HORA DE TERMINAR
LA
FARSA
César
Hildebrandt
En HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 753, 10oct25
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“T |
odos vamos a morir en algún momento”, dijo el lunes
pasado el comandante general de la Policía, general Óscar Arriola.
Y tiene razón. Lo que pasa es que hay quienes se
mueren porque el tiempo les faena el cuerpo y hay otros que mueren precozmente
a manos de sicarios.
La Policía debería evitar, en la medida de lo
posible, que el crimen mate anticipadamente a quienes ha elegido como víctimas.
Pero el jefe Arriola, terruqueador profesional y filósofo en sus ratos libres,
nos dice que la muerte siempre viene y a qué tanta alharaca. ¡Arriola es el
Heidegger de Gamarra!
Hace algunas horas, en pleno Círculo Militar
Tarapacá, dos operadores de una banda extorsiva dispararon 27 veces, desde la
parte de atrás, contra un espectáculo montado por el grupo de cum- bia Agua
Marina. Hubo seis heridos y un grado más de horror en esta sociedad sumergida
en violencia, impunidad y extorsión.
Pero no olvidemos que los peces se pudren empezando
por la cabeza. Y el Perú es un pez en trance de putrefacción. El gobierno de
Boluarte nadó en descomposición, fue fundado en la muerte y persistió porque
firmó un pacto con el Congreso que el hampa ha dominado. Esa es la verdad ruda
y canalla.
Un régimen de esa naturaleza, encabezado por una
débil mental y colonizado por la derecha lumpen del nuevo fujimorismo y sus
vicarías, sólo puede producir caos. Y el caos en una trama social impregnada
por las economías ilegales, el crimen organizado y la adenda del salvajismo
importado, se convierte en sangre en las calles.
Juan Carbajal acaba de revelamos que entre enero y septiembre de este año se han reportado más de 20,000 denuncias por extorsión. Eso quiere decir que cada 24 horas 74 personas han ido donde alguna autoridad a decir que están siendo amenazadas: 3 cada hora. Estamos hablando de las cifras públicas. Las reales son de mayor cuantía porque se supone que un tercio de las víctimas sencillamente no acude a registrar una denuncia.
El Perú es una crónica roja, un parte de batalla:
los cadáveres aparecen en las carreteras, en los basurales, en los extramuros,
a veces en una esquina o en un parque. Y suelen ser cuerpos de gente que se
resistió a una extorsión, que no pagó lo exigido, que no cumplió con el crimen.
O gente que no quiso entregar un celular o se resistió al robo del carro en el
que hada taxi. O gente que no pagó su cuota del gota a gota. La muerte armada
visita restaurantes, barberías, mercados, losas deportivas. La muerte camina
como si de un visitador médico se tratara. La muerte arrastra los pies, como
aquellos carteros anacrónicos, pero siempre llega a su destino.
El problema está en la cabeza. No hay policía ni
planes contra la guerra que se nos ha declarado porque no hay ministro del
Interior y tampoco hay policía efectiva. Y no hay ministro del Interior ni policía
porque no hay gobierno. Y no hay gobierno porque así lo han querido Fuerza Popular,
Alianza para el Progreso, Renovación Popular, Podemos, Somos Perú y la ruina de
Acción Popular. Estas siglas infectas han servido de respaldo notarial al
régimen que jamás debió existir. Esta gente ha gobernado por lo bajo y para el
crimen o el privilegio mientras la señora que va a Palado lee a duras penas
discursos que no entiende y levanta la voz para decir que la patria está en
orden. Dice la leyenda negra que Sánchez Cerro era tan bruto que alguna vez
habló de “los miembros viriles del Ejército”. Lo cierto es que Sánchez Cerro es
un genio si lo comparamos con esta calabaza que tintinea de pulseras.
Es hora de terminar con esta farsa. Nos estamos
ahogando en sangre. La inseguridad empieza a afectar la economía. No es posible
que creamos que esta anarquía piojosa es vida, es democracia, es civilización.
Que venga un gobierno transitorio que se ocupe de
sacar al país de este sometimiento a la abyección. Lo que estamos viviendo
distorsiona todo el panorama: en un escenario del crimen -eso es el Perú en
estos momentos- pueden surgir los caudillos bukelianos de la mano dura, los que
prometan sencilla
mente “poner orden a cualquier costo”, los
apocalípticos que sugieran el estado de sitio permanente. O los que digan que
todo esto es resultado de la economía de mercado y de la fallida redistribución.
Digámoslo claro: no son posibles elecciones relativamente normales con Dina
Boluarte en el gobierno. Que la derecha, beneficiaria y sostenedora de este
régimen, empiece a pensar en ello. <+>


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