SOMOS MINORÍA
César Hildebrandt
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 761, 5DIC25
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L |
a
democracia es lo que pudimos tener. ¿Pero la merecíamos?
Creo
que no.
Una
democracia se hace con ciudadanos, con gente que aspire a un contrato social basado
en la meritocracia, por un lado, y en la compasión social, por el otro. La
primera permitirá el éxito de los mejores. La segunda impedirá que los menos dotados
sean castigados con la incertidumbre y la miseria.
Debe
haber una voluntad plural para crear un sistema de convivencia regido por el
orden que emana de la justicia.
Pero
en el Perú esa voluntad no existe. Somos una federación de tribus enemistadas.
Y la democracia nunca ha sido nuestra preocupación. Es más: cuando la democracia
arroja resultados que no nos agradan, gritamos que hay fraude, como en el caso
de Castillo, o bloqueamos el Congreso, como en el caso de Bustamante y Rivero.
Hoy vivimos una etapa especialmente gris
de nuestra
existencia. Al desamor por los modales democráticos se suma una suerte de
aceptación nacional de la barbarie.
¿La
Junta Nacional de Justicia es una banda de delincuentes que se zurran en el
poder judicial? Claro que sí. ¿Y a quién le importa?
¿El
Tribunal Constitucional es una patota de fujimoristas disfrazados de tribunos
que acatarán lo que salga de la Yakuza anaranjada? Claro que sí. ¿Y a quién le
importa?
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| Mechain, PERU21 |
¿El Congreso es el Tren de Porky y medran en sus
filas rateros y canallas de todos los colores? ¡No hay duda! ¿Pero a alguien le
importa?
Cosas parecidas podríamos decir de la Defensoría del
Pueblo, de la Policía, de los jueces provisionales que reciben órdenes y de
los fiscales de pacotilla que reciben dólares. Y cóleras semejantes se merecen
los partidos que murieron pero siguen predicando, la prensa que murmura, las
redes sociales que añaden idiotez a la confusión.
Me ha costado admitir que pertenecemos a una minoría,
pero mi salud mental me exigía dar el paso. Sí: pertenecemos a una minoría
quizá en trance de extinción. Somos lo que quedó de aquella clase media que
compraba libros, trataba de entender los problemas desde la raíz, se equivocaba
con la misma frecuencia con la que se hacía preguntas. Somos las sobras del
banquete republicano que pudo ser. Y sí: nos cuesta tolerar el español que se escribe
en los periódicos, el que se maltrata en las radios, el que se masacra en el
habla popular de los rotafonos. Nos duele ver las consecuencias de la catástrofe
cultural de estas últimas décadas.
Pero nos duele aún más saber, con la ciencia cierta
del repaso histórico, que todo habrá de empeorar. No hay ninguna posibilidad
-ninguna- de que salgamos de este letargo multitudinario y suicida con el
elenco político y social que tenemos al frente.
No hay subsuelo que no nos espere. No hay pesadilla
que no nos sueñe. No hay fracaso que no nos quiera. Tenemos los políticos que
toleramos, los partidos que se volvieron males crónicos, los sinvergüenzas que
prohijamos.
Y allí está la mayor creación de nuestro masoquismo
-el fujimorismo- gobernando desde las sombras y deseando volver a gobernar -no
importa el cómo- en 2026. El fujimorismo interpretó la picaresca peruana, le
dio estatuto de himno y emblema, la convirtió en credo. Siempre nos gustó ser
taimados, pero con el fujimorismo esa debilidad fue nombrada virtud cardinal.
Nunca nos hemos mentido más que ahora. Nunca hemos sido más cínicos y procaces.
Nunca hemos amado tanto la impostura, la coartada de la palabra y la terapia
del olvido. El Perú es hoy un homenaje al barro. Lo decimos desde esa minoría
que no teme morir diciendo lo que cree. <+>

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