VARGAS
LLOSA
Y LA SEÑORA
FUJIMORI
César Hildebrandt
Tomado de
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 539, 14MAY21
M |
ario Vargas Llosa invita
a Keiko Fujimori a un congreso internacional en defensa de la democracia. ¿Se
imaginan algo peor que esta bazofia?
Yo tenía la idea de que
Vargas Llosa había encontrado el último peldaño del pozo en el que se sumergió
desde que se hizo parte de las redes corruptas de la derecha española, pero
estaba equivocado. Hay todavía nuevos subsuelos que explorar, alcantarillas
más profundas, sentinas más novelescas. Con la fundación que le bancaron los
dineros de la corrupción del Partido Popular, Vargas Llosa -convertido otra vez
en aquel Varguitas huachafo que tan bien describió la tía Julia- organiza en
Quito un debate sobre los peligros que amenazan a la democracia y para hablar
de asunto tan importante invita, entre otras personalidades, a Keiko Fujimori.
¿Qué tiene que decimos Keiko Fujimori sobre ese tema? Pues bastaría con que contara, brevemente, la vida sucia de su padre, o que decidiera hablar de su propia vida de primera dama trucha sostenida con dinero que le daba Montesinos. También, para ser justa y equitativa con el resto de la familia, podría hablar de la miseria moral de su hermano Kenji, del carácter de traficante de divisas y encubridor de dineros negros de su tío Víctor Aritomi, o de la naturaleza de picabolsos crónica de su tía Rosa. Y quizá debería añadir la experiencia de su amigo del alma Jaime Yoshiyama, capo de la Yakuza limeña y exsecretario general de la pandilla. ¡Cuántas historias por contar!
¿Cómo puede haber
llegado Vargas Llosa a estos niveles?
No me sorprende. Si el
mal gusto conduce al crimen, como decía Saint John Perse, el neoliberalismo
adoptado como religión pagana y obsesión maniaca resbala hacia el fascismo.
Vargas Llosa no vive en
el Perú. Es un marqués español que carga con un hijo que tiene habilidades
diferentes y que es el que lleva el amplificador, la mensajería y la
intendencia. Su interés no es que el Perú se salve del comunismo, peligro que
no es ni siquiera remoto en este momento, sino que el Perú no se salga del
modelo.
¿En qué consiste ese
modelo? En primer lugar, en seguir siendo los churrupacos de toda la vida
uncidos al carro victorioso de los Estados Unidos. En segundo lugar, en
preservar la Constitución fraudulenta de 1993, obtenida con tanques, trampa
electoral y deserción de las fuerzas políticas más importantes de aquella
“asamblea constituyente”. En tercer lugar, en condenar a los pobres del Perú a
una discriminación permanente. En cuarto lugar, en satanizar el Estado, excepto
cuando se trata de salvar a bancos privados de la bancarrota o de subsidiar la
minería con impuestos bajos. Y podríamos seguir, pero sería aburrido. La
síntesis es esta: el “modelo” que defiende Vargas Llosa es aquel que te hace
creer que vas rumbo a la OCDE, apuradito al desarrollo, ufano a la comunidad
de países exitosos, cuando, de pronto, maldita sea, surge una pandemia y se te
caen pantalones y calzones y todo el mundo ve que no tienes sistema de salud,
no tienes Estado ni para las emergencias, no tienes sino desigualdad guardada
bajo la alfombra. ¡Eras una farsa y te descubrieron!
Ahora se ve que Vargas
Llosa fue un fujimorista encubierto. Le dolió, sí, la derrota, pero, en el
fondo, jamás le molestó que el chino de la yuca y del tractor hiciera con el
Perú lo que Reagan y la Thatcher le recomendaban hacer a la servidumbre mundial.
Lo único que le importa
al marqués de “Hola” es que el Perú no desacate el orden impuesto y que la
derecha peruana no se vea enfrentada a una poderosa alternativa distinta. Por
eso apoya a Duque, a Lasso, a Keiko Fujimori.
