LECTURAS INTERESANTES Nº 719
LIMA PERU
3 OCTUBRE 2016
VELASCO, 45 AÑOS DESPUÉS
Por Nicolás Lynch.
LA OTRA MIRADA 5/10/2013.
En este mes de aniversarios
toca también el del golpe militar del 3 de octubre de 1968 y más todavía el del
9 de octubre del mismo año, el de la recuperación de la Brea y Pariñas, pozos y
refinería, de manos de la Standard Oil de New Jersey. Las dos fechas sepultadas
hoy por la prensa monocorde del neoliberalismo, alérgica a la nación y a las
verdaderas reformas.
Existen dos chantajes para
no recordar a Velasco. El primero, de la derecha que no pierde oportunidad para
cubrirlo de los más atroces vituperios. Tiene razones para ello. Las reformas
que llevó adelante el velasquismo desmontaron las bases de poder de la
oligarquía y pusieron en marcha un conjunto de medidas que, por primera vez en
nuestra historia, pretendían desarrollar el país y construir un Estado
Nacional. El modelo no funcionó por la oposición que tuvo de derecha e
izquierda, el cambio de época que ya no favorecía los modelos nacional
populares y sus propias contradicciones internas. Sin embargo, el velasquismo
desató las energías sociales que alumbraron la democracia de los ochentas y a
contrapelo de lo que dice la derecha, evitó con la reforma agraria que se
extendiera la insania terrorista más allá de lo que todo el país tuvo que
sufrir para extirparla.
El segundo, de la derecha y
algún sector de la izquierda, que lo descalifican por su carácter de dictadura.
Efectivamente el gobierno de Juan Velasco Alvarado fue una dictadura y esta fue
su mayor limitación, en su origen, su ejecutoria y su legado. Sin embargo, como
lo definió Carlos Franco, su forma política autoritaria y su contenido social
democratizador, fueron la contradicción que definió el proceso. Esa dictadura,
paradójicamente, alumbró el proceso de democratización social más importante de
nuestra historia republicana. La reforma agraria, ya la hemos señalado, la
reivindicación de la nación: el petróleo, el quechua, la política exterior, el
desarrollo también hacia adentro; la dignificación del trabajo; y, sobre todo,
la participación social, pero no solo en sus intentos corporativos por demás
fracasados, sino en el reconocimiento de la organización social, la más
importante en toda la historia del Perú.
Pertenezco a una tradición
política de izquierda que en su momento renegó de Velasco por su carácter de
dictadura y nos equivocamos. No fuimos capaces de aquilatar la importancia del
contenido social democratizador. La democratización social es la base de la
democracia política. Nuestras democracias continúan siendo precarias porque sus
bases sociales son endebles. Los dos ensayos democráticos que hemos tenido
luego del velasquismo han sido débiles porque se han hecho negando la
movilización social. En el primer caso con la presencia de la izquierda y por
lo tanto con la esperanza de la democratización y en el segundo caso con la
ausencia de la misma y por ello con una democracia de vitrina, es decir sin
democratización.
Hoy, que ha pasado mucho
agua bajo los puentes, –terrorismo, guerra sucia y dictadura fujimorista
incluidos–, nos toca no abdicar de la brega por democratizar la democracia
existente. En este propósito el legado del velasquismo continúa siendo
fundamental. Toca exorcizarlo como una influencia negativa para convertirlo en
una herramienta más para cambiar el Perú
LOS OJOS DE JUAN
Gustavo Espinoza Montesinos
3 de octubre de 2013 ·
Mañana, 3 de octubre, se cumplirán 45 años de uno de los más trascendentes acontecimientos ocurridos en el Perú Republicano: la insurgencia militar de resultas de la cual fue posible dar al traste con la vieja sociedad aristocrática y tradicional, y abrir cauce a un proceso de profundas transformaciones sociales que se operaron bajo la conducción del general Juan Velasco Alvarado.
Gustavo Espinoza Montesinos
3 de octubre de 2013 ·
Mañana, 3 de octubre, se cumplirán 45 años de uno de los más trascendentes acontecimientos ocurridos en el Perú Republicano: la insurgencia militar de resultas de la cual fue posible dar al traste con la vieja sociedad aristocrática y tradicional, y abrir cauce a un proceso de profundas transformaciones sociales que se operaron bajo la conducción del general Juan Velasco Alvarado.
No
podría ignorarse una fecha como esta. Ni perderse la ocasión de rendir homenaje
a una figura que supo encarnar los retos del momento y alzar la dignidad al
tope poniendo en las manos de millones de peruanos las más altas
responsabilidades de su tiempo.
Y
hay que hacerlo, a despecho de quienes vieron afectados sus mezquinos
intereses, o de los que cantan, en tono grave, severas amenazas contra el
pueblo.
Unos
y otros irán otra vez a llorar al muro de los lamentos y clamarán dolientes por
la “democracia rota”, como si fuera entera la que tuvimos antes, y que asoma reciclada
en nuestro tiempo al servicio de las viejas camarillas defensoras del pasado.
César
Calvo, una de las voces literarias más calificadas de nuestro tiempo, aludió
con creciente adhesión y cariño, a “los ojos de Juan”, y los comparó con los de
Pachakutek “cuando alzó fortalezas más altas que los cielos”; con los de Tupac
Amaru “cuando eligió ser muerto, antes que ser
silencio”; con los de Bolívar,
cuando miraba “debajo de la sombra”; con los de Leoncio Prado, Atusparia y
Mariano Melgar, el cantor y guerrero “que afila todavía sus ojos en el viento”.
César,
el poeta, aseguró con fuerza. “No han de apagarse nunca tus ojos, compañero /
En los ojos de todos, han de seguir abiertos / Han de seguir por siempre
soñando, combatiendo”
Y
finalmente, fue cierto. Hoy, cuando la luz se apaga y caen las lágrimas del
pobre; cuando nos ataca la silente mirada de los niños con hambre; cuando asoma
cada mañana una esperanza, y cae por la tarde; agobiada por el peso de la
frustración, o de la inconciencia; los ojos de Juan alumbran un camino
Y
recordamos con ellos la historia ya vivida. El rostro curtido del obrero, las
manos ajadas de quienes cultivan la tierra, la risa contagiante de la muchacha
andina; la lánguida canoa que surca los ríos de la selva; el mar azul que baña
nuestras costas.
En
cada expresión de grandeza, en cada grito de batalla, en cada gesto de
esperanza, los ojos de Juan reanudan el compromiso que muchos conocimos, y que
valoramos, aun en nuestro tiempo.
El
Perú comenzó a ser distinto el 3 de octubre de 1968. Y aunque se han producido
deplorables retrocesos, no volvimos -como país- a ser el mismo de antes.
Quedó
atrás el latifundio, y las formas de explotación inicua en nuestra serranía.
También ese modo frívolo y aristocrático de mirar a los peruanos como espectros
del pasado.
Hoy
el Perú es otro, a despecho de los poderosos, porque tiene un pueblo que piensa
y que combate; porque vive otras expresiones de su historia; porque siente por
sus venas el palpitar de los viejos luchadores. Y porque los ojos de Juan, y
las ideas del Amauta, siguen siendo un hilo fecundo en nuestro tiempo.
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