  Sánchez y otros; por su parte, el ejército realista estuvo dirigido por Juan Ramírez Orozco, veterano del teatro de guerra en el Alto Perú frente a los patriotas argentinos. Si bien esta batalla constituyó una derrota para los patriotas, los ideales de la justa causa de la Independencia no habían expirado en Umachiri, más bien continuaron, sobre todo en el altiplano puneño. Al respecto, el historiador Ramos (2011) en la perspectiva de los doctores José Antonio Encinas y Eduardo Pineda Arce, sostiene que la batalla de Umachiri no consolidó los deseos del general Ramírez, puesto que, las fuerzas revolucionarias de todo el departamento de Puno se mantenían en pie de guerra. Tal como ocurrió con la Rebelión de 1780, el sacrificio de los Angulo, Béjar y Pumacahua, no puso fin en Puno a la lucha iniciada por los rebeldes; al contrario, tomó más fuerzas, y a lo largo y ancho de su extenso territorio, los hombres que ansiaban su libertad no cejaban en su empeño de morir antes de seguir oprimidos. Por ello, ante la debilidad del intendente de Puno, don Manuel Quimper, fue nombrado en su lugar, el temible sanguinario Francisco Gonzales de Paula que sirvió a Ramírez en toda su campaña contrarrevolucionaria (Huanca & Pilco, 2021b).

Entonces, la lucha por la libertad se hacía notorio cada vez más. Los pueblos subyugados por la corona española, tales como Puno y Azángaro se encontraban influenciados por los partidarios de los Angulo y Pumacahua. La provincia de Azángaro se encontraba sublevada con un ejército de 3.000 hombres, al mando de don Cipriano Oblitas, quien al tener noticias de la proximidad de las tropas realistas se replegó hacia Asillo y Orurillo, construyendo trincheras, y  en  las  alturas  de  Inampo  levantaron  una  verdadera  fortaleza  en  espera  de  los  enemigos,  quienes al mando del propio intendente Gonzáles iniciaron un combate el día 24 de junio de 1815. La lucha fue tan sangrienta que, murieron más de tres mil patriotas y realistas.

El odio de los realistas hacia los patriotas era tan fulminante que se materializó una carnicería, tal como Encinas declara, “los habitantes de Lequeque fueron pasados a cuchillo, muriendo centenares,  y  fueron  incendiadas  sus  cabañas,  talados  sus  campos  de  cultivo  y  sus habitantes destruidos sin distinción de sexo ni edad” (Ramos, 2011, p. 57). En ese mismo proceso, la provincia de Huancané también fue escenario de grandes combates, en los que murieron centenares y miles de patriotas, para lo que el intendente Pío Tristán tuvo que enviar refuerzos desde Arequipa.

Después de esas acciones, cerca de cien prisioneros fueron ejecutados en Puno el día 27 de abril de 1816, entre los que destacan está el coronel Miguel Pascual San Román que estuvo en Umachiri junto a su hijo Miguel y el prócer cusqueño Santiago Prado, quienes fueron fulminados por las armas el 27 de abril de 1816 en el partido de Lampa y muchos otros ilustres patriotas de todo el departamento de Puno

Muerto  Muñecas  y  descalabrados  los  focos  guerrilleros  en  la  zona,  el  altiplano  que-dó aparentemente “pacificado”, sin embargo, se mantuvieron vivas las conspiraciones; siguió siendo  el  espacio  del  trajín  de  los  productos,  pero  también  de  los  mensajes  y  de  las  ideas.  En este tiempo, entre 1815 – 1818, resalta la participación de Bernardino Tapia como difusor de  las  ideas  seductivas  y  patriotas,  vele  decir  como  pasquinista.  Tapia  y  muchos  indígenas  de Azángaro fueron acusados de la difusión de al menos cuatro pasquines en los pueblos de Azángaro, Chupa y San Taraco (Glave, 2005).

