César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN
SUS TRECE Nº 612, 18NOV22
C |
aín fundó la estirpe.
Keiko Fujimori es descendiente de ese linaje.
“Que se joda”, exclamó la jefa de la organización
Fuerza Popular refiriéndose a su hermano Kenji. Le habían preguntado si no era
excesivo publicar los videos que demostraban que Kenji había incurrido en un
delito para lograr la libertad de su padre, condenado a 25 años de prisión. Que
se joda”, dijo esa cisterna de veneno y frustración.
Y efectivamente, se jodió. Esta semana condenaron a Kenji Fujimori a más de cuatro años de prisión efectiva, pena que deberá cumplir apenas sea ratificada por una corte superior.
El padre fue un canalla. La hija, que creció en los
hervores de la corrupción y el privilegio, estaba condenada a no poder ser
mejor. Kenji, que era un niño cuando su padre empezó a hacer de las suyas,
pareció siempre el menos contaminado. Pero pagó el pato. Salida de una
película de la serie Kill Bill, madame K hundió al hermano que había jurado
(ante su madre) proteger. Y al hundirlo, evitó que su padre recuperara la
libertad. No le convenía un competidor de tanto peso después de haber perdido
la segunda elección presidencial de su carrera. Fue un mate computado como
doble. Fue su obra maestra.
En esa familia, la traición olía a rancio. En los albores
del régimen, Susana Higuchi de Fujimori había denunciado a Rosa Fujimori, su
cuñada, como cabecilla de unas red que se robaba las donaciones recibidas por
Apenkai, la fundación creada para “ayudar” a los más pobres.
La misma Susana Higuchi me lo contó frente a frente,
durante una entrevista que le hice para la revista dominical del diario
madrileño ABC. “Se robaban hasta la mejor ropa y dejaban lo que no servía”, me
dijo.
La represalia fue inmediata. Alberto Fujimori dejó
de hablar con Susana Higuchi, la hostilizó con métodos orientales, la encerró
en su habitación y, enfrentado a un juicio entablado por ella para que
reconociera una deuda de 100,000 dólares contraída durante la campaña
electoral, negó su firma en un recibo y sostuvo que la huella digital que allí
constaba tampoco era la suya. A los pocos días, Alberto Fujimori anunció ante
la prensa que el cargo de Primera Dama había quedado vacante y que a partir de
ese momento sería cubierto por Keiko Fujimori. La hija aceptó complacida y
asistió, con su habitual sonrisa, al pronunciado deterioro emocional y mental
de su madre. Padre e hija se lucieron ante primeras piedras, en recepciones
diplomáticas, en viajes a reuniones cumbres. El fundador y la sucesora
funcionaban como un reloj.
Como en muchos casos, la familia Fujimori era una
ficción.
Al fin y al cabo, hasta la mitología sabe que la afinidad de sangre no es un mandato inexorable de amor. Rómulo asesinó a su hermano Remo porque este cruzó la delimitación hecha en el monte Palatino. Los hijos de Edipo y Yocasta, Polinices y Eteocles, se mataron entre sí pretendiendo el trono de Tebas. Cleopatra y Ptolomeo fueron hermanos, amantes y enemigos, rivalidad que terminaría con él ahogado en las aguas del Nilo en el año 47 antes de Cristo. Y la aventura trágica de Hamlet empieza cuando su padre, el rey, es asesinado por su hermano Claudio. La familia puede ser una condena, como lo sabe ahora, desde las antípodas de Shakespeare, Ricardo Belmont. ֍
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