LA AGRESIÓN DE LA ULTRADERECHA CONTRA EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA Y EL VOTO ALUVIONAL
Por: Jorge Rendón Vásquez
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sta agresión comenzó tempranamente cuando Pedro Castillo
ganó las elecciones presidenciales en la primera vuelta el año pasado. La
ultraderecha no podía creerlo: un maestro de escuela y cholo por añadidura les
había ganado a sus candidatos. Tan segura estaba de manipular los votos
populares, los únicos que finalmente cuentan en una elección en el Perú, que
presentó varios.
Su primera reacción fue desgañitarse contra el
triunfador, calificándolo de terruco, comunista, inepto, recién llegado y otros
epítetos más, y advirtiendo que les quitaría a todos hasta sus más pequeños
bienes. Pero esta maligna campaña fue insulsa, pues el maestro de escuela ganó
en la segunda vuelta y fue proclamado Presidente.
Este planteamiento le ha dado a la ultraderecha
resultados favorables, gracias al bajo nivel de formación política y económica,
y a la inexperiencia e ingenuidad de sus adversarios, quienes en lugar de
unirse frente al ataque rompieron su frente y se desperdigaron, haciéndole
concesiones a la ultraderecha con el propósito evidente o subliminal de
convencerla de que eran buenos chicos y de que podían confiar en ellos. Si los
dirigentes de Perú Libre, Juntos por el Perú y sus parlamentarios se hubieran empeñado
en constituir un solo bloque, la situación política en el Perú sería ahora otra.
Anulados del juego Juntos por el Perú y Perú Libre, quedó
como objetivo Pedro Castillo, aparentemente solo y aislado.
La vieja oligarquía blanca está habituada a hacerse del
poder desde el virreinato y durante la República. Si no lo tiene uno de los
suyos, sabe como someter a otros que lo tengan, por uno u otro medio y por las
buenas o por las malas, y, sobre todo, por la corrupción.
Uno de sus planes contra con Pedro Castillo fue muy
simple. Poco después de haber llegado este a la Presidencia, le infiltró a ciertos
sujetos de traza simple que, por su aspecto, podían asemejarse a los amigos y
simpatizantes de aquel, con cuyas intrigas posteriores y “revelaciones” podrían
construir luego un caso penal. El momento llegó cuando asumió la Fiscalía de la
Nación una abogada de méritos intelectuales deleznables (entre sus antecedentes
figura un doctorado por la excelsa universidad Alas Peruanas, con una tesis
discutible y cuyo conocimiento de los dos idiomas extranjeros para obtenerlo se
ignora). Entonces, el Ministerio Público, convertido ya en un factor político, se
lanzó a la ofensiva contra el Presidente de la República y contra varios
miembros de su familia, blandiendo el arma que posee: su facultad de allanar
locales y viviendas, detener y acusar.
Es claro que esta ofensiva fue informada hasta la
saciedad por la prensa y la TV de la ultraderecha, llenando sus páginas y
espacios, para tratar de crear un clima de indignación entre la población.
A la oligarquía blanca y su ultraderecha no les importa que
la Fiscal de la Nación haya acusado al Presidente de la República, infringiendo
el artículo 117 de la Constitución Política, una acusación que constituye el
delito de prevaricato. Ya han aparecido algunos “constitucionalistas” a los que
se ha encargado justificar esa acusación y, contra natura, mostrarla como
legal.
La cancha donde se juega este partido es de nuevo el
Congreso de la República. De un lado están los tres grupos de la ultraderecha
más sus aliados de las otras agrupaciones y del otro el Presidente de la
República. Todos esos contra uno, y sin árbitro.
Y, de nuevo, hay un proyecto para retirar al Presidente
de la República de su cargo por “incapacidad moral”.
La pregunta que surge es ¿cómo reaccionarán, ante esto,
los grupos Perú Libre, Juntos por el Perú o sus restos?
Las recientes elecciones regionales y de gobiernos
locales prueban lo que se sucede en el Perú desde siempre: las elecciones
tienen resultados aluvionales, determinados por ciertas circunstancias que no
se repiten y que, ante la ausencia de partidos políticos con doctrina y cuadros
bien entrenados, ganan los aventureros que, obviamente, no vuelven a triunfar.
Solo un partido salió de esta regla, pero terminó por hundirse en una
impopularidad irremediable por la perseverancia de sus dirigentes en robarle al
Estado por todos los medios y en todos los sectores y niveles a los que
pudieron llegar.
Hay, sin embargo, en el Perú otra constante en las elecciones: es la aspiración de una parte creciente del electorado popular a creer en grupos y candidatos que podrían darles algunos derechos y oportunidades. Esta parte del electorado se halla conformada por trabajadores dependientes e independientes, pequeños propietarios de empresas y terrenos, comuneros y pensionistas, muchos de fuera de la capital, que aspiran a un destino mejor, y creen o quieren creer en que los candidatos de las agrupaciones denominadas de izquierda o independientes serán serios y cumplirán sus ofertas. A pesar de las traiciones y frustraciones, esta fe y confianza no ha llegado a desvanecerse, y esa parte del electorado ha seguido creyendo en otros personajes y candidatos, más que en las agrupaciones, y ha insistido en darles su voto.
Es evidente que la manera en que las agrupaciones Perú
Libre, Juntos por el Perú y otras semejantes traten la guerra contra el
Presidente Castillo en este momento definirá su futuro y sus posibilidades de
seguir existiendo. Más allá de ellos se alza en el panorama político la figura
de un nuevo actor y sus seguidores como la versión futura de una nueva
esperanza llamada a recoger el voto aluvional de las mayorías populares y a
quien, sin duda, la ultraderecha estigmatizará y de quien los grupos de
izquierda no tardarán en sentir celos mortales, renunciando a aprender la
lección de la historia.
Y el pueblo popular, “sufrido y aguantador”, ¿tiene algo
que decir? No estamos ante “un pleito entre blancos”. ¡No! Estamos ante un
ataque contra alguien de ese pueblo que, como quisieran muchos otros
provincianos, ha llegado adonde está, por su inteligencia y tesón, para honra nuestra.
(Comentos, 23/10/2022)
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