En suma, los ciclos revolucionarios iniciados en 1809, en las provincias norteñas del virreinato de Río de la Plata y las provincias sureñas del virreinato del Perú, hizo declarar al virrey Pezuela en un oficio enviado al intendente de Puno en 1818, que la larga guerra que se lleva ha agotado los recursos de plata y brazos (Huanca & Pilco, 2021a).

Puno entre la presencia de La Serna y la Batalla de Zepita

Durante el periodo de 1820 y 1824 el panorama político y económico fue bastante crítico, las levas y exacciones se incrementaron en los pueblos del Sur Andino de manera general y en Puno de manera particular, los hechos coyunturales que generó esta situación fueron: la lle-gada de la expedición sanmartiniana a la costa central del Perú, el establecimiento del Cusco como sede gobierno del virrey La Serna, el desarrollo de la batalla de Zepita, la llegada del ejército libertador y Simón Bolívar a Puno. Además, en este periodo múltiples ciudades vienen jurando sus independencias respectivas adhiriéndose al Perú libre.

José de La Serna y Martínez de Hinojosa, el último virrey del Perú, ante la prominente ocupación de Lima del ejercito libertador de los Andes dirigido por San Martin, el 31 de enero de  1821  solicitó  al  intendente  de  Puno,  800  reclutas  “siendo  de  la  más  urgente  necesidad,  aumentar el ejército por el grado de fuerza con que pueda no solo garantizar la seguridad del Virreynato, sino también arrojar al enemigo invasor he determinado pedir reclutas” (ARP, 1821, 047). Se conoce que después de la “conferencia” de Punchauca, donde se negocio el ingreso de San Martin a Lima, el virrey La Serna abandonó Lima rumbo a Huancayo, luego a Cusco donde  estableció  su  cuartel  general  y  hegemonía  realista  hasta  1824.  Sobre  estos  sucesos  O ́phelan (2014), señala:

[...] el Perú pasó a tener entonces un gobierno patriota en Lima, encabezado por el protector  San  Martin,  y  un  gobierno  realista,  en  el  Cusco,  liderado  por  el  Virrey  La  Serna, el cual controlaba más de la mitad del virreinato y, sobre todo, el territorio de la sierra sur y sus recursos naturales. (p. 335)

De esa manera, Cusco y el altiplano austral se convirtieron en el epicentro de la resistencia realista en la guerra de Independencia. La Serna durante los primeros meses de su instalación  en  la  ciudad  imperial,  recibió  gran  apoyo  y  adhesión  de  las  autoridades  locales;  sin embargo, esta inicial lealtad que ofrecieron las autoridades cusqueñas y las elites regionales se iría desgastando debido a que La Serna comenzaba a exigir sucesivas donaciones y contribuciones forzosas, con el fin de mantener activo y bien abastecido al ejército realista (O ́Phelan, 2014). 

La presencia del virrey La Serna en territorio altiplánico fue previo a la batalla de Zepi-ta, según la documentación oficial realista, ingresó el 19 de agosto de 1823 con un ejército de 4000 hombres y mil caballos y, solicitó a los alcaldes constituciones de los pueblos del tránsito de Qhapaq Ñan desde Santa Rosa (Melgar) hasta Puno, proveer “800 carneros o 70 vacas, 100 arrobas de papa, 130 fanegas de cebada en grano o en chipas” en cada pascana. Asi-mismo, designo que cada uno de los pueblos del interior de Puno, contribuyan con recursos económicos y servicios para sostener al ejército realista. Por ejemplo, ordenó que el pueblo de Lampa “contribuya con dos mil pares de zapatos en quince” (ARP, 1823

Por otro lado, uno de los acontecimientos más relevantes durante la guerra de Inde-pendencia  en  territorio  puneño  fue  la  batalla  de  Zepita,  también  conocida  como  batalla  de  Chua Chua, llevada a cabo el 25 de agosto de 1823, durante la segunda campaña a Puertos Intermedios, dirigido por el general patriota Andrés de Santa Cruz, siendo presidente de facto de nuestro país José de la Riva Agüero. El ejército patriota se embarcó en el Callao en mayo de 1823, compuesto por siete batallones de infantería, cinco escuadrones de caballería y ocho piezas de artillería; entre oficiales y soldados sumaban cerca de 5000 efectivos. Desembarcaron en Arica, desde donde emprendieron la marcha sobre la cordillera de los Andes divididos en dos grupos, uno dirigido por Gamarra y el otro por Santa Cruz.

