sábado, 15 de agosto de 2020

LUIS GALLEGOS ARRIOLA, NOS DEJÓ

Instituto Americano De Arte De Puno


El Instituto Americano de Arte de Puno, tiene el profundo dolor de participar el fallecimiento del que en vida fuera socio de nuestra institución, Escritor LUIS GALLEGOS ARREOLA; acaecido el día de hoy 13 de Agosto. Hacemos llegar a todos sus familiares, nuestro más sentido pésame. Luis Gallegos A. era el más fecundo escritor de los últimos tiempos, publicó numerosos cuentos producto de su recorrido por toda la región; se inició en el magisterio, luego trabajó en el Programa Puno -Tambopata y en el Ministerio de Agricultura donde cesa. Nació en la Ciudad de Ilave, el año pasado cumplió 100 años de edad, años de fructífera labor en el campo de las letras puneñas. 
PAZ EN TU TUMBA MUY RECORDADO LUCHO.

viernes, 14 de agosto de 2020

HILDEBRANDT: REFLEXIONES

LECTURAS INTERESANTES Nº 977
 LIMA - PUNO, PERÚ              14 AGOSTO 2020
RESISTIR
César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 502, 14AGO20
S
e llama Óscar y será el último perro de mi vida. Sé que será el último.
En estos tiempos de muerte y temor, de tensión acumulada y proximidades peligrosas, Oscar es la plenitud desinformada, la vida sin hipocondrías.
Óscar ignora que yo no quise que viniera. No sabe que me tuvieron que convencer para que lo acep­tara. Y desconoce lo peor: que juré que lo toleraría pero que no lo amaría porque ya estaba harto de los duelos y las lágrimas y porque en el camino de la vida había perdido a Moro, el perro an­daluz de mis querencias; a Molly Bloom, la irlandesa compacta que monologaba reniegos del mismo modo que su tocaya joyceana pen­saba en ricuras y obscenida­des; a Platón, conde de vieja casa y ciudadano del mundo.
Para no hablar de Augusto, el gato que exigía jamón inglés como merienda y que murió antes de cumplir un año por un coronavirus que derivó en peritonitis infecciosa.
De modo que Óscar no sabe que fui el canalla que lo condenó al desamor, aunque estoy seguro de que, si lo supiera, me perdonaría.
Y lo cierto es que mi juramento de distanciamiento emocional respecto a Óscar fue una mentira. Felizmente, soy agnóstico y será por eso que los juramentos no tienen para mí la solemnidad de la cosa juzgada. No me crean cuando juro: créanme cuando prometo.
En cualquier caso, Óscar está aquí, con sus pelos revueltos y su mirada de sagaz seguidor de la inocencia, para recordarme que estos malos y malditos tiempos tendrán que pasar.   
Leo las noticias y la muerte está en ellas. Enciendo la televisión internacional y la muerte lanza sus cuentas. Prendo la radio y la muerte me habla con voz neutra y apetito que no aprendió a saciarse.
Estoy harto. Yo mismo he dedicado mi atención a los difuntos y los nuevos cemen­terios. Las grandes alamedas de la muerte llenan páginas y siembran ceniza. El virus no solo ha cambiado nuestras vidas: nos ha impuesto el chantaje de temerle a la muerte como si esta fuera una novedad, una re­ciente adquisición. Es como si acabaran de inventar a la muerte, como si algún abogado del demonio hubiera puesto letra chiquita en una adenda de nuestro contrato con la eternidad. Nos sentimos traicionados por­que somos carne de funeral.
L
o cierto es que siempre lo fui­mos. ¿Por qué la muerte nos parece tan inaceptable hoy? Porque viene de los otros, del prójimo convertido en enemi­go, del zombi aquel que ayer era vecino. Siempre pensamos que la muer­te debía ser el proceso soberano de nuestros cuerpos, el galope de ese lento deterioro que buscamos con cada exceso, la decrepi­tud entendida como coronación de los años. Pero de pronto viene un virus y nos enmien­da la plana diciéndonos que hay una nueva regla y que un nuevo guionista -coquero y desalmado- decidirá quién muere y cuándo y bajo qué penas y hasta en qué pasadizos.
Eso es lo que no-aceptamos: que la muerte no sea nuestra, privada y propia de nuestra decadencia. Porque lo que propone este bicho es la muerte en mancha, la desaparición en el tumulto. Si nos agarra -pensamos-, no iremos a una tumba sino a una columna de la estadística, a la fosa común de los recuentos (falsos) del Ministerio de Salud.
Pienso en todas esas cosas durante estos días aciagos. Y pienso en los libros que me quedan por leer, las columnas que deberé hacer, las esperanzas que empujaré, los bri­bones que descubriremos, las pendencias que habremos de ilustrar. He decidido que la depresión, esa puta, no vol­verá a contar con mis favores. Pienso en mis hijos, en mis dos nietas, en Rebeca y en las personas que amo, y me digo: ahora más que nunca hay que ganarle la batalla a la tristeza.
Y
 cuando estos tiempos ho­rribles afilan sus cuchillos y me retan y pa­recen estar a punto de vencerme, entonces acudo a Óscar, que me hace fiestas con los ojos y contonea el cuerpo como si estuviera dispuesto a desarmarse. Óscar es el antivirus, el sistema inmunológico hecho pelambre, el himno incondicional a la resistencia, la Marsellesa -porque es caniche- de la divina inconsciencia. Viéndolo, es impo­sible no admitir que la vida es un milagro tan arbitrario como espléndido.
El ahora tan citado Manuel González Prada, odiador de la tauromaquia como todo hombre de bien, escribió en 1906 estas palabras:
“En una sociedad inhumana y egoísta, nunca se repetirá demasiado que los anima­les son nuestros conciudadanos en la gran república de la Naturaleza, nuestros compa­ñeros en el viaje de la vida, nuestros iguales en el dolor y en la muerte... Huyamos de las casas donde no hay bocas inútiles, quiere decir, donde no trina un pájaro, no salta un gozque ni se despereza un gato...” (“Horas de lucha”, edición original de 1908, página 252, artículo “Nuestros aficionados”).
González Prada, fiero tribuno, se permitía estas ternuras. He recordado esas palabras en estos días en los que el miedo pretende colonizarnos. No lo permitamos. Agarrémo­nos a trompadas con los heraldos negros.▒▒

