viernes, 29 de agosto de 2025

HILDEBRANDT COMENTA EL GENOCIDIO EN GAZA

 GAZA EN EL CORAZÒN

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 747, 29AGO25

T

odos somos gazatíes hoy. O debíamos serlo.

Todos debiéramos estar en esa franja viendo qué comeremos, qué nuevo muerto enterrare­mos, qué niño saltará en la próxima explosión, qué huérfano repentino hará preguntas que no se pueden contestar, qué periodista dejará de tomar fotos o grabar con su cámara.

Gaza es la joya de la corona en la cultura de la muerte que por fin se im­puso.

Esa cultura había hecho ensayos generales, simula­cros de vastedad, manio­bras conjuntas de bombas de racimo.

Pero Gaza es su obra maestra.

No hay crueldad que no se haya ensayado en ese territorio diminuto. No hay salvajismo que no se haya practicado. No hay maldad que no se haya ver­tido. No hay sadismo que no se haya expuesto.

Y luego están las pala­bras, los dichos funerarios del nazismo israelí, de algunas de sus autoridades, de más de un presentador de la TV oficialista: el aliento a que se siga matando, el reclamo de que no se tenga piedad, la solicitud de un exterminio censal.

Gaza es la muerte en todas sus variantes. Si te hieren de mala manera, la muerte viene lenta, infecciosa, arrastrándose entre pestilencias. Es que no hay medicinas y sólo un hospital está todavía en pie. Y el ejército israelí ha matado a más de 200 mèdicos y a más de mil trabajadores sanitarios.

Si el hambre te hace acudir a uno de esos centros de distribución de alimentos organizados por Israel, corres peligro de que te disparen. Médicos sin Fronteras ha llamado a esta operación de francotiradores “matanza orquestada”.

De modo que lo mejor que te puede pasar en Gaza es que te mueras de modo fulminante. Y para eso están las bombas, los drones, los tiros de precisión. Una muerte rápida te extraerá del infierno del que no podías escapar porque el occidente podrido no quiso oírte.

Nos hicieron creer que vivíamos en un mundo donde si eras Milosevic tenías tu castigo.

asesinatos ya frecuentes

Pero no nos dijeron que si te apellidabas Netanyahu podías matar a 70,000 palestinos, dejar en es­combros Gaza, bombardear hospitales y ambulancias, matar a niños con tiros en la cabeza y celebrar esa masacre con una sonrisa de vencedor ensangrentado.

No nos dijeron que había dos raseros, dos miradas, dos clases de difuntos, dos niñeces.

¿Pagarán algún día lo que están ha­ciendo?

No lo sé. Lo más probable es que no tengan que pagar nada porque los po­derosos se encargarán de que el olvido haga lo suyo. Y a Ne­tanyahu le importa poco la censura moral, el descrédito, su propia condición formal de criminal de guerra.

Siempre aprecié a Israel y jamás estuve con quienes decían que debía desaparecer. Cuando en 1980 entrevisté a Arafat en Líbano, en plena guerra civil, lo hice enojar de tal modo que cortó la entrevista y me despidió con un mal gesto.

No he dejado de tener en cuenta que Einstein, Freud o Marx fueron judíos. Y que mi grande y querido amigo Isaac Bigio es uno de esos judíos dignos que están contra Netanyahu y denuncian el genocidio.

Pero la Europa de la hipocresía y el neofascismo y los Es­tados Unidos -esa Roma lumpen que llama a los bár­baros- están con el gobierno asesino de Israel. Netanyahu ha devuelto a los israelíes a la época del terrorismo de la Hagannah, el Stem o el Irgún: las raíces salvajes de un Estado concebido sobre el despojo y la desaparición de los palestinos.

Hoy no sólo se les quita los olivos, los animales y las casas en la Cisjordania inva­dida por sicarios que creen hablar en nombre de David. Hoy se les mata con la auto­rización de la Unión Euro­pea y el contento del capo de los aranceles que retoza en Washington.

Gaza es Guernica a la N potencia. Es Auschwitz vía satélite. Es Nankín. Es el desastre moral de un mundo que la codicia corrompió hasta la médula.

De tanto verla, de tanto frecuentarla, de tanta sangre sal­picada, nos acostumbramos a la muerte. Gaza es una dosis aturdidora para esa adicción. Jamás imaginé que el Estado fundado por los judíos sobrevivientes del holocausto organizado por Hitler y su banda adoptaría la política de sus verdugos. Si el Tercer Reich se levantara otra vez, demandaría a Israel por derechos de autor. <+>

 

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