Santa Cruz, según Eduardo Pineda, una vez “llegando a la Paz [...] impuso al pueblo una contribución de doscientos mil pesos” (El Siglo, 1923). Al mismo tiempo, el futuro “Mariscal de Zepita” envió cartas y bandos a los caciques puneños invitando a que se unan, junto a la masa indígena, al “ejército libertador”. En tanto, el ejército realista, dirigido por el general Gerónimo Valdés, partió rumbo de Sicuani el 2 de agosto, compuesto por un batallón, un escuadrón y dos piezas de artillería que le encomendó el virrey La Serna. En Pomata, recibió el refuerzo traído de Arequipa por Carratalá, que consistía en 1000 hombres formados en un batallón y dos escuadrones. Valdés dispuso entonces de un total de 1900 soldados y 2 piezas de artillería, con los que continuó sobre Desaguadero (Pilco, 2021)

La batalla se desarrolló en una lomada “situada como a una legua y tres cuartos de Zepita” según Valdés, mientras el ejército patriota partió de Desaguadero en busca del enemigo precedido  por  una  vanguardia  a  órdenes  del  coronel  Brandzen.  Valdés,  en  la  altura,  ocupó con sus batallones de infantería “Partidarios”, “Victoria” y un destacamento del primer regimiento, la ladera sur del cerro haciendo frente a la dirección de Zepita; sus piezas de artillería las estableció al centro; la caballería, dos escuadrones de “Cazadores” y el tercero de “Granaderos” cubrieron la posición de la izquierda. Mientras el ejército patriota se ubicó de la siguiente manera: Batallón “1 de la legión” a la derecha, Batallón “N° 4” al centro y Batallón “Cazadores” a la izquierda.

Valdés ubicado en una posición estratégica solo quería mantener a Santa Cruz lo más lejos posible de Gamarra, sin embargo, Santa Cruz simuló un ataque general seguido de un desorden que provocó la reacción realista y posterior cruce de fuegos. El resultado fue 100 muertos, 184 prisioneros, 240 fusiles, 52 caballos ensillados, lanzas, carabinas y sables que quedaron en el campo, fueron los trofeos de los patriotas. 28 muertos y 84 heridos constituyen las  pérdidas  de  la  división  de  Santa  Cruz.  Los  independientes  permanecieron  en  el  campo  hasta la noche del 25 en que retornaron a Desaguadero. Parece que la batalla de Zepita “atemorizó a ambos combatientes, porque los dos se retiraron: Valdés a Pomata, Santa Cruz al Desaguadero”, enfatiza Paz Soldán.

 Esta  campaña  constituyó  una  gran  oportunidad  para  lograr  la  victoria  patriota  sin  la  intervención extrajera, pero no lo fue, debido a las fallas estratégicas y ambiciones personales por el poder. De modo concluyente al apartado, después de la batalla de Zepita realizado el 25 de agosto de 1823, La Serna emprendió una persecución hasta Santiago de Machaca (Bo-livia) al ejército patriota de Santa Cruz y Agustín Gamarra, ocasionando la desarticulación de su ejército. A ese episodio se conoce en la historiografía como la Campaña del Talón. Posterior a los sucesos descritos, La Serna regresó a Puno y estableció su cuartel general en Lampa y desde allí mantuvo la hegemonía política hacia los pueblos subyacentes (Sobrevilla, 2015).

