viernes, 5 de marzo de 2021

LA ACCTUALIDAD POLITICA EN EL PERU

 


SAGASATI  MIENTE

César Hildebrandt

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 529

F

rancisco Sagasti representa a la nación. No lo dudo.

Y no sólo desde el punto de vista cons­titucional.

Sagasti es el Perú. Encarna perfecta­mente esa debilidad dulzona, esa grisura apalabrada, ese talento para urdir un optimismo que se basa en la imaginación y la voluntad.

No ama los hechos el señor presidente. Los oculta, los transforma, los convierte en enigma, en materia prima para un discurso temblorosamente patriótico. ¿Tenemos vacunas? ¡Claro que tenemos!

¿Ya están comprometidas? ¡Por supuesto!

Todo es mentira. No las tenemos ni siquiera para los miembros de mesa de las próximas elecciones.

Y el flujo de las dosis que vengan depende de los compromisos de las pro­ductoras y del cronograma de entregas que tienen con los países ricos que ya pa­garon por ellas. ¿Sabemos cuándo habremos vacuna­do lo suficiente como para sentimos inmunizados?

No, desde luego que no.

Pero Sagasti dice que todo está en marcha, que no hay que preocuparse, que la batalla está resuelta “no sin algunas dificulta­des”.

Y cuando llegan 50,000 vacunas Pfizer, la huachafería nacional se pone en marcha. Y se sigue la ruta del avión, el camino de los camiones, el tamaño del almacén. Y la televisión, más embarrada que nunca, se presta al juego.

Sagasti nos representa, tanto como lo hizo Vizcarra. Tanto como lo hizo PPK, jefe de la tribu de los privados. Tanto como lo hizo Málaga. Tanto como lo hacen los Fujimori. Tanto como lo hizo el vigilante de la biblioteca Vargas Llosa, en Arequipa, que robaba libros y luego los ofrecía en Internet.

Claro que hay peruanos que son héroes y que dan la cara. Pero ellos no compensan la corrupción de las élites económicas, de la política, de los supuestos liderazgos mediáticos. El gran drama peruano es que la corrupción se da entre quienes mandan. Y no se sabe nunca qué pasará con los ciudadanos de a pie que accedan al poder.

El Perú se pudre en la mentira, pero eso no es asun­to nuevo. Es un estilo, un modo de ser, una mirada, una visión del mundo. Somos mentirosos ancestrales.

Y muchas veces mentimos en nombre de la grandeza. ¿No fue una grande y gloriosa menti­ra la que Garcilaso fabricó en su versión idílica del imperio de los incas? Lo fue, pero nos la tra­gamos gustosamente porque ese espejismo fun­dacional y futurista pareció definirnos.

La mitad de nuestros señoríos surgieron del robo. Dos tercios de nuestra supuesta aristocracia debió terminar en prisión. Hasta en las santidades hemos echado mano al contrabando, ¿verdad, Sarita Colonia?

Miente Sagasti porque decir la verdad supone el coraje de decir que nos equivocamos. Y los peruanos huimos de ese deber doloroso. Por eso es que Fujimori insiste en decimos que el suyo fue un gran gobierno “con algunos errores”. Por eso es que Vizcarra sigue diciendo que lo de la vacuna fue un acto de temeridad altruista. Por eso somos como somos.

Jorge Basadre habló de “los podridos”, esos que hacen todo lo posible para que el Perú “sea una char­ca”. Pero aun mi admirado historiador, el hombre que me obligó a quemar las pestañas de mi adolescencia leyendo sus nueve tomos de historia republicana, fue tocado por la debilidad peruana. Jamás debió aceptar este hombre ilustre ser director de la Biblioteca Nacional y ministro de Educación nombrado por Manuel Prado, el hijo del presidente fugitivo. Su opinión sobre aquel traidor, severa mas no tanto, ¿habría sido mucho más enérgica sin esos nombramientos? Es algo que quedará en el misterio.

En Lima garúa, pero lo que llueve es la mentira. Escuchar a los tristes candidatos del próximo abril es oír una sinfonía de frases huecas, promesas de discurso, lugares comunes sacados de las encuestadoras que nutren a los jefes de campaña. ¿Esto es lo que necesitan oír en tal sitio? Pues esto es lo que tienes que decir allí. Y allá será otra cosa, y más allá la misma tinta.

¿Y qué querían? Sin partidos políticos, después del club de la construcción, perseguidos por el her­pes del fujimorismo, ¿aspirábamos a tener a alguien como Bustamante y Rivero? Tenemos lo que hemos sembrado. Tenemos lo que merecemos.

Sagasti miente, coquetísimo, en televisión. Miente como el dueño de una franquicia gastronómica donde se ha hallado, junto al homo, un nido de cucarachas. Miente con el hedonismo del que sabe que miente y que no será refutado porque quien pregunta es parte de la trama: pertenece a la organización mediática que perpetúa la impostura.

Cuando cayó el enorme Miguel Grau en la torre de mando del “Huáscar”, la prensa peruana sostuvo, masivamente, que habíamos ganado. Mariano Igna­cio Prado, el presidente que huiría dos meses des­pués, dijo: “La victoria en realidad es nuestra. Nosotros hemos gana­do el honor y la gloria. Nuestros enemigos han ganado un casco destruido”.

El 15 de diciembre de 1879, dos días antes de la fuga de Prado, su ministro de relaciones exteriores, Alejandro Quiroga, había dirigi­do una circular a la di­plomacia internacional diciendo que la victoria de Tarapacá cambiaría el curso de la guerra y que los chilenos serían prontamente expulsa­dos del territorio que profanaban.

Y Diego Barros Ara­na, historiador chileno, recuerda lo que la pren­sa peruana proclamaba antes de junio de 1880: “Cuan­do los chilenos intenten atacar a los bravos soldados peruanos que defienden Arica se hallarán delante de un ejército de 20,000 hombres, a lo menos, que sabrá escarmentarlos con usura”. Esa misma prensa, apunta Barros, anunciaba que en cuatro meses el Perú tendría, otra vez, una escuadra podero­sa con la que reconquistaría el dominio del Pacífico.


Mejor hubiese sido decir la verdad, saberla, enfrentarla, enfurecerse: Piérola, que había reemplazado a Prado, aposta­ba por el fracaso del ejército del sur porque no toleraba el triunfo militar y político del contralmirante Lizardo Montero, su enemigo. Tarapacá no pudo retenerse porque el ejército carecía de logística y municiones, Y a Arica, a pesar de las súplicas de Bolognesi, no acudieron las tropas del coronel Segundo Leiva, ese enésimo cobarde.

Eso fuimos. Eso, al parecer, queremos seguir siendo. ▒▒

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