LIMA PERU
13 MARZO 2015
COCIENTE INTELECTUAL DE LOS
PERUANOS
CÉSAR HILDEBRANDT
Tomado de “HILDEBRANDT
EN SUS TRECE” N° 241, 13MAR15 p. 8
Tengo
la convicción de que el cociente intelectual peruano disminuye día a día.
Hablamos
mal, escribimos peor, nos comunicamos desde la ignorancia.
Somos
cada día más perezosos para leer, más renuentes para entender, más lentos para
captar.
A
las pruebas me remito: escuchen las radios donde tanto los pontífices de la
opinión -o sea los locutores- como el público que interactúa dan muestras, por
lo general, de una jactanciosa miseria intelectual.
Vean
la televisión informativa. Sus animadores (y animadoras) parecen lobotomizados
géiseres de lugares comunes. Asistan a los debates. El último, por ejemplo, el
de la unión civil, ha sido particularmente lamentable. No sólo por lo dicho por
el monseñor Bambarén sino por la presión brutal que el lobby gay ha ejercido en
las redes sociales en contra de todos quienes, desde perspectivas tan
discutibles como respetables, se oponen al protomatrimonio homosexual. Como si
lo políticamente correcto fuese un ucase digno de imponerse a patadas e
insultos. La unión civil es una medida que la razón habrá de imponer. Pero
hacen poco por su causa quienes acusan de homófobos y segregacionistas a todos
aquellos que no la aceptan esgrimiendo argumentos de origen jurídico, moral y
religioso. ¿Son anacrónicos esos argumentos? Seguramente. Pero están allí y
son, fatalmente, los que comparte el 65% de la población. Merecen refutaciones,
no escarmientos ni cargamontones. Cuando
se entienda que la persuasión es más efectiva que la caricaturización del
oponente, se habrá dado un gran paso.
Pero volvamos al tema inicial de
esta columna. A mí me da pena patriótica decirlo, pero la verdad es que siento,
con toda nitidez, que el porcentaje de brutos se ha incrementado
exponencialmente en el Perú. Eso es algo que en todo caso, según Marco Aurelio
Denegri, es un fenómeno universal. Pero como mal de muchos es consuelo de
necios, a mí lo que más me importa es la jibarización cerebral del peruano promedio.
¿Dónde empezó? En la educación
pública, no hay duda. Su degradación lleva décadas y estamos pagando ahora el
costo de haberla desatendido tanto tiempo.
Luego están las casas, donde se
fragua el arma del lenguaje. Que Javier Velásquez Quesquén, que fue presidente
del congreso, diga "teníanos" y "habíanos" es algo de lo
más decidor.
Después está la prensa, donde todo
amor por la pulcritud, toda vocación de posteridad, todo respeto por el idioma
se han perdido en aras de “los grandes públicos".
¿Y el papel de la radio y la televisión?
Ha sido decisivo. Son máquinas perfectas de estupidización colectiva. Están
hechas para desdeñar lo humano y sumergirnos en la zoofilia gestual. Nada más
parecido a un festival de babuinos trapecistas que "Esto es guerra” o
"Combate'. Por eso es que los gimnasios están llenos y las bibliotecas
vacías. El mensaje es claro: la imbecilidad es rentable. Y este sí que es un
fenómeno mundial. Baste recorrer el cable para darnos cuenta de que en la mayor
parte de los casos, la pantalla apuesta por la involución. Ejércitos de descerebrados
violentos, de mamarrachos vivientes que lucen bíceps o tetas y apenas pueden
silabear "mi mamá me mima”, le dicen al mundo que no está de moda pensar,
amar, reflexionar, quedarse callados, derramar una lágrima, recordar. Es el
sudado hedonismo neanderthal el que se pregona. Y sociólogos y antropólogos de
otras partes del mundo nos lo vienen advirtiendo desde hace mucho tiempo.
Las redes sociales contribuyen
ahora grandemente a esta epidemia de apoplejías voluntarias. Nada mejor para
sentirse próximo al asco que acudir a un intercambio de infamias en algunas de
estas covachas computacionales. Monos fieros, babeantes, chirriantes, se
arrojan piedras de orilla a orilla de alguna web de moda con el único propósito
de demostrar que el otro, el adversario, es alguien que no merecería vivir. Me
imagino que después de ese intercambio de barbaries pintarán bisontes en las
paredes y sodomizarán a sus hembras. Y gritarán triunfantes.
Si uno conversa hoy con un joven periodista
se dará cuenta de que sus paradigmas son espantosos. Hasta Lúcar se les
presenta como ejemplo. Para ellos, Vargas es la encarnación de la mesura y
"El Comercio" es el olimpo de la objetividad. No han leído nada y
creen que el periodismo no es una técnica derivada de la cultura sino un
grafiti hecho con aerosoles. Y, en general, la masificación de la educación
privada trucha ha hecho de la profesionalización del Perú algo que, en materia
de salud, se ha vuelto hasta peligroso.
La clase media fue durante mucho
tiempo la laboriosa depositaría del esfuerzo, la meritocracia y la memoria
cultural. Hoy esa clase media ha desaparecido. Sólo queda el dinero, los
nombres anglo-sajones mal escritos, los emprendedores que no pagan impuestos y
los misteriosos Lamborghini negros con su piloto acribillado sobre la sucia
pista.
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