Conclusiones

El  proceso  de  Independencia  en  los  pueblos  meridionales  del  virreinato  del  Perú  inició  en  simultáneo con las juntas autonomistas de la audiencia de Charcas del virreinato de Buenos Aires. Durante ese periodo, las múltiples batallas fueron una forma de hacer política que de-finió las identidades y alianzas regionales. Además, las levas y exacciones a los que fueron sometidos los pueblos indígenas por el ejército realista y patriota en el Alto Perú y en la región altiplánica de Puno ocasionaron crisis económica, migraciones y descenso demográfico. En el nivel económico y social, la Independencia no trajo cambios estructurales para los indígenas que  habían  luchado  para  ello.  Más,  por  el  contrario,  imperó  la  desigualdad,  el  racismo  y  la  subsunción hacia los habitantes del altiplano porque los contrarrevolucionarios no tenían ni un ápice de moralidad.

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2] Archivo Regional de Puno, en adelante ARP, 1823,048.

3] Archivo General de la Nación Argentina, en adelante AGNA, 1809.

4] Archivo General de la Nación (AGN, en adelante), Ministerio de Hacienda y Comercio H-3, Carpeta N° 327, Cuaderno 1170, Libro de Superiores decretos de 1807 a 1812.

5] AGN, Ministerio de Hacienda y Comercio H-3, Carpeta N° 327, Cuaderno 1170, Libro de Superiores decretos de 1807 a 1812

 

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICAS

Fuentes primarias 

-Archivo Regional de Puno (ARP), fondo intendencia y prefectura.

-Archivo General de la Nación Argentina (AGNA).

-Archivo General de la Nación (AGN), Perú.

Fuentes secundarias 

-Bonilla, H. (2016). Metáfora y realidad de la independencia en el Perú (6a edición). Lima, Perú: IEP.

- Bonilla, M. (1923). Batalla de Zepita. Lima, Perú: T. Scheuch.

 Contreras, C., & Glave, L. Miguel (Ed.). (2015). La Independencia del Perú: ¿Concedida, con-seguida, concebida? Lima, Perú: IEP

-De la Pezuela, J. (2020). Compendio de los sucesos ocurridos en el Ejército del Perú y sus provincias (1813-1816). Proyecto Especial Bicentenario.

-Dellepiane, Carlos (1931). Historia Militar del Perú. Tomo I. Lib. Imp. y Lit. Gil S.A.

-Escanilla, S. (2018). Hacia una nueva cronología de la guerra de Independencia del Perú. En McEvoy. C y Rabinovich. A. Tiempo de guerra: Estado, nación y conflicto en el Perú, siglos XVII – XIX. Perú: IEP, pp. 111 – 137.

-Fonseca, J. (2016). ¿Bandoleros o patriotas? Las guerrillas y la dinámica popular en la inde-pendencia del Perú. En Loayza, Alex (Ed.). La independencia peruana como represen-tación. Historiografía, conmemoración y escultura pública. Lima, Perú: IEP, pp. 81 – 99.

-Glave, L. (2005). La ilustración y el pueblo: el “loco” Bernardino Tapia. Cambio y hegemonía cultural en los Andes al fin de la colonia. Azángaro 1818. Tiempos de América: Revista de  Historia,  Cultura  y  Territorio,  12,  133–149.  https://www.raco.cat/index.php/Tiempo-sAmerica/article/view/105661

-Huanca-Arohuanca, J., & Pilco, N. (2021a). Acciones revolucionarias en América Latina: Puno y el Alto Perú durante el proceso de independencia (1809-1825). Chakiñan. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, 14.

-Huanca-Arohuanca,  J.,  &  Pilco,  N.  (2021b).  Transición  del  virreinato  a  la  República:  calei-doscopio  sociopolítico-económico  del  altiplano  puneño  en  la  Independencia  de  Perú  (1815-1825).  Diálogo  Andino,  65,  379–391.  http://dialogoandino.cl/wp-content/uploads/2021/07/28-HUANCA-PILCO-RDA-65.pdf

-Jacobsen, N. (2013). Ilusiones de la Transición. El Altiplano Peruano, 1780-1930. Lima, Perú: BCRP; IEP.

-Loayza, A. (2016). La independencia peruana como representación. Historiografía, conmemo-ración y escultura pública (Ed.). Lima, Perú: IEP.