Si para mantener la
situación, deben salir los uniformados y sus fuegos, pues que vengan y
disparen. Vargas Llosa prefiere la sangre al intento de algún cambio. Por eso
opta por quien como Keiko, más allá de compromisos firmados y promesas
solemnes, representa la mano dura de una nueva alianza entre civiles
conservadores y militares corrompidos, coalición que fundaron Alberto Fujimori
y Vladimiro Montesinos en 1990.
Mi amigo Víctor Hurtado
me envía esta frase: ‘Yo votaré por Pedro Castillo ya que prefiero la
incertidumbre al crimen”. Quizás sea cierto. Castillo es la cólera en tropel y
mal hablada y un gobierno suyo puede ser un desastre. Pero sabemos que de
Castillo podemos libramos y que entre sus escasas facultades no está la de
deglutir instituciones, cambiar minorías en mayorías o depravar a la justicia.
Todo el ADN del fujimorismo,
que Keiko Fujimori interpreta con pasmosa minuciosidad, está signado por la sordidez.
Con el fujimorismo no es posible hablar de combates democráticos, polémicas
congresales, pugna de poderes. Su padre la amaestró en el arte dudoso de
infectarlo todo para gobernar sin sobresaltos. Y eso es lo que respalda el
señor Vargas Llosa a estas alturas de su vida.
Dicen que el
antifujimorismo es producto del odio.
No es cierto.
El antifujimorismo es un
mecanismo de defensa cuyo propósito es preservamos como país.
Si amas a este país
desgarrado, contradictorio, tantas veces intolerable, entonces lo que debes
hacer es no votar por quienes lo hicieron peor y aun ahora lo quieren
empeorar. Porque no olvidemos que, como lo demuestra Vargas Llosa, siempre es
posible ahondar en la infamia.
El fujimorismo no es una
corriente política ni una doctrina de derecha. Si eso fuera, merecería todos
los respetos. El fujimorismo surgió ante el fracaso de los partidos y el reto
sanguinario que Sendero Luminoso había planteado a la sociedad peruana. Pero
lo que pudo ser una emergencia justificada, un paréntesis autoritario de
estirpe romana para reconstruir el país, Fujimori lo convirtió en cheque en
blanco y, a partir de esa autorización presunta, construyó un régimen que no
tuvo límites ni escrúpulos y que destruyó el poco tejido institucional que nos
quedaba después de la experiencia de García y la guerra impuesta por el
senderismo.
Fujimori pudo ser el gran presidente que nos reconcilió con la economía real y que detuvo el andar de Sendero. Pero rechazó esa idea y enfermó de mesianismo. Luego entendió que una manera de prolongarse en el poder era corrompiéndolo todo y corrompiéndose a sí mismo. El resto es la historia que podría escribir Vladimiro Montesinos y que podría suscribir Keiko Fujimori, la mujer que reemplazó a su madre cuando esta fue expulsada de Palacio después de denunciar la venta clandestina de ropa donada y la apropiación ilícita de millonarias donaciones venidas del Japón.
El fujimorismo no es un
partido político. Con el patriarca Alberto Fujimori llegó a ser -a las
pruebas judiciales me remito- una banda de asaltantes del Estado. Y con Keiko
reinando en el Congreso en 2016, el fujimorismo, con Becerril y Bartra a la
cabeza, fue lo que todos vimos: una corporación rencorosa que dio un golpe de
Estado blando y gobernó desde la plaza Bolívar, con todo lo que eso supuso
para la estabilidad democrática. ¿Se imaginan a esa gente -los Baca y las
Lozada- en Palacio de Gobierno?
Reto a Vargas Llosa a
que venga a vivir al Perú si es que su candidata favorita obtiene la
presidencia. Que venga con toda su nueva familia. Que deje Puerta de Hierro y
se instale en Barranco. Quizá allí pueda escribir, finalmente, algo parecido al
arrepentimiento. ▒▒
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