viernes, 1 de septiembre de 2023

REFLEXIONES PERSOINALES DE CESAR HILDEBRANDT

 El odio

César Hildebrandt

En HILDEBRANDDT EN SUS TRECE Nº 651 1SEP23

A

 veces, paseando por el parque, me encuentro con esa mirada. Son los ojos de la furia, la ex­pectativa de la venganza, el sueño de verme muerto, la esperanza de tullirme a golpes. Es el odio de las señoronas y los señorones. Es el odio que amo, que me hace vivir, que me place. Es el odio que me he ganado a pulso y pluma, a voz y reincidencia.

¿Qué me haría sin él? ¿Dónde estaría?

¿En qué infierno tendría que haber entrado para ganarme la consideración de quienes creen que este país es su hacienda, su pocilga, su galpón de esclavos?

¡No saben lo bien que me hacen!

Hace muchos años decidí que jamás sería parte del país in­ventado por la derecha. Ese país oficial de engrudo y marchas, de mentira y plástico, no era el mío. Mi país, el verdadero, venía de las sombras: la corrupción ancestral, el control estéril de una clase dominante saqueadora, el maltrato y el desprecio.

A la excesiva edad a la que he llegado, tengo que decir, modestamente, que no he claudicado.

No me he pasado a las filas de la resignación. No me he integrado. No aspiré a entrar al club de los supuestos bienpensantes. No me he creído el cuento de que los pobres son pobres porque así lo decidieron y que la desigualdad no es el problema. No atraco en el muelle de los que cortan el jamón. No me como sus mitos.

Y siempre recuerdo que el caudillismo militar de nuestros orígenes republicanos fue de derecha. Y que el civilismo, que nos condujo desarmados a la guerra con Chile, fue de dere­cha. Y que la historia de este país fallido ha sido un largo dominio de la derecha. Billinghurst quiso ser una excepción, pero la dere­cha y “El Comercio” lo tumbaron precozmente. Velasco cambió algunas cosas y por eso es el maldito que los descendientes del esclavismo dibujan con sus peores tintas.

No olvido nada. No olvido que la derecha recuerda en­tre reverencias a Miguel Grau, hijo ilegítimo de un militar colombiano, pero pretende que olvidemos que el gran al­mirante advirtió, un año antes de su muerte, que el estado de la escuadra era desastroso. Tampoco quiere esa derecha que recordemos que el jefe de Miguel Grau, el señor presi­dente Mariano Ignacio Prado, fue el traidor que abandonó el Perú en plena guerra y de cuya fortuna malhabida nació el imperio industrial y financiero más importante del siglo XX peruano. Nicolás de Piérola, que sucedió a Prado por la fuerza, hizo lo que todos: terminó aliado con la riquería en la llamada “república aristocrática”. El término lo inventó Jorge Basadre, autor también de la frase que define las bo­nanzas de espejismo de esta república: ‘la prosperidad falaz”.

Los lodos de la derecha son antiguos. Nacieron con ella. Son irrenunciables. Vienen del fracaso y van hacia él. Porque la derecha no se rectifica jamás. No reconoce otro escena­rio que el suyo ni otro modo de entender el país que el de su linaje. Y hay que admitirlo: ha logrado que millones de pobres diablos crean que esa fórmula es inmejorable, que el autoempleo es la salida, que la informalidad es el ascenso social, que el emprendedurismo sin ley es el camino a seguir. Ese es el mayor triunfo del fujimorismo, que es el Grupo Wagner de la derecha que va al CADE creyendo que es el Foro de Davos.

Sigo siendo, en muchos sentidos, un salvaje y eso me per­mite seguir diciendo lo que pienso. No sé si será un abuso de confianza, pero muchas veces he pensado que soy uno de los mustangs que no lograron atrapar.

Que me sienta distante sideral de la derecha no significa que milite en la izquierda. No me tentó nunca la dictadura gris del estalinismo y mucho menos sus crímenes horrendos.

La izquierda no ha hecho sino decepcionarme pero aun así sigo creyendo, en este mundo de calentamiento global, violencia y carencia de valores, que sólo un socialismo be­névolo nos podrá salvar. No hay partido en el mundo que encame ese ideal, de modo que en ese sentido soy también un huérfano. Un huérfano salvaje.

Lo que no haré jamás es renunciar a mi identidad y pedir votar por la derecha de Nano Guerra y Vladimiro Montesinos. Si eso es el realismo pragmático, me proclamo surrealista sin remedio.

No sé cuánto más dure la aventura de este semanario- Lo que sí sé es que hemos luchado con todas nuestras fuerzas por ser independientes y no temerle al poder del dinero y de los gobiernos. Eso nos hace dormir bien. <>

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