jueves, 13 de agosto de 2020

EN LAS ISLAS FLOTANTES DE LOS UROS

ELLA TAMBIÉN TIEMPO PARA LEER!

PUNEÑOS NOTABLES: IGNACIO FRISANCHO PINEDA



Por: Guillermo Vásquez Cuentas

PALABRAS NECESARIAS
Los temas históricos, no son privativos de aquel campo del conocimiento humano que los historiógrafos pudieran reclamar como de su exclusivo dominio. El Ingeniero Ignacio Frisancho Pineda, especializado más bien en la temática propia de la Física y la Química Nucleares, demuestra con este libro que es correcta la afirmación con que iniciamos estas necesarias palabras.
Y hace esa demostración sin proponérselo. Llevado de la mano por su amor a Puno, nos brinda una visión general de las tempranas peripecias de la ciudad más importante del altiplano peruano; visión que es al mismo tiempo enjundiosa y relacionadora de datos puntuales, de pormenores, de imágenes y símbolos, que don Ignacio buscó pacientemente y encontró en un trabajo de muchos años, buceando entre escritos decoloridos, hojeando expedientes añosos, examinando viejas publicaciones que se libraron del fuego o de los ratones, de los auténticos y de los otros.
A lo largo de las páginas de «De Aldea a Ciudad. Trayectoria Histórica de Puno», muchos mitos y leyendas forjadas en nuestra difusa y a veces contradictoria tradición histórica, son traídos abajo por la contundencia de datos que aparecen en documentos de autenticidad indiscutible hasta ahora ignorados. Por eso leer este libro resulta apasionante, porque es encontrarse con sorpresas a cada paso.
Temas claves -y polémicos- para entender el pasado puneño son abordados aquí. La "fundación española" de la Villa de Puno, sus primeros pobladores, la importancia que adquirió la actividad minera, las variaciones urbanísticas de la ciudad en el tiempo, las marchas y contramarchas en la construcción de la hoy catedral de Puno, la descripción de los hechos que durante la gesta tupacamarista vivió el poblador citadino, el famoso «caso del Escudo de Puno y la Duquesa De los Ríos», el papel gravitante que cumplieron ciertos personajes poco conocidos en el nacimiento y adolescencia de la ciudad de Puno, son temas que desfilan uno tras otro por estas páginas como sacados del olvido y desprendidos del velo de confusiones con que estuvieron cubiertos.
Tal vez podamos observar un acentuado localismo en el enfoque, pero nos lo explicamos justamente por la delimitación del tema hecha por el autor. Nos puede también llamar la atención el uso en muchas partes del contenido, de juicios de valor que pierden aceleradamente su vigencia en los tiempos actuales, pero esto no es sino producto del respetable sistema de ideas que informan ese enfoque. Quizá habríamos deseado ver otra estructuración temática. Por supuesto, comentarios como estos no pueden afectar en absoluto la importancia de este esforzado producto intelectual ni la gran utilidad que el texto habrá de reportar al conocimiento de la historia de Puno.
