Escribe: Augusto Sánchez Torres[i]
Especial para diario LOS ANDES y punoculturaydesarrollo.blogspot.com
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Ahora que la
moderación apolínea ha templado el ambiente fogoso dionisíaco, es menester
alcanzar algunas pequeñas reflexiones sobre nuestra querida fiesta de la
Candelaria. ¿Es la Candelaria una fiesta religiosa, un carnaval, una muestra
cultural-identitaria, una festividad religiosa aymara-quechua, un negocio, una
esfera pública para el status (político, social, económico)? ¿Tiene uno o más
sentidos? Son cuestiones que hay que responderse poco a poco; aquí un pequeño aporte.
El debate a raíz
de la Declaración de la Unesco sobre la patrimonialidad inmaterial de la fiesta
de la Candelaria ha permitido mostrar algunas facetas claramente
identificables. En un extremo se muestra un grupo que llamaré puneñistas puristas, o culturalistas etnocéntricos puneños.
Estos se caracterizan porque anteponen un sentido de primacía de lo puneño (en
la danza, en la música, en la identidad, etc.) como punto de partida y validez
de la fiesta. Junto a este grupo aparece la iglesia ‘oficial’ puneña que actúa
en el afán de darle un solo sentido a la fiesta: el religioso-católico, el de
la veneración a la Virgen María. Ambos, lo uno en lo cultural y lo otro en lo
religioso, pretenden presentar la fiesta como una univocidad de sentido: la fiesta es puneña y católica. En el otro
extremo hay un frente económico y político, e inclusive social, que saca
ventaja de la fiesta para sus casillas particulares. Este grupo por no tener
una relación festiva con el evento Candelaria sino sólo de aprovechamiento, lo
denominaré el del sin sentido festivo.
Por ahora no me ocuparé de este grupo, sino del anterior y del que presentaré a
continuación.
En efecto, en un
punto medio diría, hay un frente, más amplio, que no parte desde ningún
principio cerrado ni participa ‘devorando’ la fiesta, sino que vive la fiesta en una pluralidad de sentidos, pluralidad que
reconoce distintas formas de relación con la fiesta de la Candelaria, y que no
se muestra, por decir, desparramada sino reunida en torno a un topos común: el lugar y el tiempo memorable celebrativo, es decir, Puno, la
Virgen de la Candelaria y los primeros días de febrero.
Don Juan Mamani |
Los principistas o puristas actúan bajo el
paradigma del portazo: cerrar y negar el valor del aporte a lo no-puneño. Los pluralistas actúan bajo el paradigma de
la esclusa: las expresiones espirituales, culturales actúan como bisagras,
permiten desde su experiencia original dialogar con otras tradiciones y se
abren a nuevas expresiones. A mi parecer es esta última la que vitaliza la
festividad toda.
En efecto, tengo
la impresión que desde hace mucho tiempo la fiesta de la Candelaria carece de
una unidad de sentido, y que por el contrario tiene una polivalencia de
sentidos. El hecho que esté originado en la tradición cristiana-católica no le
quita que haya mostrado otros sentidos. Me refiero, por una parte, que ha
desvelado el sentido quizá más auténtico, el del mundo aymara-quechua y su religare con la pachamama (esto lo vemos
en las danzas autóctonas); así como también ha servido para hacer aparecer otro
carácter totalmente humano: lo festivo-carnavalesco, que aunque se desborda en
su esencia carnavalesca no se aleja de lo que le congrega: el topos común y el
tiempo memorable.
Bueno, entonces
¿está mal que esta fiesta haya devenido en varios sentidos? Obviamente que no.
La fiesta si bien tiene un momento originario que le da una identidad primaria
fuerte, no podría seguir existiendo sin alimentarse de lo ‘de afuera’ y de lo
nuevo. Por lo tanto, no debe extrañarnos que para unos el valor unívoco
originario tiene más sentido, y eso no está mal; pero para otros (la gran
mayoría) la pluralidad de sentidos puede convivir muy bien. Aquí me parece
crucial relievar el modelo dialógico y bipolar de la zampoña: aquí no hay ‘vida’ sin el otro y sin el
diálogo; lo otro es mi complemento. La fiesta también significa un espacio
de diálogo de la pluralidad de sentidos buscando un lugar sincrético. Restringir,
reducir y subsumir los diferentes sentidos a uno solo (por decir, al religioso
católico-cristiano; o dar validez sólo a lo “puneño”) no hace sino entorpecer
ese carácter dialógico de complemento; y al contrario puede empujar hacia algún
modo de dominio violento.
Esto nos lleva al
terreno de la tradición y de la identidad cultural. Los “puristas” pretenden
reivindicar una tradición conservadora. En verdad, la ciencia social ya nos ha
dicho que no hay tradiciones ni culturas cerradas, todas van abriéndose a
nuevos encuentros con otras tradiciones. No suena bien por eso que algunos
‘puneñistas’, inclusive de raigambre intelectual, hayan emprendido una batalla
verbal con sus pares de Bolivia respecto de la originalidad y de la correspondencia
de algunas danzas, aun cuando ambos gozamos de una sola vena cultural. Ya
sabemos que las expresiones artísticas, culturales, espirituales, rituales,
festivas no son patrimonio sólo del que los crea sino también del que los vive,
o mejor, de la comunidad que le da vida y vigencia; entonces, el patrimonio
viene del lado del que baila, del que ejecuta (música), del que ritualiza, del
que practica. La fiesta, por ello, no es un portón que pone parámetros, sino
una esclusa que está abierta a nuevas experiencias de sentido; y que en su
vitalidad, además de tener una pertenencia comunitaria originaria, se ve
impulsada a ser inclusiva y exógena.
Es inclusiva porque recibe los aportes de
propios y extraños en cada momento festivo (cada año), y es exógena porque se abre a otros horizontes,
a otras tradiciones. Y lo mejor, se vale también de otras tradiciones. Una
fiesta como la Candelaria es típico ejemplo de encuentro de horizontes,
encuentro de tradiciones, de diálogo de horizontes. En la práctica se cumple
este encuentro, esta interculturalidad. No hay que olvidar que el pueblo
danzante y festejante maneja simbológicamente estos encuentros; a veces no
requiere ni verbalizarlos, ni escribirlos, ni conceptualizarlos. Pues, lo
simbológico no siempre se dice, sólo se vive.
Por ello, prohibir la participación de bandas bolivianas, o criticar a los
festejantes ‘afuerinos’ suena mal. El arte y peor la música no se pueden
canonizar, ni regionalizar ni cerrar. La fiesta es fiesta porque en ella
participan muchos. Lo festivo si bien tiene una centralidad por el origen, por
su desarrollo posee apertura. La fiesta es origen e incremento. No hay cultura
pura, ni fiesta pura. Una fiesta se vitaliza por el reconocimiento del otro, y
esos otros, en verdad son la vivencia de lo que se pretende propio. En otras
palabras, lo propio tiene una fuerte relación dialéctica con la alteridad, con lo extraño y lo nuevo.
A pesar de los
puristas o de las voces ‘oficiales’ de la fiesta de la Candelaria, el pueblo
que percibe la fiesta como su alma o como símbolo,
seguirá aceptando a los de adentro y a los de afuera, seguirá sacando lo
sagrado de su origen (tradición) pero lo irá enriqueciendo con el horizonte de
lo nuevo y de lo extraño.
Febrero de 2015
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