Una voz lúcida entre un mar de imprecaciones. El
destacado periodista boliviano Wilson García Mérida, afirmó que los peruanos no
“robamos” sus danzas y que, más bien, todo es cosa del chauvinismo de sus
compatriotas, que no quieren entender que en el altiplano se cultivó siempre
una sola cultura.
“De ninguna manera
los peruanos nos han ‘robado’ nuestras danzas (…) Parece estar suficientemente
demostrado que la Diablada y la Morenada no son necesaria ni exclusivamente de
origen ‘boliviano’. Todas estas manifestaciones tienen su verdadera raíz en el
periodo colonial”, escribe Wilson García Mérida, en el diario digital Sol de
Pando.
Esto, tras las declaraciones del escritor puneño Omar
Aramayo, quien la semana pasada abrió el debate a través de Los Andes, cuando
afirmó que la declaratoria de la festividad de la Virgen de la Candelaria como
Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por parte de la Unesco, era
“una estafa”.
“Tiene asidero la protesta de Aramayo. No es verdad que
todas las danzas desarrolladas en la fiesta de La Candelaria tienen un origen
estrictamente boliviano. Hay un debate histórico pendiente incluso sobre el
origen de La Diablada”, menciona el periodista boliviano.
Del mismo modo, menciona que en el territorio andino
(Bolivia y Perú e incluso Chile), “habitan pueblos quechua-aymaras que tienen
una misma identidad cultural (…); cuando vemos la Fiesta de la Candelaria en
Puno, vemos lo que se ve en la Fiesta del Gran Poder de La Paz, en Urkupiña de
Cochabamba, o en el Carnaval de Oruro”.
“Los pasantes en ambos lados del Titicaca apellidan igual:
Quispe, Choque, Mamani, Chambi, Condori…; y no es que los peruanos nos robaron
a los bolivianos hasta los apellidos”, aclara, agregando que ambos países comparten
“los mismos colores y sabores, las mismas polleras y los mismos rostros de
bronce”.
Finalmente, sostiene que en casi todas las celebraciones
andinas, tanto en Perú como en Bolivia, “prevalece el culto indígena y popular
a la virgen María”, y que “las danzas son prácticamente las mismas”.
Estas lúcidas declaraciones, sin embargo, encuentran su
revés en las que ofrece Napoleón Gómez, titular de la Organización Boliviana de
Defensa y Difusión del Folklore – Obdefo, quien desde el año pasado (cuando se
conoció la postulación que Puno hacía ante la Unesco) objeta las cualidades
innatas de la festividad de la Candelaria.
Gómez, recientemente, insistió otra vez en que presentarán
los documentos y las solicitudes pertinentes al Jefe de Estado de Bolivia, Evo
Morales, para obtener mejores políticas culturales que salvaguarden su folklore
“del plagio sistemático” que se da en varios países del continente, incluido el
Perú.
Esto, como es obvio, no hace más que entorpecer el ánimo
concertador que adoptan diversas personalidades puneñas, como Walter Paz, Omar
Aramayo, René Calsín, entre otros, sobre la recuperación, preservación y
desarrollo de las danzas del altiplano sudamericano.
Como García Mérida, los puneños afirman que las danzas en la
festividad de la Candelaria tienen el único propósito de venerar a su patrona y
rendir culto a la pachamama, dejando de lado las fronteras geográficas. “Si
dejásemos de lado este problema de falsos nacionalismos, la integración
ayudaría al crecimiento de ambos países”, mencionó hace pocos días Walter Paz
Quispe.
Y es que es verdad: las danzas del altiplano, merced a las
intermitencias sociales producidas en la última centuria, han ido de aquí para
allá, modernizándose en algunos casos, “especialmente en cuanto a ritmos,
vestimentas y abalorios artesanales”, para contento de unos y enojo de otros.
Lo idea sería, tal como sostiene el periodista boliviano,
“un intercambio más prolífico entre estas expresiones dentro el territorio
andino… ver unos Siku-Morenos de Puno en Urkupiña o una Diablada chilena de La
Tirana en el Carnaval de Oruro, y viceversa”.
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