ANANEA
Escribe: Omar
Aramayo. Los Andes| 16SET15
Uno de los lugares más ricos y más tristes del
planeta, Ananea, donde el oro y el excremento se mezclan por igual todos los
días de la vida, en la empinada ladera de la cordillera de Carabaya.
La muerte, la enfermedad, la explotación y el
enriquecimiento de algunos pocos y la lluvia que lo mezcla todo. En las faldas
del glaciar se dibuja un paisaje donde el resplandor de la nieve y la basura
acumulada nos dejan ver la miseria humana.
La falta de agua potable y los servicios se
mezclan con la obcecación del ser humano por conseguir unos gramos de oro, y de
los grandes de producir varias toneladas al año, oro ilegal, que va de
contrabando al Brasil. Y ahora a manos de los coreanos.
El interior de la mina es una inmensa ciudad con
cientos de pisos en un nido de inmensa oscuridad, donde los cinceles y las
combas no dejan de picar ni por un instante, como si se tratara de una
población enloquecida de feroces pájaros carpinteros. Ni en el infierno de la
Divina Comedia.
Campesinos envilecidos y delincuentes buscados
de cien países que han ganado la honorable categoría de apátrida y que jamás
serán encontrados, son hermanos gracias a la densa sombra de los socavones.
Los niños dinamita en mano buscan oro en los
glaciares, que en su interior son templos celestes, luminosos, salpicados de
pepitas de oro. Los glaciares se marchan como ancianos derrotados, a la nada.
Las mujeres con el método de pallaqueo y el
chojchiopeo buscan oro, a lomo, entre la basura pétrea desde el alba hasta que
se van las luces del días, sobre batanes pre hispánicos.
El oro duerme, al final de tanto sacrificio, en
una botella, en miles de botellas, y sin embargo no es posible encontrar un
plato de comida saludable. Ni a precio de oro.
Los mineros después de dos o tres días de
trabajo salen a jugar su partido de fútbol, su pichanguita, y luego se entregan
a un descomunal encuentro de chelas. Aquí el ladrón espera, lerdo; estudia,
calcula, asalta y mata.
El cianuro, el azogue, el trabajo infantil, la
prostitución. El sudor y el oro.
Ananea, Lunar de Oro, en la entraña del Perú,
donde Dios y el Diablo contemplan su momento. Tierra de nadie. Tierra del oro.
Este es el oro del Perú, el oro de la sangre. El interior de la mina es una
inmensa ciudad con cientos de pisos en un nido de inmensa oscuridad, donde los
cinceles y las combas no dejan de picar ni por un instante, como si se tratara
de una población enloquecida de feroces pájaros carpinteros. Ni en el infierno
de la Divina Comedia.
Campesinos envilecidos y delincuentes buscados
de cien países que han ganado la honorable categoría de apátrida y que jamás
serán encontrados, son hermanos gracias a la densa sombra de los socavones.
Los niños dinamita en mano buscan oro en los glaciares,
que en su interior son templos celestes, luminosos, salpicados de pepitas de
oro. Los glaciares se marchan como ancianos derrotados, a la nada.
Las mujeres con el método de pallaqueo y el
chojchiopeo buscan oro, a lomo, entre la basura pétrea desde el alba hasta que
se van las luces del días, sobre batanes pre hispánicos.
El oro duerme, al final de tanto sacrificio, en
una botella, en miles de botellas, y sin embargo no es posible encontrar un
plato de comida saludable. Ni a precio de oro.
Los mineros después de dos o tres días de
trabajo salen a jugar su partido de fútbol, su pichanguita, y luego se entregan
a un descomunal encuentro de chelas. Aquí el ladrón espera, lerdo; estudia,
calcula, asalta y mata.
El cianuro, el azogue, el trabajo infantil, la
prostitución. El sudor y el oro.
Ananea, Lunar de Oro, en la entraña del Perú,
donde Dios y el Diablo contemplan su momento. Tierra de nadie. Tierra del oro.
Este es el oro del Perú, el oro de la sangre.
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