ESPECIE EN EXTINCIÒN
César Hildebrandt
En HILDEBRANDT
EN SUS TRECE Nº 648, 11AGO23
P |
ertenezco a una especie
en extinción. Soy un lobo de Tasmania, un pájaro Dodo, un periodista que hace
todo lo posible (muy raras veces está en las cercanías de lograrlo) por
rendirle un discreto homenaje al idioma castellano.
Hoy la prensa es un
condado del reino de la ley, un expediente, la data de un secretario de juzgado.
El júbilo de muchos periodistas de investigación es encontrar la página
pertinente de la resolución decisiva del fiscal protagónico. Por eso muchos textos
tienen ese aspecto entrecomillado y amarillento tan frecuente en las
escribanías. Por eso es que la prensa de hoy, en general, parece un saqueo
abogadil, un botín del ministerio público, la isla del tesoro de los penalistas
que hacen dormir apenas abren la boca.
Yo soy una foca monje
del Caribe: sigo amando a John Dos Passos y creyendo que hay que enamorar al
lector, que nada es mejor que escoger el término preciso, que hay música en
este idioma y que el asunto es tratar de encontrarla.
El periodismo es el
primer borrador de la historia, repetía Phil Graham a los que querían oírlo.
La frase no era suya pero la había adoptado como compromiso. Hoy en día muchos
han creído que el fundador del “Washington Post” moderno hablaba de un
“borrador” literal, un memo inhábil, un recuento crudo. No es así. Graham le
dio mucha importancia al estilo y ese fue uno de los factores de la conversión
de su periódico en un referente de la prensa norteamericana. Lo que su frase
repetida quería decir es que el periodismo es el prólogo de la historia. Como
se sabe, los prólogos suelen estar bien escritos. Antes que Heródoto hubo
cronistas locales que hicieron lo suyo.
El periodismo y la
literatura se amaron en pecado durante muchos años. Dado su parentesco,
hubiera sido incestuoso que se casaran, pero compartían lecho y mocedades.
Después vinieron los abogados y dijeron:
-Aquí faltan telarañas,
embrollos, mañas, jaquecas, remedos de sintaxis, oscuridades.
Y se infiltraron en
nuestro oficio de artesanos.
Después llegaron los
fiscales a puro grito:
-Aquí faltan el órgano
jurisdiccional, la pretensión civil, la penal, la investigación preparatoria,
las consecuencias accesorias.
Y se convirtieron en
nuestros proveedores.
Pero entonces llegaron
los jueces, que eran lo peor, y decidieron:
-Aquí falta todo. No están la numeración de los autos, las probanzas, los antecedentes de hecho, la masa argumental que sostiene el fallo.
Y entonces ellos fueron nuestros confidentes, los
padres de la prosa que el IPYS premiaba con plata de Odebrecht.
Yo soy un lobo de las
Malvinas. Soy un muerto. Pero sigo siendo alguien que cree en las historias
bien contadas, un sujeto de profesión lector, de muy esporádico ingenio y de
esperanzas magras.
Alguien, en suma, que
coge un libro bien hablado y siente el placer de las palabras, el encanto
avasallador de lo que convence a punta de belleza. Como cuando Pete Hamill, al
describir el aspecto ceniciento de los neoyorquinos que caminaban tras el
derribo de las torres gemelas, fraseó: “Una asamblea de fantasmas”, Eso es
todo. <>
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