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-O ́Phelan, S. (2014). La Independencia en los Andes. Una historia conectada. Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima.

-Pilco, N. (2021). Puno durante la Independencia 1809 – 1825. Puno - Perú: UNAP.

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-Sobrevilla, N. (2015). Andrés de Santa Cruz, Caudillo de los Andes. Lima, Perú: PUCP; IEP.

-Soux, M. L. (2016). De cercos, masacres e insurgentes de larga data. La Paz en 1811 y 1814 en el contexto de una guerra continental. En O’Phelan, S. (Ed.). 1814: La junta de gobierno del Cuzco y el sur andino. Lima, Perú: PUCP; IFEA. pp. 459 – 482.

-Tamayo, J. (1982). Historia social e indigenismo en el Altiplano. Lima, Perú: Ediciones Treintai-trés.

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`1] Néstor Pilco Contreras. Email: nepcer18@hotmail.com. Licenciado en Educación y maestrante en Didáctica de las Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Altiplano (UNAP). Sus líneas de investigación son Historia andina colonial e Historia de la Educación.

 

martes, 22 de agosto de 2023

OPINION: LA COYUNTURA MUNDIAL Y SUS EFECTOS EN EL PERU

 MALOS AUGURIOS, BUENOS RETOS

Escribe: Milciades Ruiz

H

ay malos augurios sobre la economía peruana que, lejos de crecer se ha contraído -0,45% en lo que va del año. No es mucho, pero si no hay crecimiento, los problemas sociales se agudizan, sobre todo en los sectores más indefensos. No podemos esperar mucho de este gobierno, ni supeditarnos a lo que haga. Hay que prepararse para afrontar lo que se viene, con iniciativas de lucha eficiente.

El sistema globalizado nos hace pagar culpas ajenas. El enfrentamiento actual entre bloques hegemónicos, causa estragos en la economía mundial que, ha perdido movilidad (ralentización). Caen como naipes, muchas actividades que dependen de los motores principales, afectando a los más débiles. Perú, sufre las consecuencias, los negocios caen, hay inflación, desempleo, mayor delincuencia, la política se degrada, el descontento social crece, etc.

Esta situación se ha empeorado porque al mismo tiempo, el sol se ha recalentado aumentando la intensidad de su radiación sobre los planetas cercanos. La prensa aumenta la preocupación alarmando sobre un “Niño” global, “Niño costero” y otros anuncios catastróficos. Pero el fenómeno de “El Niño”, es otra cosa. Lo tenemos todos los años en el solsticio de verano, cada 21 de diciembre, como lo saben los pescadores peruanos que acuñaron ese nombre por su cercanía a la Navidad.

El asunto es que, en esa rutina la corriente marina de Humboldt que viene del sur, se encuentra con una corriente cálida que viene de Ecuador, en momentos en que llegan al norte peruano el oleaje cálido empujado por los vientos desde el centro del océano Pacífico, dado lugar al “Niño”. Puede ser un evento débil y a veces catastrófico cuando ocasiona lluvias torrenciales. Es lo normal.

Pero ahora resulta que, desde junio empezó una tormenta solar cuyas “llamaradas” se extendieron más de lo normal recalentando nuestra atmósfera, cuando ingresábamos al invierno como ocurre cada 21 o, 22 de junio. En ese momento el planeta se había alejado del sol y su inclinación nos quitaba alumbramiento solar, como sucede cada año. Es por eso que al hemisferio sur no le ha afectado tanto como al hemisferio norte, que la tormenta lo agarró en pleno verano.

Los astrónomos del Centro de Predicción del Clima Espacial de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) comprobaron que el pasado 14 de julio, ocurrió una tormenta solar “CME”- caníbal. La segunda eyección se detectó un día después con una alta velocidad y el 18 de julio, se produjo otra tormenta solar caníbal que incluso afectó los satélites artificiales. Pero la tormenta continúa, previéndose que se prolongará hasta el 2025.

