BREVE HISTORIA DEL
DESASTRE
César
Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°
547, 9JUL21
N |
ací
el año que, en el Perú, un cachaco embarró derrocando a Bustamante y Rivero y
remedando el viejo estilo del populismo autoritario. El Club Nacional se llenó
de celebraciones y burbujas. Fue el año en que mataron a Gandhi y a Gaitán, se
creó el estado de Israel y empezó el bloqueo de Berlín. Neruda lo llamó “año de
perros” por la persecución que padecieron los comunistas chilenos de parte del
gobierno de Gabriel González Videla, a quien habían ayudado a llegar a la
presidencia.
Manuel A Odría |
Yo
era un lector que trabajaba en su miopía cuando llegó al poder, después de un
año de confusión surgida de un supuesto fraude electoral, el señor Belaunde
Terry, a quien una de mis hermanas adoraba porque hablaba como los ángeles y
tenía pinta de tardío embajador español. Para ese entonces, estaba interno en
el colegio militar Leoncio Prado. Ignoraba en ese momento que Leoncio había
sido hijo extramatrimonial del hombre que había fugado en plena guerra siendo
presidente y comandante en jefe de nuestros ejércitos derrotados.
Don
Fernando Belaunde sí que hizo cosas, pero la derecha, con el Apra a la cabeza,
le hizo la vida imposible. El Apra se había convertido en arpía y el partido
del general Odría tenía en su sangre el bacilo que muchos años después, mutado,
daría paso a la variante fujimorista. Ambos se encargaron de hacer ingobernable
el país y la debilidad de Belaunde precipitó la ruina de la devaluación, el
escándalo de una página perdida en los contratos con una petrolera filial de la
Standard Oil y el golpe de estado de los militares.
Fernando Belaúnde Terry |
Cuando
entrevisté a Velasco Alvarado en su casa, carente de una pierna y esperanza,
encontré a alguien que admitía haber fracasado. Quiso crear un país distinto y
la misma gente que intentó favorecer pareció desentenderse. Lo que pasó con las
cooperativas azucareras, porr ejemplo, fue clamoroso. Lo que sucedió con los
pequeños agricultores, que desdeñaban la ayuda financiera dada en el marco de
la reforma agraria, no tiene fácil explicación. Velasco no se sintió
traicionado por Morales Bermúdez, el felón, ni por la derecha siempre hostil:
la puñalada que le hería la espalda y la memoria se la habían dado los de
abajo.
Después
llegó el segundo Belaunde y con él, con escalofriante simultaneidad, el senderismo.
Belaunde II creyó siempre que el Perú era una doctrina –lo decía en serio– y
quien sostiene eso debe exponerse a las consecuencias. Su segundo debut fue un
desastre que desde 1982 tuvo un giro cívico-militar. Belaunde murmuraba políticas
desde Lima, generales como Clemente Noel Moral libraban a su modo la guerra
contra las pandillas de Guzmán. Un presidente sin norte y una tribu sanguinaria
salida mentalmente de los arrozales de Camboya fueron demasiado aun para los
estándares exagerados del Perú. De esa combinación salió el cuento analgésico
que los peruanos solemos creer: la promesa del joven que nos refundará.
Entonces llegó Alan García y su combo. Fue un orador de inspiración castelariana que encendía los ánimos y un presidente que prometió el programa más ambicioso que el Apra pudo suscribir. La derecha, asustada, le temió, primero, y lo usó después. Cuando ordenó estatizar la banca, ya había perdido el juego de la opinión pública. El gobierno apestaba a corrupción. No fue el izquierdismo errático el que mató a ese régimen: fue la mordida, el diez por ciento, el dólar MUC agujereado, los signos de riqueza de un joven galán que se presentó como un Emiliano Zapata que iba a la librería “El Virrey” y terminó como cualquier Díaz Ordaz con su Tlatelolco encima.
Alan García |
Era
mucho desastre mientras las hordas de Guzmán volaban torres, mataban alcaldes,
incineraban centros de investigación agraria. Llegó 1990 y el salvador –siempre
un salvador– aterrizó esta vez vestido de inmigrante nipón, ingeniero próximo a
los evangélicos, marginal marcado por el destino. Dos años después, aquel
elegido se hizo dictador y obtuvo el respaldo de las multitudes. La democracia,
esa incomodidad, entraba en receso. La libertad, esa futilidad, se restringía.
La mano dura, la de Dios, entraría en acción.
Tras
el arreglo de la economía y la derrota de Sendero, dos logros que lo hubieran
colocado en la historia, Fujimori se dedicó a construir la más corrupta de las
mafias que nos han gobernado. El fujimorismo fue un cáncer generalizado que lo
cubrió todo. Un país enfermo de un mal autoinmune lo toleró hasta donde pudo.
Nadie había llegado en nuestra historia de borrascas y apetitos a los niveles
de malignidad que Fujimori les impuso a los peruanos. Siempre he creído que en
ese hombre sombrío latía un deseo de revancha por lo que los peruanos les hicieron
a sus padres y connacionales de ancestro. De otro modo no me explico la sangre
fría con que impuso su mugre y la de sus secuaces.
Paniagua fue la brisa breve y Toledo más de lo mismo, en todo el sentido de la frase. Y el segundo alanismo, la gran oportunidad desperdiciada. Tuvimos precios de maravilla para nuestras materias primas pero la derecha avara volvió a dosificar el chorreo. Humala fue un aplazamiento, la gota que cavaba el hoyo, el asistencialismo como doctrina. No hay nada que decir del último quinquenio sino que fue un error de fantasmas sucesivos. Cinco años tirados a la basura.
Alberto Fujimori |
Y
ahora Alfredo Barnechea exige un gobierno de milicos que impida que el
presidente electo sea proclamado. El señorito que tuvo el único programa de la
tele permitido durante el régimen de Morales Bermúdez ha sufrido un ataque de
nostalgia.
Mientras,
Canal 4 hiede, la prensa concentrada termina de enseñar sus miriñaques, Martha
Chávez regresa a la madriguera de donde nunca salió y el Jurado Nacional de Elecciones
decide que el país vale un cuerno y sigue mirando, como si de un juego de
ajedrez en un asilo se tratara, las trampas de bufete que el fujimorismo le
tendió.
Ahora
comprendo. Keiko Fujimori ha perdido por tercera vez, pero el veneno que el
fujimorismo esparció sigue vigente. Nos complace roer instituciones, nos excita
la anarquía, no nos avergüenza la corrupción. Estamos enamorados del peligro.
Si el JNE proclama este jueves 15 a Pedro Castillo, habrá menos de dos semanas
para la transición. Un congreso fiero espera a un gobierno legítimo y frágil a
la vez. Y es nuestro bicentenario republicano. Estamos enamorados de la muerte.
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