"YO NO ME METO EN POLÍTICA"
LA ILUSIÓN DE LA NEUTRALIDAD POLÍTICA EN EL CAPITALISMO
Angel Gabriel Apaza
Introducción
La
afirmación “yo no me meto en política” suele expresarse como si se tratara de
una postura neutral y prudente. Sin embargo, en las sociedades contemporáneas,
marcadas por la desigualdad y la hegemonía del capital, esta supuesta
neutralidad no solo resulta imposible, sino que funciona como un mecanismo de
reproducción del poder existente. La política atraviesa todos los aspectos de
la vida cotidiana: desde el precio de los alimentos hasta el acceso a la
vivienda, la educación o la salud. Por ello, este ensayo busca demostrar que la
neutralidad política es una ilusión funcional al capitalismo y que declararse
apolítico equivale, en la práctica, a respaldar el statu quo.
La política como
dimensión constitutiva de la vida social
La
política no es un ámbito separado de la vida, sino la expresión misma de las
relaciones de poder que estructuran la sociedad. Como afirma Bobbio (1987), la
política concierne al “gobierno de los hombres” y, por lo tanto, a las
decisiones que regulan la convivencia y distribuyen los recursos. En este
sentido, toda persona está atravesada por la política, quiera o no: el salario,
el precio de la energía, las tasas de interés y los servicios públicos son el
resultado de decisiones políticas tomadas por actores con poder.
La falacia de la neutralidad
La
creencia en una supuesta neutralidad política es, en realidad, un efecto
ideológico. Paulo Freire (1970) señalaba que “la neutralidad es imposible:
quien se dice neutro se coloca en realidad del lado de los opresores” (p. 58).
En el capitalismo, esta ilusión cumple un papel fundamental: desmovilizar a las
mayorías y mantenerlas al margen de la disputa por el poder. Al abstenerse de
participar, los sujetos ceden el espacio de decisión a las élites económicas y
políticas, que rara vez legislan en favor de los sectores populares.
Capitalismo y
despolitización
El
capitalismo contemporáneo se sostiene no solo mediante mecanismos económicos,
sino también a través de estrategias culturales e ideológicas que buscan
naturalizar la indiferencia política. Como advierte Gramsci (1971), el poder de
las clases dominantes se mantiene gracias a la hegemonía cultural, es decir, a
la capacidad de hacer pasar sus intereses como los de toda la sociedad. En este
marco, la idea de que “no meterse en política” constituye una opción legítima
funciona como una victoria ideológica del capital: el silencio ciudadano
garantiza la continuidad de las estructuras de poder.
La política como
campo de disputa
La
política no es un terreno ajeno a la vida, sino el campo de batalla donde se
definen las condiciones de existencia de cada individuo. Rechazar la
participación equivale a dejar que otros —generalmente los grupos dominantes—
decidan sobre aspectos tan vitales como la vivienda, la salud o el trabajo.
Así, la apatía política no protege a los individuos, sino que los condena a la
subordinación.
Conclusión
La
idea de que es posible “no meterse en política” constituye una falacia
ideológica que beneficia al capitalismo y a las élites que lo sostienen. Lejos
de ser una opción neutral, declararse apolítico significa renunciar a disputar
las condiciones de vida y aceptar pasivamente las decisiones de quienes ya
detentan el poder. Como advirtió Freire (1970), la neutralidad es imposible:
toda omisión es, en sí misma, una forma de tomar partido. Reconocer esta verdad
implica asumir que la participación política no es un acto opcional, sino una
necesidad para quienes aspiran a transformar un orden social profundamente
desigual. <:>

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