El asunto es que, el calentamiento de la temperatura en nuestro país, trastorna los ciclos biológicos y los ciclos industriales pues al no haber frío no hay demanda de ropa de invierno, etc. La campaña agrícola anual termina en junio con las últimas cosechas. A partir de julio se van acabando las existencias y los precios suben.

En el caso de la papa la sierra abastece hasta julio. Es cuando entra la papa de la costa. Pero este año, por el alza de la temperatura, no se ha sembrado en costa como en otros años, y entonces los precios se han elevado por desabastecimiento. Pero el calor afecta también la floración de los frutales, como el limón y otros cultivos, disminuyendo su producción. Entonces los precios suben considerablemente, contribuyendo a una mayor inflación y gasto familiar en todos los productos.

No está en nuestras manos controlar el clima ni el conflicto en torno a Ucrania, ni la recesión económica mundial. Son factores externos y tampoco podemos echarle la culpa al gobierno de esos factores adversos. Pero sí, está en manos del gobierno resolver el desabastecimiento. La exportación de alimentos también, desabastece el mercado interno provocando inflación. El año pasado se ha exportado más 4 millones de toneladas de productos agropecuarios (SUNAT).

Por ejemplo, la cebolla fresca se exporta más de 12 mil toneladas mensuales sobre todo a EE UU, a un precio promedio de US$ 0.35 kilo. Favorecemos a los “gringos” a costa de empobrecernos. Limón fresco se exporta más de 300 toneladas mensuales a un precio de US$ 1.30/kilo. Pero también se exporta miles de toneladas en jugo de limón y otros derivados. La lista de alimentos exportados es larga. Lógicamente, esto provoca escasez y altos precios.

En este caso, si esto hace daño a la economía popular, se tiene que regular para combatir la inflación. Aunque, valgan verdades, no hemos acostumbrado a la comida barata en perjuicio de los campesinos que producen alimentos. Pero hay formas de gobernar equitativamente y esto sí podemos exigir a los gobernantes. La justicia social no cae del cielo, hay que lucharla hasta conseguirla.

En el cuarto trimestre sabremos con mayor certeza cuan fuerte será “El Niño” y mientras los ciudadanos costeños piensan en los desastres que podrían ocurrir, los agricultores, que son mayoría nacional, estarán esperando un año agrícola bueno, con abundante agua. Las lluvias torrenciales causan desastres pasajeros en la costa, pero luego hasta los áridos cerros reverdecen, la vida florece en todas partes, habrá buenas cosechas y, resucita la economía.

“No hay mal que bien, no venga”, es la dialéctica popular.

Agosto 22- 2023



PARA LA HISTORIA DE PUNO

LOS 16 NEGROS DE CARABAYA

AUTOR: Mauricio Valiente Ots
FUENTE: "Negros, zambos y mulatos libres en la estructura político-administrativa indiana"; Mauricio Valiente Ots, AHDE, tomo LXXVIII-LXXIX, 2008-2009; pg 407 -409. 
REFERENCIA: AHDE es la revista anuario de historia del derecho español; el autor es abogado político y español. RELEVANCIA: historicosas a) Perú 

L

a primera actuación que se puede encuadrar en esta dirección se formuló en el Perú a mediados del siglo xvi. El Marqués de Cañete el viejo, por medio de una provisión fechada el 9 de octubre de 1557 que aprobó sin un expreso mandato de la Corona en este sentido, decidió instalar en la provincia de Carabaya (al sudeste de la región del Cuzco) un conjunto de negros libres que no tenían oficio conocido[34]. Para la ejecución de la medida se nombró un gobernador español, el cual organizó una expedición desde Lima con dieciséis pobladores a los que se les había aplicado la legislación contra la vagancia35.

