sábado, 27 de enero de 2024

PARA LA HISTORIA POLITICA DEL PERU

 NO ME QUITES

MI CARAMELO

En una demostración casi psiquiátrica de inconsciencia moral y ceguera política, la autora mediata de 49 muertes fue a Ayacucho a repartir golosinas. La mecha estaba prendida y los servicios de inteligencia se lo habían advertido

Ricardo Velazco

Hildebrandt en sus Trece Nº 670 26ENE24

D

ina Boluarte estaba avisada: varios reportes de inteligencia habían adver­tido de los riesgos de un viaje a Ayacucho. Uno de los informes es de hace tres semanas y lo elaboró la Di­rección de Inteligencia (DI- RIN) de la Policía Nacional. El documento tiene carácter de reservado y señala explí­citamente que los viajes de la presidenta a Puno, Ayacu­cho, Apurímac y Junín son de “alto riesgo”, dice a esta publicación una fuente de la comandancia general de la PNP. La Dirección Nacional de Inteligencia (DINI) tam­bién emitió varios reportes similares. Los pronósticos policiales se cumplieron y en Palacio aprovecharon para sacarle el jugo al apa­nado ayacuchano.

Al día siguiente de la agresión, Boluarte ordenó el despido intempestivo del jefe de la DINI, el general (r) PNP Roger Arista. Lo reemplazó el contraalmirante (r) Luis García Barrionuevo.

Fuentes del entorno de confianza de Arista señalan que la razón de su despido no fue la agresión presidencial. Se trataría de una exigencia del hermanísimo de la pres­identa, Nicanor Boluarte. “Nicanor siempre reclamaba que Arista reportaba a Otárola y no le daba información a la presidenta. Que era un empleado del premier y que los últimos reportajes sobre el partido político y los pre­fectos venían de la DINI. Por esa razón, se habría colocado a Luis García, quien trabajó en proyectos mineros en Cajamarca, una de las áreas de influencia del hermano de la mandataria”, señala la fuente.

Boluarte también expecto­ró al excomandante general de la Policía Jorge Angulo acusándolo de “negligencias muy graves en el comando de la institución policial”. La resolución de despido lleva la firma de la presidenta y del ministro del Interior Víctor Torres. El general Angulo denunció que la agresión de Ayacucho fue una coar­tada para removerlo. “Todo apunta a que esos cambios buscan acabar con el equipo policial del coronel Harvey Colchado que investiga al poder”, señalan en el círculo del defenestrado general.

Boluarte acudió a Ayacucho el pasado 20 de enero por invitación de la ministra de Vivienda Hania Pérez de Cuéllar. El tour se organizó para inaugurar dos obras de agua y saneamiento. De ar­mar la portátil que aplaudió a la jefa de Estado durante el paseo se encargó el gober­nador Wilfredo Oscorima. Aunque el ambiente era ten­so, todo parecía ir según lo planeado cuando, en medio del recorrido, Ruth Bárcena e Hilaria Ayme, ambas honda­mente afectadas por la masa­cre de Ayacucho perpetrada por el Ejército en diciembre del 2022, aprovecharon las deficiencias del cordón policial que protegía a la mandataria y la agredieron físicamente.

Ruth Bárcena es la pres­identa de la Asociación de Víctimas y Heridos del 15 de diciembre del 2022. Hilaria Ayme es la tesorera.

“Ya le habíamos gritado asesina, pero ella nos miró y se rio. Yo me acerqué porque fue la única manera de decir­le que yo era la que estaba gritando, que estaba espe­rando justicia”, relata Ruth Bárcena, quien, tras romper el cerco de seguridad, jaloneó del brazo a Boluarte. Dice que mientras la zarandeaba le exigió explicaciones por el crimen de su esposo.

La Fiscalía Penal de Ayacucho le abrió un proceso a Bárcena y le imputó el delito de obstrucción a la función pública.

“Hace 29 años nací en el distrito de Ocros, en Huamanga. Mi familia es de ag­ricultores. Tengo parientes a los que el Ejército desapareció durante los ochenta y mi fa­milia siempre habló con bas­tante temor sobre ese tema”, cuenta Bárcena.


A su marido, Leonardo Hancco, lo conoció en el 2012. Él había llegado a su pueblo buscando trabajo. “Nos hici­mos amigos, intercambiamos números de teléfono y comen­zamos a hablar. Luego nació el sentimiento de amor”, recu­erda la dirigente. Se casaron y tuvieron una hija.

