viernes, 17 de febrero de 2023

MAS DE HILDEBRANDT SOBRE LA COYUNTURA POLITICA

 CADA DÍA MÁS FUJIMORISTA

Cesar Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 623 17FEB23

N

o puedo creerlo. La presidenta llama a un diálogo en palacio de gobierno y dice que ese es un paso decisivo para resol­ver la crisis.

Entonces va Keiko Fujimori y tiene una “reunión de Estado” con la señora que no quiere irse. Al salir, la señora Fujimori dice que la cita ha sido provechosa y usa el momento para aña­dir: “Que el señor Petro deje de meter su nariz roja en el Perú”. La prensa, más tarada que nunca, aplaude el apor­te internacionalista de la heredera. Después sale el repre­sentante de Somos Perú, que es una fábrica de alcaldes de tercera, y nadie le hace caso. ¿Qué podía hablar Boluarte con alguien de Somos Perú?

Al día siguiente la señora Boluarte conti­núa rehaciendo el país y recibe a César Acu­ña, analfabeto funcional que preside el parti­do Alianza para el Progreso. El señor Acuña, que ha ido acompañado de su hijo, cómo no, sale a decir que han hablado de la salud pú­blica y de la educación. Tangencialmente, menciona el asunto del adelanto de eleccio­nes. Después habla Avanza País, el otro sen­dero de Hernando de Soto, y confirma que si el Congreso no se pone de acuerdo, la señora Boluarte deberá gobernar, al lado del Congreso, hasta el 2026. ¿Y de qué hablaron Porky y la presidenta un rato después? ¿De lo bien que le hará a la causa el cierre del centro de Lima? ¿De la urgencia de meter bala otra vez en Puno? ¿De la necesidad de encubrir los crímenes de Ayacucho?

Mientras tanto, un generalito se atreve a amenazar a los puneños. Tiene gafas oscuras, habla como un oficial de algún escuadrón de la muerte salvadoreño. La prensa corporativa lo respalda y destaca sus palabras.

Todos los días, a cada hora, la derecha reconstruye un régimen que en nada se parece a la democracia y que tie­ne pinta de vástago putativo del fujimorismo. El apara­to judicial es ahora una extensión de la Dircote y las de­tenciones preventivas proliferan. Benedicto Jiménez, el matón del gánster Orellana, es entrevistado ahora como especialista en terrorismo y da consejos punitivos.

Nos estamos pudriendo por dentro. La señora Boluarte ha consentido que la derecha más predispuesta a la violencia tome el poder con ella de mascarón de proa. Es la vieja flota conservadora dispuesta a bombardear el país con tal de no soltar sus privilegios. Es la escuadra guanera y fantasmal que ha vuelto entre neblinas.

La señora Boluarte finge creer que hablando con los partidos zombis terminará con la película de terror que vivimos. Ese ni siquiera es el libreto tonto que algún Otárola, daga en mano, le pudo haber entregado. Esa es, sencillamente, una provocación.

Con la policía fascistizada, el ejército dando ultimá­tums, la Dircote señalando, el poder judicial en manos de jueces a los que sólo les falta el pasamontañas, la Fiscalía ralentizando las investigaciones sobre las masacres de Ayacucho y Puno, lo que tenemos es -otra vez- la máqui­na del tiempo. Esto ya lo vivieron nuestros antepasados. Este es el adn de nuestro fracaso como república: el pue­blo es enemigo si no se porta bien, las fuerzas armadas tienen balas dirimentes, la prensa se suma al orden y al orden y al progreso cuando las papas queman, amen carajo. Si fue siempre. 

El problema es que lo que funcionó ayer quizá no sea eficaz hoy. La receta del antiaprismo de los años 30 del siglo pasado parece anticuada. Hay demasiado sarro acu­mulado, demasiadas cuentas por pagar, demasiadas he­ridas abiertas. No es que la desigualdad sea un accidente en el Perú. Es que es una doctrina, un orden establecido, una cultura. Los criollos peruanos de la independencia prestada por argen­tinos, chilenos y grancolombianos creyeron, en su gran mayoría, que la indiada era un lastre demográfico. El racismo en el Perú se aprendió en la cocina, en el colegio, en las alcobas de los padres. De esa raíz maldita proce­den muros y agonías. De ese legado vienen las rabias provincianas que “preocupan” en Lima. Como si Lima no fuera miserablemente provincia­na. Como si Lima no se pareciera al Álamo antes del asalto final de Santa Anna.

La señora Boluarte carece de luces y por eso no entiende nada de lo que está ocurriendo. No tiene idea de la natura­leza de la crisis y de los desafíos que supone. La derecha le dijo que su papel era poner orden y le dio una escopeta. La señora jaló del gatillo y tiene un pie horadado. Ahora está en manos de Otárola, que se contagió de fujimorismo en la casa verde del humalismo. Otárola, la Dircote, los generalitos de gafas oscuras, los jueces nostálgicos de los 90: esos son los instrumentos. La jefatura sigue siendo la de la oligarquía, que no creó una nación pero sí impuso el miedo más inexplicablemente idiota: el de quienes defienden el orden que los asfixia, desdeña y embrutece.

La señora Boluarte podía haber renunciado con toda dignidad. Ahora va a tener que irse en el escarnio. Mateo Pumacahua cometió la felonía de combatir a Túpac Amaru pero tuvo tiempo de reivindicarse sumándose a la rebelión de los hermanos Angulo. A la señora Boluarte le faltará tiempo para intentar la desinfección. ▒▒



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