EL
LAGO
Omar Aramayo
Trescientas mil toneladas de agua por
hora, más, mucho más, pierde el Lago Titicaca, por evaporación. Así lo midió
Monheim, científico norteamericano invitado por la Universidad Nacional del
Altiplano, el año de 1966. Monheim, en realidad solo ratificó con métodos
cuantitativos la observación que el sabio Antonio Raymondi había hecho a
mediados del siglo diecinueve.
A Raymondi, le dijeron que el Lago
perdía gran cantidad de agua porque había un canal subterráneo que trasvasaba
esas aguas hacia Arica, de acuerdo a la vieja leyenda del Tunupa, cuya aventura
culmina en ese curso. De alguna manera se debía justificar la pérdida de tanta
agua, hasta entonces la leyenda había reemplazado a la explicación racional, de
la cual se percató el sabio.
Entre Nazca y el Lago se produce una de
las mayores radiaciones solares del planeta; si no existiera el Lago, el
Altiplano del Kollao, al que Arnold Toynbbe comparó en 1956, con la
altiplanicie de Turkestán, sería una tundra helada o un desierto como los de
Mongolia. La evaporación es un manto termo regulador.
Su protección permite la vida humana tal
como la conocemos, el desarrollo de una cultura que viene de tiempos lejanos
hasta los presentes, riquísima en expresiones de profunda espiritualidad; y de
flora y fauna única en el planeta. Verbigracia, el maíz lítico más antiguo
viene del anillo circunlacustre, del Cusco al norte Argentino, al cual el rey
Juan Carlos de España, cuando llegó a Lima, de cadete y uniforme azul y almorzó
en el Costa Verde, llamó Almendra de los Incas. Hago la cita no porque se trate
del rey, sino de la precisión del epíteto. Y eso se debe entre otros motivos a
la calidad del agua y por el clima.
Pero volvamos al Lago. Su fragilidad es
considerable y quienes se han detenido a mirar sus aguas, no su paisaje ni su
significado cósmico sino sus aguas, lo han hecho con codicia y sin la menor
consideración, sin amor, ni conocimiento de la realidad. En 1921 la Peruvian
Company, por “inspiración” de unos ingenieros argentinos realizó el primer
proyecto de irrigación para utilizar sus aguas. En los cuarenta el poeta
Alberto Cuentas escribió un opúsculo “visionario” sobre el tema. Pinochet
andaba loco por llegar al Titicaca y trasvasar sus aguas para irrigar las
áridas extensiones del norte chileno. Sin contar a otros aventureros.
Actualmente, se dice, que los
empresarios chilenos han comprado extensas pampas en Acora, hacia la cordillera
occidental, para plantar tubos que les permita escorrentía hacia los desiertos
del norte chileno; lo de la compra de los extensos terrenos es cierto, lo que
hay que comprobar es la implantación de tubos, cosa que si han hecho tacneños y
moqueguanos, liquidando así al caudaloso río Ilave, Huenque, o Blanco, como un
grave atentado contra el Lago, que año tras año baja el nivel de su caudal.
Como si fuera poco, en la última campaña
electoral, los señores Barrenechea y Kucinsky, prometieron al electorado
inculto, sacar las aguas del Titikaka para irrigar las costas del Perú. Vaya,
que la ignorancia es atrevida. Y el electorado inculto se deslumbra ante
cualquier promesa.
La URSS en su edad de oro, consigna en
uno de sus planes quinquenales la creación de un sistema de irrigaciones al
alrededor del lago Aral. Lo hicieron, y de qué brillante manera; pero a los
pocos años secó el inmenso lago, cuya extensión era de mayor extensión que el
Perú actual. Donde antes la brisa agitaba su hermosa superficie azul, hoy sopla
la arena del desierto y los barcos abandonados se despedazan en el viento.
Donde antes los pescadores bogaban de orilla a orilla hoy los camellos hacen su
tarea, sin una gota de agua del viejo lago para su sed. Y el sol saca pecho
ante la ignorancia de los humanos.
Lagos eutrofizados hay en todo el mundo,
la gran mayoría por la mano del hombre, por su desdén, por su creencia que son
eternos, el caso del Aral es el mayor ejemplo. En Puno y en La Paz se piensa de
la misma manera, que el lago, aparte de las funciones naturales, debe
convertirse en letrina y al mismo tiempo en fuente de turismo. Calambres,
calamares, pero que tal concha amables oyentes.
La gran Pakarina de los Incas está
permanentemente amenazada por los deshechos atómicos almacenados en Patacamaya,
que Bolivia, que en sus anteriores regímenes adquirió de la Argentina a cambio
de alguna dádiva. Recibe, además, agua de salmuera de las perforaciones
petrolíferas de Pirín, al norte del gran espejo, realizadas en los años
cuarenta y que al ser abandonadas no fueron selladas como se debe. Y por cierto
las aguas servidas de Juliaca, el mayor contaminante, de Puno, Copacabana y todo
el rosario de pueblos sentados en sus riberas. Y la gran cloaca que viene del
Alto de La Paz, los deshechos de un millón ochocientos mil habitantes, al otro
lado del lago.
Dreyer |
Puno, ciudad declarada por la UNESCO,
patrimonio inmaterial de la humanidad, por las creencias religiosas y
espirituales de la Festividad de la Virgen de la Candelaria (no por sus danzas,
como algunos prefieren creerlo) cada hora vierte toneladas de de aguas
servidas. Alfonsina Barrionuevo lo denunció en los años 80 en la revista Oiga, por
lo cual los agentes de turismo la declararon enemiga del turismo, en uno de sus
cónclaves en Iquitos, para encubrir la triste realidad.
Entonces la Bahía Interior de Puno está
enferma por la contaminación. Los habitantes de sus riberas, niños y ancianos especialmente,
sufren de enfermedades cutáneas, respiratorias, estomacales, y otras
desconocidas. Y el gas de metano envuelve a la ciudad como papel de chocolate,
una maldición al cubo.
En cada ciclo electoral los intrépidos
prometen solucionar el problema de la contaminación, pero una vez que se
sientan en el trono se olvidan de sus promesas, saludablemente para ellos.
Luego de cinco años vuelve la ventolera, y como si fuera cosa del diablo los
muchachos creen como si tuvieran cinco años y les ofrecieran un chupetín. Las
autoridades de Puno, en estos días, que ya se van, quieren olvidar, que pase el
tiempo veloz y se lleve las promesas. Al presidente, los congresistas,
ministros, les interesa un pepino. La población no tiene conciencia del
desastre que se avecina.
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