Gustavo Miguel Ángel
Escribe: Jaime Hernán Cornejo-Roselló Dianderas
Hablar sobre la muerte nos enmudece de estupor por el
impacto que genera su sorpresiva e indeseada presencia dejando demolidos y
mudos a todos cuantos se topan con ella, sean eventuales circunstantes o
participantes directos de la infausta cita con la parca cuando esta se lleva a
un ser querido.
Así sea de día o de noche el silencio elocuente y
sobrecogedor invade toda tertulia, porque la muerte invencible y triunfante evidencia
los inflexibles resultados de su trabajo indiscriminado para agobiarnos y
atemorizarnos. En muchos casos nuestras lágrimas silenciosas brotan
incontenibles y a borbotones sin que palien la tristeza. Y sucede también con las lágrimas de los
amigos. Todos sienten y nada se puede hacer ni cambiar. ¿Quién se enfrenta a
ella? Si alguien lo hace será para lanzar imprecaciones aisladas y episódicas
que no le hacen mella a la muerte que se transfigura con formas masculinas o
femeninas, dependiendo cómo la viste o desnuda la cultura que la prohíja o
teme.
Las anteriores reflexiones surgen ante la repentina
desaparición física de Gustavo Miguel Ángel Gutarra Rivadeneira, destacado
integrante de APAFIT y amigo entrañable de varias incursiones artísticas que a
lo largo de casi medio siglo de viajes y presentaciones, de estrenos y avant
premier, vivimos luciendo la vitalidad, la belleza y picardía de las danzas
puneñas en escenarios patrios o circunvecinos. Fue el más conspicuo danzarín de
Machu Tussoj por la musicalidad que imprimía a sus sentaderas. Danzamos y nos
alegramos durante décadas. Él, para pena de muchos, de muchísimos puneños, falleció
la noche del lunes 16 de febrero llevándose en su retina y su piel el aroma festivo de las fiestas febrerianas y
catando la antesala del carnaval puneño, tan pródigo en alegrías y danzas
bucólicas representativas de todos los lugares habitados y particularizados que
cuenta nuestra región. ¿Dónde no hay danza carnavalesca? En todo lugar puneño se
canta y danza y se agradece a la Madre Tierra por su fertilidad y, eso lo sabía
Miguel que rendía tributo generoso a los frutos y productos que la naturaleza distribuye,
prodiga a diferentes pueblos y culturas a los que por lo que les da les define sus
modos de vida, sus penas y alegrías.
Hombre de carácter fuerte y temperamental Gustavo
Miguel Ángel tenía una fortaleza y vitalidad poco común desde que fue brigadier
general en la Gran Unidad Escolar San Carlos y le gustaba la actividad física
como a ninguno al tiempo que manifestaba su inclinación por la buena mesa y el degustar
de la comida abundante. Era como el Pantagruel rabelesiano capaz de comerse un
cordero entero y beberse una damajuana de vino sin mostrar señales de
agotamiento. Y en esa misma proporción, de desmesura e inmensidad, amaba a sus
hijos con un cariño tal que inclusive renunciaba a sus comodidades personales para
alcanzárselas a sus tres hijos, una bella niña y dos niños traviesos que hoy
los tres son puneños de bien y como adultos han formado familia.
Ese hombre fuerte con el que resolvíamos con soltura e
ingenio los geniogramas del Diario El Comercio, mientras decantábamos un vino o
nos preparábamos para preparar suculentos menjunjes al estilo romano de Lúculo
o Heliogábalo, no admitía tratamiento ni remedio alguno para enfrentar o
conjurar cualquier dolencia que padecía. Al final de estos años del siglo XXI,
por esa su pertinacia y aún sabiendo que el mal que arrastraba eran de grave
pronóstico, no aceptó remedios ni medicación e, impetuoso y tenaz como era, se
fue apagando de a pocos, pero siempre con lucidez, pese a que en los últimos
años parecía que ambulaba en los escenarios de la soledad.
A él el mejor homenaje que se le puede tributar es que
todos los que le conocimos depositemos en nuestra memoria la fuerza de su carácter
sabiendo que su vida fue plena de estoicismo y de reciedumbre al no claudicar
en sus convicciones y enfrentarse con las armas solas de su carácter a una
enfermedad que a muchos los hubiera llevado rápidamente al camposanto aun
aceptando tratamiento, internamiento hospitalario, bioquímica y quimioterapia.
Miguel Gutarra era Miguel Gutarra intransferible, generoso, cariñoso y renegón
como pocos.
¿Qué nos queda a los que quedamos? Esperar ilusionados
el tiempo del reencuentro para desde lejos en las alturas siderales más
inopinadas y en lontananza donde el firmamento son estrellas luminiscentes,
danzar un Tucumanos bravío y alegre con Rigoberto Zea Delgado el “Conde de
Esquilache”, con Alfredo Delgado Barreda “Periscopio” con César Beltrán Cáceres
“Corcho” y con Castor Cuentas Cuentas, despertar a los manes, con el
restallante sonido de las tremolantes banderas del Carnaval de Arapa y decir
desde el firmamento que con nosotros y en nosotros vive el universo andino,
para luego cambiarnos de Pandilleros Puneños y danzar y danzar, cantar y cantar
ad infinitum, porque la vida eterna, para ser eterna debe alimentarse con el
cantar y el danzar, con el olor y el sabor del puneñismo.
Miguel, hasta más tarde.
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