FRAGMENTACIÓN PARTIDARIA EN EL PERÚ:
EL PROBLEMA NO ES CUÁNTOS, SINO QUÉ TAN FUERTES
Noelia Chávez Ángeles
EL SALMON https://www.elsalmon.info/post/
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E |
n el Perú,
hablar de política suele ser sinónimo de hablar de crisis. Crisis de
representación, crisis de partidos, crisis de confianza. Y, cada cierto tiempo,
cuando se anuncian elecciones, reaparece la misma alarma: “hay demasiados
partidos”. Hoy tenemos más de 40 agrupaciones inscritas. El diagnóstico común
es que el exceso de partidos genera caos, dispersa el voto y condena al país a
gobiernos débiles. Sin embargo, esa mirada puede ser engañosa. El problema no
es cuántos partidos tenemos, sino qué tan fuertes son esos partidos y cuánta
capacidad tienen para canalizar políticamente el malestar ciudadano.
También
importa que sus líderes tengan capacidad de coordinación interna y con otros
actores políticos, así como capacidad de intermediación entre las demandas
ciudadanas y los espacios de poder, para no solo ganar elecciones sino cumplir
su rol de representación [2]. Si existen partidos con al menos estas
características en algún nivel, aunque haya cien inscritos, la contienda
electoral mejora y se reduce a un puñado de opciones reconocibles y capaces de
gobernar.
El Perú,
sin embargo, no tiene eso. Aquí todos los partidos son débiles. Lo que llamamos
partidos son en realidad vehículos electorales, plataformas creadas alrededor
de caudillos o intereses particulares, sin vida orgánica ni capacidad de
representar a sectores sociales. Incluso Fuerza Popular o Alianza para el
Progreso, que suelen verse como los más “estables”, aún no cumplen con las
condiciones mínimas para articular un proyecto duradero y legítimo [3]. El
resultado es que cada elección se convierte en una ruleta: cualquiera puede
llegar al poder, pero nadie tiene legitimidad suficiente para gobernar con
respaldo amplio.
Este es el
primer gran problema del tipo de fragmentación con actores débiles que tenemos:
los partidos que llegan al poder encabezan gobiernos elegidos con una base
social reducida. Presidentes y congresos sin legitimidad, en constante riña,
muy inestables e incapaces de construir consensos. Y de esa debilidad se deriva
un segundo problema, todavía más grave: la política y la democracia se vacían
de contenido, no por la concentración autoritaria del poder, sino porque se
diluye al no tener actores con capacidad de sostenerla [4].
En ese
vacío, cuando no hay partidos capaces de ejercer contrapesos o representar
intereses sociales de manera institucionalizada, se abren las puertas para que
más actores débiles entren a contienda, pero sobre todo, y lo más preocupante,
es que se deja que actores ilegales, informales e incluso criminales penetren
las instituciones del Estado.
La evidencia
reciente lo muestra. En los últimos años hemos visto cómo redes vinculadas a
economías ilegales o al clientelismo corrupto han capturado espacios
municipales, gobiernos regionales e incluso instancias del Ejecutivo y el
Congreso. En democracias con partidos relativamente fuertes, estos funcionan,
mal que bien, como una suerte de barreras frente a poderes paraestatales:
marcan límites, disputan recursos o incluso negocian y llegan a acuerdos con
estos sectores. En un contexto de partidos débiles, esas barreras desaparecen.
La gobernanza criminal encuentra terreno fértil [5], y la ciudadanía termina
viviendo sus consecuencias más visibles: la inseguridad y miedo constantes.
El
escenario que tenemos de cara a las elecciones de 2026 refleja esa precariedad.
Tres caminos son posibles. El primero, el más probable, es que la fragmentación
extrema divida tanto el voto que acceda al poder un partido con aún menos
legitimidad que sus antecesores. El azar podría colocar a cualquier agrupación
débil en el Ejecutivo o el Congreso, repitiendo, o incluso agravando, la
situación actual, así como la penetración de economías criminales.
El segundo escenario era la posibilidad de concretar alianzas electorales amplias que ordenen mejor la oferta política y sirvan como atajos cognitivos para el elector. Sin embargo, hay muy pocas, los actores políticos no las encuentran convenientes para sus intereses y las alianzas entre actores débiles también producen alianzas débiles [5]. Y un tercer escenario, menos probable pero no imposible, es que al menos uno de esos más de cuarenta partidos decida incorporar inicialmente alguna de las características señaladas, logre diferenciarse del resto y capitalice el descontento con un proyecto más o menos convincente. Sería algo así como una “isla de eficiencia” en medio del desorden, algo titánico pero matemáticamente posible.