Precisamente, uno de los mayores méritos de esta obra es el de proporcionar datos esclarecedores para esa historia, puesto que muchos de ellos llegan por primera vez al conocimiento público. Los estudiosos de estos temas se verán sin duda apoyados por la cantidad e importancia de los datos que aporta el ingeniero Frisancho a la labor de investigación histórica y a la historiografía regional y nacional. Así, parecería que las quejas del poeta José Luis Ayala en su artículo "Puno: Siglos sin historia escrita" (Rev. Perú Profundo N° 3) son escuchadas al fin y se empieza a escribir el pasado de Puno por los propios puneños.
Ignacio Frisancho Pineda pertenece a una familia formada bajo el signo del trabajo intelectual, de la predilección por el manejo de papeles y tinta de imprenta, de la proclividad hacia el sugestivo mundo del negro sobre blanco. Por ello, no podía dejar de ser fiel al ejemplo de su ilustre padre y leal a los logros de sus distinguidos hermanos, Samuel y David, que han destacado como él, en el oficio de escribir, de editar, de publicar, en fin, de comunicarse siempre con su pueblo y de trabajar por su mejor destino. Hay que decirlo, es necesario decirlo así con claridad, porque debemos vencer los egoísmos y celos entre los trabajadores puneños de la cultura; debemos combatir de una vez los escamoteos y retaceos a las virtudes de los demás; es preciso reconocer los logros de aquellos que participan en los esfuerzos por rescatar y dar relieve a lo mejor de las creaciones culturales de la gente que pobló y habita hoy la gran meseta kollavina.
En este sentido y pidiendo permiso a los puristas de la práctica editorial -y al mismo autor-, aprovecho esta singular oportunidad para llamar la atención de mis paisanos puneños sobre el descollante papel que para la Cultura Puneña ha cumplido desde hace muchos años y desde su periódico, el Dr. Samuel Frisancho Pineda, uno de los hermanos del autor.

Cierto es que es una figura discutida, pero también lo es que ningún observador objetivo del acontecer puneño en el presente siglo, ni ningún analista serio, pueden dejar de reconocer las nítidas y sobresalientes contribuciones de Samuel Frisancho Pineda, a lo que Alberto Valcárcel Acuña identificó alguna vez certeramente como "la puneñidad". Pero sus aportes son tanto más nítidos en la dimensión cultural de la realidad de Puno. Es tiempo de hacer justicia a su persona, dejando testimonio del agradecimiento del pueblo de Puno a su obra.
Muchas de las ricas informaciones que este libro contiene, han debido salir sin duda, del valiosísimo archivo, biblioteca, hemeroteca que Samuel Frisancho posee. Es necesario y conveniente para la cultura de Puno y del Perú, para su historia, impedir que con ese repositorio documental ocurra lo que ocurrió con la Biblioteca Municipal de Puno, con la Biblioteca del Colegio San Carlos, con la Biblioteca de la Universidad Nacional del Altiplano, todas virtualmente saqueadas por los enemigos de la cultura puneña.
Que al recorrer estas páginas, tomemos conciencia de la valía del acervo documental de Puno. Despleguemos toda nuestra capacidad creativa para plantear formas de acción que visen la seguridad y permanencia de ese invalorable patrimonio cultural de todos los puneños.
Las próximas generaciones nos lo agradecerán.

Lima, octubre de 1996

Guillermo Vásquez Cuentas
Comité de Investigación y Desarrollo 
de la Asociación Cultural Brisas del Titicaca. 1996