Los vecinos de la antigua capital de los Incas no acogieron la medida con buenos ojos, sobre todo porque les trasladaban a su territorio lo que ellos consideraban problemas de la ciudad de Los Reyes. El 25 de octubre de 1557, el Cabildo del Cuzco decidió enviar una comunicación al Virrey donde se le exponían los inconvenientes que acarreaba el proyecto de construir semejante población en Carabaya, tanto por el peligro que supondría para la seguridad pública de la región como por el más que dudoso futuro de una medida tan novedosa. Pese a todo, la provisión se pregonó en la ciudad el 24 de diciembre del mismo año y se acabó ejecutando[36], aunque parece que las dudas sobre la eficacia de esta medida planteadas por los vecinos del Cuzco resultaron ser ajustadas a la realidad, al menos en cuanto a la duración del experimento.

Pintura rupestre en Coaza. Captación de Rainer Hostnig
A pesar de todo, varias referencias permiten rastrear las resonancias de la iniciativa emprendida por el Marqués de Cañete en Carabaya, aunque las mismas no aluden al funcionamiento del primer cabildo compuesto por negros y mulatos libres en el Perú. Este vacío hace pensar que su existencia como institución debió de ser muy irregular y breve, pero la presencia de población negra y mulata en la zona continuó siendo tan significativa que mereció la atención de las autoridades coloniales.

Francisco de Toledo, desde Arequipa en la etapa final de su prolongada visita al virreinato, al repartir indios para que cumplieran turnos de trabajo en las minas de Carabaya y Apurimac, asignó a tres mulatos libres poseedores de minas quince mitayos a cada uno. No deja de sorprender[37] esta asignación de trabajadores forzados indígenas, en línea opuesta a lo que establecían numerosas leyes. Asimismo, en la Noticia general del Perú del funcionario de la hacienda real Francisco López de Caravantes, escrita entre 1630 y 1632, al describir los ingresos de los diferentes corregimientos que componían la Caja Real del Cuzco, se da cuenta de cómo en la Villa de San Juan del Oro se quedaron, una vez acabada su prosperidad inicial, unos pocos mulatos libres. Según el funcionario, éstos y sus descendientes trabajaban en las minas de oro, aunque nunca habían cumplido con su obligación fiscal de aportar el quinto de la producción a la Corona; el Contador no mostraba estar en desacuerdo con esa situación, por una parte debido a su alejamiento de las rutas y los centros poblados y, por otra, porque los corregidores adquirían el oro a cambio de alimentos y otras cosas necesarias para la vida de estos pobladores, que aseguraban con su presencia una región marginal poco atrayente para los españoles[38].

Se puede plantear el interrogante de si esta iniciativa respondió a una motivación aislada o, al contrario, era el resultado de la aplicación de una idea general de cómo encuadrar al conjunto de la población de origen africano que hubiera alcanzado la libertad de hecho o de Derecho. Por otras referencias, aunque es preciso reconocer que ninguna aborda esta materia de una manera directa, parece que esta intervención del Marqués de Cañete, un gobernante muy influenciado por los religiosos cercanos a Bartolomé de Las Casas, no fue un hecho excepcional, sino que respondió a una concepción que se preocupó por aplicar desde el inicio de su viaje al Perú.[39]

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REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS DE ORIGEN:

34 En algunas ocasiones, los historiadores han identificado a los componentes de esta expedición como delincuentes. Aunque para la mentalidad dominante muchos de ellos lo fueran, se trataba de sujetos que no se sometieron a las restricciones oficiales y que simplemente luchaban por desenvolverse con un mínimo de autonomía en los márgenes de la sociedad colonial.

35 Ibídem 39.

36 Esquivel, 1980: t. 1, pp. 185 y 192.

37 Sarabia, 1986-1989: t. 2, p. 119.

38 López, 1986: t. 2, p. 89.

39 Por lo que el Inca Garcilaso de la Vega, seguramente, se limitó a reproducir una versión de los hechos que debía circular entre los jesuitas. En este sentido, se debe tener presente el papel
de la Compañía de Jesús en la evangelización de los africanos, la atención teórica de algunos de los miembros de la orden a las materias relacionadas con los esclavos y la estrecha relación con 
los mismos del Inca Garcilaso de la Vega en los últimos años de su vida.