“Durante la pandemia mi esposo se quedó sin tra­bajo, así que incursionó en el transporte de pasajeros”, dice Bárcena. Le fue bien y no tardó mucho tiempo en convertirse en uno de los lí­deres del gremio en la zona.

“Yo le increpé porque no me interesaba el tema políti­co. Él comenzó a participar de los paros para pedir que el combustible baje de precio”, recuerda su viuda.

El primer paro en el que participó Hancco tras la im­plosión del régimen de Cas­tillo fue para condenar las dos muertes en las protestas contra Boluarte en Apurímac.

El 15 de diciembre el di­rigente salió a la calle con un cartel que decía “Nueva Constitución”. “Nosotros vivíamos a cinco cuadras del aeropuerto. Yo me enteré que a él le habían disparado cuan­do entré a una transmisión de Facebook y vi que lo esta­ban cargando. Salí a buscarlo y en el camino vi a soldados disparar”, dice Bárcena. Ella entonces estaba embarazada de gemelos.

Hancco fue trasladado al hospital con un balazo en el tórax. Falleció dos días después. Al shock de la muerte de su marido, Bárcena sumó otra doble pena: sufrió un aborto y perdió a los gemelos que estaba gestando.

“La asociación de víctimas se formó el 27 de diciembre y me eligieron presidenta porque era la más joven. Yo no sabía hablar en público, ni siquiera sabía arengar”, cuenta Bárcena.

La dirigente señala que asumir la presidencia de la asociación le trajo represali­as. “En enero dos personas de civil se metieron a mi casa, me golpearon y me interrogaron sobre la toma del aeropuer­to y de las instalaciones de la Sunat. En mayo, en Lima, ‘La Resistencia’ me acusó de terrorista”, dice la viuda de Hancco.

En agosto Bárcena pasó a la ofensiva y acudió al teatro municipal de Huamanga para encarar a la entonces Fiscal de la Nación, Patricia Benavides. “¡Estarás feliz de que haya im­punidad, maldita! ¡Lárgate con tu presidenta!”, le gritó a Benavides.

“La gente de la asocia­ción estaba muy enojada. Hace unos días el gobierno premió con ascensos a los oficiales a cargo de las op­eraciones durante los paros. Cuando se enteraron de que la presidenta pensaba viajar a Ayacucho, planearon emitir un comunicado, pero al final cada familiar actuó por cuen­ta propia”, dice Henry Merca­do, abogado de la asociación de víctimas.

El pasado 20 de enero se enteró por televisión que Bo­luarte acababa de aterrizar en Ayacucho. Inmediatamente decidió ir a su encuentro. La acompañó Hilaria Ayme, madre de Christopher Ra­mos, el adolescente de quince años también asesinado de un balazo en el tórax el 15 de diciembre del 2022. Fue Ayme quien se acercó a Bo­luarte por la espalda y puso a prueba la entintada cabellera presidencial.

“Yo nací hace 39 años en Pampa de la Quinua. Durante el terrorismo, el Ejército se metía a nuestra casa para pegarles a mi papá y mis hermanos may­ores”, recuerda Ayme.

Madre soltera de cuatro hijos a los que sacó adelante vendiendo salchipapas, Ayme está acostumbrada a lidiar con la adversidad. “Logré comprar un terreno y luego vivimos en una choza hasta que hicimos cuartos de ado­be”, dice.

Su hijo Christopher la ayudaba trabajando en el cementerio y cuidando a sus hermanos cuando ella salía a vender comida. Ayme, que ahora subsiste trabajando en chacras y lavando ropa, to­davía está pagando la deuda de 10 mil soles que contrajo para el entierro de su hijo.

Durante algunos meses, la gestión de Oscorima la contrató como vigilante noc­turna, pero fue despedida en noviembre pasado.

Ayme dice que lo que más la indignó del viaje de Bolu­arte fue el tono festivo del evento. “Pasamos el círculo de seguridad aprovechando varios huecos entre la gente. Yo estaba gritando que me devuelvan a mi hijo cuando vi que Ruth ya se había acerca­do a Boluarte, los agentes de seguridad la habían arrinco­nado y la estaban golpeando. Por eso yo entré a jalarle, pero me cargaron y me llevaron”, recuerda Ayme. <>

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