lunes, 7 de agosto de 2023

COSTUMBRES DE MI TIERRA

SIRVINAKUY

EL CONCUBINATO INDIGENA EN TIEMPOS DE LA COLONIA

Roberth Medina Pecho

E

l sirvinacuy es una costumbre muy antigua de la zona de los An­des en América Latina. La cele­bran los descendientes de los incas, que ahora son en su mayoría campesinos. Se trata de una convivencia de los novios previa al matrimonio, que puede durar de seis meses a un año.

Después de este tiempo, el novio tie­ne que hablar con los padres de la novia y pedir permiso para casarse con ella. Si los padres están de acuerdo, se celebra una boda que consagra la unión entre los novios.

En los tiempos de la conquista espa­ñola, la Iglesia Católica intentó eliminar esta costumbre considerada poco cristia­na, pero no tuvo mucho éxito. Los indí­genas siguieron celebrando el sirvinacuy hasta nuestros días.

Actualmente esta costumbre no se celebra tanto como antes. Los descen­dientes de los incas viven sobre todo en­tre Perú, Bolivia y el norte de Argentina.

La celebración de esta costumbre de­pende de muchos factores, entre otros el estatus social de los novios.

Pero por ejemplo en Bolivia, donde hay una población importante de indíge­nas, el sirvinacuy tiene los mismos dere­chos que el matrimonio católico.

A lo largo de la expe­riencia colonial, las autoridades espa­ñolas -como parte el proceso colonizador- intentaron imponer e inculcar su estilo de vida.

Sin embargo, aun cuando muchos valores nativos y euro­peos se mezclaron, persistieron los ligados a asuntos tan perso­nales como "el amor y el sexo", de honda raigambre prehispánica, pese a las leyes y la asimi­lación de la doctrina católica. Entre esas costumbres está la cohabitación antes del matri­monio, conocida como sirvinacuy o tincunacuy, una práctica muy antigua considerada vital por los andinos para asegurar una compatibilidad sexual que conlleve a un matrimonio esta­ble, así como para determinar si la mujer era "buena trabajado­ra" y mejor cocinera, requisitos indispensables no sólo para la pareja en sí, sino también para la comunidad, pues, la familia era la "unidad básica de la vida comunal”.

Aportes recientes

Desde los primeros escritos de Luis E. Valcárcel, varios historiadores hablaron del concubi­nato y otras prácticas relativas a la sexualidad durante el período prehispánico. Pero es el historia­dor estadounidense Ward Stavig quien nos ofrece los acerca­mientos más precisos.

Ello resultó posible gracias a que consultó los registros le­gales y los manuales que utili­zaron los curas para confesar a los indígenas de Quispicanchis, Canas y Canchis, a fines del siglo XVII y durante el XVIII. Stavig explica que antes del "ma­trimonio de prueba” la pareja se dedicaba a cortejarse y experi­mentar sexualmente.

El compartir las mismas la­bores agrícolas (o de pastoreo) y las alegres fiestas comunales -acompañadas por el consumo de chicha- proporcionaban la oportunidad para los primeros encuentros sexuales fortuitos y la construcción de lazos afecti­vos.

Si la pareja tomaba la deter­minación de casarse, el hombre solicitaba el permiso correspon­diente a los padres de la mujer.

Si era consentido, el padre solía indicarle al pretendien­te los defectos de su hija a fin de evitar "que su hijo político se quejara o peleara si su hija era una 'mala mujer o floja" Si bien la Iglesia Católica toleró abiertamente las relaciones se­xuales esporádicas -y algunas veces duraderas- entre españo­les y mujeres indígenas (mas no con damas de su misma condi­ción social), la convivencia indígena previa al matrimonio no fue vista con buenos ojos, pues transgredía seriamente los valores del catolicismo.

Ya en 1550, según Carlos Romero, la orden de San Agustín en el Perú se quejaba de que los indios “tenían por costumbre, hasta hoy no hay quien se la quite, que antes de que se casarse con su mujer, la han de probar tener consigo".

Reacción de la Iglesia

A fin de erradicar dicha cos­tumbre, la Iglesia ordenó a los curas predicar en contra de los 'matrimonios de prueba” y lle­var a los inmorales ante las au­toridades religiosas.

Sin embargo, estas ordenan­zas no se cumplieron cabalmen­te en el hábitat rural.

Los curas utilizaron severa­mente sus "sermones y repri­mendas” para que los lugareños cambiaran de actitud, pero no los denunciaron.

En su reemplazo tomaron la autoridad en sus manos y obli­garon directamente a las parejas a casarse, encerrándolas en la iglesia hasta que accedieran al matrimonio.

En 1600, como muestran los archivos legales consultados por Stavig, las nativas de las comunidades de Canas y Canchis se quejaron del cura José Loayza, porque encerraba a parejas "en el Bautisterio de la Iglesia a fin de que se casen por fuerza: este hecho es público y notorio".

Rechazo tenaz

Resulta obvio que tales acci­ones fueron rechazadas tenazmente por los indígenas, quienes no hallaron mejor arma de de­fensa que denunciar a los curas que solían sostener relaciones sexuales con las mujeres solteras de la comunidad.

Ese era el caso en 1758, en Quispicanchis, del cura Juan de la Fuente y Centeno, acusado de tener varios hijos con una mu­jer, producto de su convivencia.

Al morir ella, un hijo con otra mujer salió a la luz cuando un testigo afirmó: "Es cierto y público que actualmente vive el dicho cura con escándalo de su pueblo y feligreses en concubi­nato con la hija de un sacristán". Aun cuando semejantes conflic­tos resultaban cotidianos, los in­dígenas siguieron aferrándose a sus tradiciones.

Tras el cortejo y el matrimo­nio de prueba (con cambio de pareja si la relación no funcio­naba), los casados asumieron "su posición de miembros activos" de la comunidad y fueron sexualmente fieles a sus cónyuges.

Trataron de mantener es­table su matrimonio, lidiar con problemas y separaciones, criar a sus hijos y cumplir con sus obligaciones, asegurando su re­producción biológica y social de acuerdo con las normas cultura­les de la época. Reglas vigentes en la actualidad. <>




 

  

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