viernes, 21 de septiembre de 2018

COYUNTURA POLITICA PERUANA


 LECTURAS INTERESANTES N° 845
LIMA PERU               21SET18
QUE SE CUIDE VIZCARRA
César Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 413, 21SET18
E
1 Ejecutivo ha ganado la batalla formal.
El fujimorismo, temblando ante la idea de perder la chamba y no recupe­rar la mayoría matonesca que detenta en el Congreso si se produ­jesen nuevas elecciones, cedió en apariencia.
Pero ahora vienen las trampas, las dilaciones, los quorums perfora­dos, el cronograma burlado. El fuji­morismo no es un partido político: es una organización mañosa y nin­guna mafia admite ser derrotada.
Hace mal Vizcarra en decir que hay que confiar en el Congreso por­que “se comprometió con las refor­mas”. Hizo peor el señor Gilbert Violeta al no incluir una fecha en la moción de confianza presentada.
Mechain en Peru21
Tal como se describe en una am­plia nota de esta edición, el fujimo­rismo de Keiko Fujimori pretende patear el tablero otra vez y hacerle la vida imposible a Vizcarra. Para eso están las Bartra y las Letona. Para eso estarán los expedientes X sobre Chinchero, la gobernación de Moquegua, los informes incriminatorios que puedan armarse en el Congreso.
El fujimorismo de Keiko quiere, en el mejor de los casos, apropiarse del referéndum: redactar las pre­guntas, incluir nuevos temas, im­poner sus cadencias y sus fechas.
La orden que ha recibido la mesa fujimorista del Congreso es embarrarlo todo, sabotear lo que se pueda, burlarse de lo asumi­do como supuesto compromiso. ¿Acatará el señor Salaverry esta histeria? ¿La disciplina automáti­ca pesará más que los escrúpulos? ¿El miedo a la fiereza de la empe­ratriz valdrá más que la dignidad?
En todo caso, el país está adver­tido: el fujimorismo está decidi­do a someter a Vizcarra al mismo acoso que mereció Kuczynski, con tal de no aceptar que hoy, en la ca­lle, es una minoría crecientemente repudiada.
Todas las armas valen para lo­grar esta meta. Los Vásquez Kunze y sus legiones harán lo suyo desde la caverna “académica” auspiciada por sectores mineros. La vulgari­dad la pondrán las Alcorta de toda la vida. Las trampas congresales las concebirá el
Hildebrandt en sus trece
entorno íntimo de Keiko. Pero todo este concier­to de rabia y lodo tiene un solo fin: mandar oscuramente, gobernar sin haber ganado las elecciones, terminar de erigir un auténtico régimen paralelo que opera en la sombra. Te­nemos de día un gobierno constitu­cional. De noche, se instala un gobierno clandestino que se niega a aceptar la derrota electoral de hace más de dos años
¿Reaccionará Vizcarra a lo que puede venirse?
No lo sé. Lo que sí sé -y con certeza- es que la gente sí reaccio­nará y contestará la ofensa como suele suceder cuando las cúpulas mañosas pretenden reírse del cla­mor popular.
Me preguntan a veces cuándo fue que el Perú se convirtió en este páramo sin partidos ni desti­no común ni in­tuición de futuro colectivo.
Tuvimos diez años de terroris­mo. Y tuvimos diez años de fujimorismo.
Las hordas de Guzmán nos hi­rieron profundamente y sacaron lo peor de nosotros. Nunca entendimos que Sendero Luminoso sólo pudo prosperar, como lo hizo, en una sociedad abismalmente des­igual. Nuestra respuesta fue darle a un forastero el gobierno. Pero este extraño no se apellidaba San Mar­tín ni era Bolívar. Era un hombre que había eludido impuestos en 34 operaciones inmobiliarias conse­cutivas y que no había explicado el destino de siete millones de dóla­res de los fondos de la Universidad Agraria, donde él había sido rector. Su nombre era Alberto Fujimori.
No importaba lo que había hecho ni im­portaría lo que hi­ciera: le dimos un cheque en blanco. Y una vez cumpli­da la tarea de normalizar la econo­mía y descabezar a la cúpula del terror, Fujimori secuestró el país y montó el gobierno más corrup­to de nuestra historia. Su política de tierra arrasada, instituciones abolidas, contrapesos comprados o borrados, pudrición de la justi­cia, burdelización del Congreso, lo convirtió en el caudillo que el
Heduardo La Republica
lumpen-electorado deseaba hace tiempo. Los hermanos Gutiérrez se habían encamado en un solo hom­bre. Había un dejo del altiplánico Melgarejo en ese hombre que com­praba congresistas cuando lo creía necesario y que tenía como socio mayor a un exagente de la 
CIA, traficante de armas, protector de narcotraficantes y ladrón contumaz en cifras de seis ceros. Es a Fujimo­ri a quien recuerdan con nostalgia los mismos que no pagan impuesto predial y viven en distritos que la sanidad pública debería declarar en emergencia. Es a su sucesora, here­dera
Carlin La Republica
de todas las taras de su padre, a quien adoran los taxistas sin ley y sin taxímetros, los empresarios de las licitaciones dudosas, los jueces cotizados en bolsa, los fiscales que recuerdan cariñosamente a Colán y Aljovín.

Diez años de Sendero. Diez años de fujimorismo. Una veintena de años de barbarie. ¿Puede un país salir ileso de semejante experiencia?
Acabamos con Sendero, fe­lizmente. Pero seguimos con la agenda nacional contaminada por el fujimorismo. ¿Hasta cuándo?

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