Más allá de
cuál de esos escenarios se concrete, lo central es entender que la solución no
pasa realmente por reducir el número de partidos. La obsesión con poner más
filtros legales o exigir alianzas artificiales no resolverá el problema de
fondo. Lo que necesitamos es que algunas organizaciones desarrollen capacidades
reales para atender a las demandas de hoy. Dicho de otra manera: que los
partidos dejen de ser cascarones vacíos controlados por caudillos o máquinas
burocráticas rígidas cuyo único fin es ganar elecciones a cualquier precio, y
se conviertan en estructuras nuevas capaces de organizar, transmitir valores, y
articular demandas sociales.
¿Cómo
lograrlo? En un mundo convulso, con ciudadanías móviles, descreídas y que se
expresan en las calles antes que en las urnas, pensar fuera de la caja es
indispensable. Nuevas formas de partido pueden combinar burocracias mínimas con
flexibilidad, permitir militancias múltiples o parciales, abrir sus listas a
liderazgos sociales y juveniles, y ser permeables a demandas que hoy emergen en
colectivos, asociaciones y plataformas digitales. Se trata de construir
partidos que funcionen como nodos de articulación, no como castillos cerrados.
Traducido al terreno práctico: diálogo constante con organizaciones sociales,
renovación de cuadros desde las bases, mecanismos de ingreso flexibles que
permitan la colaboración sin exigir militancia estricta, y una
profesionalización de la lectura de las demandas ciudadanas para traducirlas en
narrativas claras, nuevas mitologías y proyectos comprensibles para todas las
personas.
El reto es
monumental porque construir organización en el Perú ha sido históricamente
difícil. La debilidad institucional es un rasgo estructural que atraviesa al
Estado y a la sociedad. El sistema de partidos peruano es de los más volátiles
y desinstitucionalizados de América Latina⁷. Pero la dificultad también abre
una oportunidad: si lo que tenemos no funciona, podemos crear de nuevo. El
problema es que hasta ahora ningún partido ha mostrado señales claras de poder
hacerlo.
No se trata, entonces, de imaginar la próxima elección como una carrera entre más de 40 siglas irrelevantes. Se trata de preguntarnos si alguna de esas organizaciones puede transformarse en un partido de verdad. Uno que articule intereses, que tenga capacidad de convencer a sectores amplios de la ciudadanía y que recupere la política como un espacio legítimo de disputa democrática. Porque, al final, lo que está en juego no es solo quién gana las elecciones, sino si dejamos la política en manos de organizaciones débiles que abren la puerta a poderes criminales, o si apostamos por reconstruir la representación en serio.
Quizá sea
un escenario difícil, pero no imposible. La política peruana, tantas veces
reducida al cortoplacismo, necesita recuperar la ambición de construir futuro.
Y ese futuro pasa por re-pensar a los partidos como actores claves de la
democracia y evaluar si aún pueden ser algo más que cascarones vacíos para
convertirse en vehículos de representación capaces de organizar, en alguna
medida, a un país cansado, incrédulo y golpeado por la desconfianza. No importa
si son 40 o 100. Importa si alguno se atreve a ser diferente.
Notas al pie
[1] Hale, H. E. (2006). Why
Not Parties in Russia? Democracy, Federalism, and the State. Cambridge
University Press. https://doi.org/10.1017/CBO9780511756276
[2] Luna, J. P., Rodríguez, R.
P., Rosenblatt, F. & Vommaro, G. (2021). Political parties, diminished
subtypes, and democracy. Party Politics, 27(2), 294–307. https://doi.org/10.1177/1354068820923723
[3] Vergara Paniagua, A., &
Augusto Meléndez, M. C. (2021). Fujimorismo and the limits of democratic
representation in Peru, 2006–2020. En J. P. Luna, R. Piñeiro Rodríguez, F.
Rosenblatt & G. Vommaro (Eds.), Diminished Parties: Democratic
Representation in Contemporary Latin America (pp. 236–263). Cambridge
University Press. https://doi.org/10.1017/9781009072045.012
[4] Barrenechea, R. &
Vergara, A. (2023). Peru: The Danger of Powerless Democracy. Journal of
Democracy, 34(2), 77–89. https://doi.org/10.1353/jod.2023.0015
[5] Trejo, G., & Ley, S.
(2020). Votes, Drugs, and Violence: The Political Logic of Criminal Wars in
Mexico. Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/9781108894807
[6] Boyco Orams, A., Gálvez
Pasco, Á., Peña Jiménez, O., Sosa Villagarcía, P., Velazco Muñoz, A., &
Vilca Arpasi, P. (1 de agosto de 2025). ¿Son las alianzas electorales una
solución para el sistema político peruano? IEP — Instituto de Estudios
Peruanos. https://criticaydebate.iep.org.pe/noticias/son-las-alianzas-electorales-una-solucion-para-el-sistema-politico-peruano/[7]
De la Cerda, N. (2025). Cueing Without Parties: Experimental Evidence from
Peru. Political Behavior. Publicado el 20 de junio de 2025. https://doi.org/10.1007/s11109-025-10059-x



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