Escribe: Marlén Castro. Fotos: Rafael Cornejo
Tomado de la revista “in”. Septiembre 2015 pp. 149-151
Casi rozando el cielo, el Titicaca y sus alrededores ofrecen un recorrido inolvidable, por islas, pueblos, personajes y cultura. Un periplo que, literalmente, quita el aliento
Inmensidad. Es la primera
palabra que viene a la cabeza mientras se surcan las frías y profundas aguas
del Titicaca, el lago navegable más elevado del mundo y el segundo más grande
de América Latina -a 3.812 metros sobre el nivel del mar y de 8.562 kilómetros
cuadrados de extensión-, cuyo espejo azul se funde en el horizonte con el
celeste del cielo. Y es en ese momento de majestuosidad que se entiende por qué
los incas eligieron -según la leyenda- este lugar como punto de origen para la
expansión de su cultura.
Para llegar al lado peruano
del lago (el 44% pertenece a Bolivia), el avión aterriza en Juliaca (1 hora 40
minutos de vuelo desde Lima), una ciudad agitada, de intenso movimiento
comercial, 225 mil habitantes y que se recorre de manera ideal -y osada- a
bordo de bicicletas motorizadas.
Antes de partir desde
Juliaca rumbo a Puno, una buena idea es visitar las ruinas Chullpas de
Sillustani, cementerio de la cultura Kolla que se desarrolló entre los años
1200 a 1450 en las riberas de la laguna Umayo. Ahí, sus vestigios de formas
cilindricas de hasta 12 metros de altura ayudan a entender por qué esta cultura
alcanzó tal esplendor y magnificencia.
Otra opción interesante es
adentrarse en la vida cotidiana de los quechuas y aimaras, dos de las
civilizaciones precolombinas más importantes del sur del continente, a través
de las pintorescas localidades en los márgenes del lago, como los poblados de
Paucarcolla, Atuncolla y otras reunidas bajo el nombre de Corredor Cultural
Quechua.
El siguiente punto de la
travesía es Puno, a una hora de Juliaca, conocida como la capital folclórica de
Perú gracias a la famosa Fiesta de la Candelaria (en honor a la Virgen patrona
de la ciudad) que se celebra en el mes de febrero, una de las mayores fiestas
artístico- culturales del país y que ha sido catalogada por la UNESCO como
Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Con más de 126 mil
habitantes, Puno se mueve a un ritmo menos vertiginoso que Juliaca, aunque el
ajetreo también es parte de la vida diaria, sobre todo en la parte noreste,
donde está el muelle del que zarpan las lanchas que se internan en el Titicaca
rumbo a algunas de las 35 islas repartidas entre el lado peruano y boliviano,
donde destacan, en este último sector, las del Sol y de la Luna.
Aquí hay otra ruta muy
recomendada: el corredor Aimara. Si ya se internó en la vida de los pueblos
quechuas, este periplo comprende doce villorrios, donde destacan Chucuito y
Juli, también conocida como "la pequeña Roma de América", nombre derivado
de sus cuatro templos construidos por Dominicos y Jesuítas, quienes pretendían
convertir este sitio en el centro de la evangelización del altiplano.
ISLAS CERCA DEL CIELO
Mientras atravesamos estas inmensas y profundas aguas
-en algunos sectores con casi 300 metros de profundidad-, nos cuentan la
leyenda sobre el lago, cuyas aguas serían las lágrimas de dolor de Inti, el
Dios del Sol, quien no pudo impedir que los pumas devoraran a las mujeres y
hombres que poblaban la tierra. Un castigo enviado por los Apus (los
dioses de las montañas), debido a que la gente rompió la prohibición de subir a
las cimas de Los Andes. Fueron 40 días y noches de llanto y lágrimas, las que
finalmente petrificaron a los felinos. De ahí el significado del Titicaca:
laguna de los pumas de piedra.
El lago ofrece un amplio abanico de posibilidades para
recorrerlo. Por ejemplo, las islas flotantes de los Uros, cuyos habitantes
tienen su vida ligada a la totora, una planta acuática que crece de forma
natural en el lago, que forma manchones verdes intensos y que, una vez seca por
el sol, emite destellos dorados.
Las islas de los Uros son un grupo de 87 islotes con
una isla capital, Hanan Pacha, que en voz quechua significa "Dios del
Aire". Así la bautizó el jefe del pequeño territorio, Luis Carbajal Ayvar.
Acá existe un restaurante, un hotel de tres habitaciones y venta de artesanías
hechas con totora. Dormir en una de las islas flotantes es una experiencia
única que puede gestionarse en el hotel de don Luis o con los habitantes de los
islotes.
Pujllay de Santiago de Pupuja |
Pero si solo se desea ver a los Uros como expresión
cultural del lago, lo mejor es pasar las noches en Puno. ¿Una de las mejores
opciones de alojamiento? El Hotel Titilaka, instalado en una isla
privada de este mítico lugar. Además de sus 18 habitaciones, el personal se ha
especializado en ofrecer a sus visitantes una gran variedad de excursiones y
actividades, como trekkings y visitas a mercados locales.
Otra opción es llegar hasta la isla privada Esteves,
donde funciona el Hotel Libertador Lago Titicaca. Con 123 habitaciones,
el lugar dispone de múltiples actividades, siendo una de las más inolvidables
los paseos en velero que recorren playas e islotes.
Una maravilla cerca del cielo.
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