viernes, 26 de enero de 2024

OPINION: HILDEBRANDT SOBRE FUTBOL PERUANO

 GARECA NOS HA HECHO UN FAVOR

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 670, 26ENE24

R

icardo Gareca, el tigre, entrenará a los fut­bolistas chilenos que compiten por una plaza para el próximo Mundial.

¿Cómo?

¿No era que el Perú era su segunda pa­tria, su bandera alternativa, su cuna por adopción?

No, hombre. Gareca es un hombre prácti­co, el fútbol es un negocio y Chile si­gue siendo, de mil maneras, el perro obstinado que va oliendo nuestras huellas. Nos odia pero sigue el ras­tro del amo varias veces mordido.

¿Traidor Ga­reca?

Nada de eso. Firmó por Chile porque le ofrecieron lo que quería mientras que aquí el triste Agustín Lozano apostó por un uruguayo que sacó el primer puesto en la liga de porquería que padecemos.

Si habláramos de traiciones, tendríamos que citar a Carlos Saúl Menem, el presidente que, violando leyes internacionales, le fio armas largas y artillería al Ecuador en plena guerra del Cenepa. Esa sí que fue plena ingratitud si recordamos lo que el Perú hizo por Argentina en el conflicto de Las Malvinas. Menem fue el compadrito de una casa rosada donde el peronismo se depravó y salió a hacer la calle disfrazado de neoliberalismo venéreo.

Chi-chi-chi  !!!    le-le -le !!!!

Menem fue, mirado en perspectiva, el padre putativo de Milei.

No es el caso de Gareca. Gareca no puede traicionar porque para eso se necesita un compromiso auténtico, un yugo voluntario, una lealtad surgida de ciertos va­lores. Los entrenadores, como las canchas, se alquilan. Nadie le pide al césped que sea fiel a alguna bandería.

Tengo una relación complicada con el fútbol. Me cautiva como entretenimiento, amo su ciencia, celebro sus misterios, me emocionan sus velocidades y su aspecto de ajedrez sudado. Y, al mismo tiempo, sé que es, cada día más, un negocio turbio, una cochinada chauvinista, una devo­ción comarcal, un modo neroniano de evitar maldades mayores. Para no matarse otra vez, los europeos gritan y cantan himnos en las tri­bunas de los estadios. El clásico Madrid-Barcelona es la batalla del Ebro en camiseta.

Gareca nos na hecho un favor. Al aceptar dirigir a la selección de Chile nos está recordando lo idiotas que podemos ser. Y es bueno que de vez en cuando alguien como él, con el tamaño de icono de su sombra, nos refriegue en la carota la ingenuidad siempre infantil que nos hace ri­dículos y vulnerables.

Gareca va a Chile con un conocimiento que debe haber encarecido su contrato: sabe de nuestros pies de barro, es un biógrafo de las virtudes y miserias de todos los Orejas y los Cuevas de este reino, tiene el GPS del ánimo en el camarín, investigó al monstruito desde dentro. Y Chile es un rival directo en las eliminatorias mundialistas y el primer escollo en la Copa América de junio próximo.

Gareca se ha vendido en el momento exacto y al pre­cio que vale su experiencia con el once peruano. Chile ha compra­do un know how con buzo puesto y su propósito tiene historia: asegurarse, esta vez, de no que­dar por debajo del Perú. La mi­rada siniestra de Arturo Vidal y su emoticón festejando nues­tra derrota ante Australia eran piezas sueltas. Ahora el rompecabezas está completo. Tiene la cara de un survecino siempre rencoroso que a la chirimoya le dice chilemoya y que asegura que el pisco no es de estos lares, que la papa ancestral es de Chiloé, que la quinua nadó de sus entrañas, que la causa criolla fue creada en Santiago y que hasta el suspiro limeño es por lo menos binacional.

¿Traición de Gareca? Nada de eso. Negocio, money, faltriquera, hacienda, transacción, cálculo, tintineo, ven­tanilla, billete, arruga, efectivo, divisas, guita, pasta, bolsa, peculio, caudal, morlacos, cash, perras, numerario, patri­monio. En resumen, Scotiabank. Hablemos en serio.  <>

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