sábado, 28 de enero de 2023

OPINION: HECHOS DE LA COYUNTURA POLITICA

 TERRUQUEO TOTAL

Por: Juan Manuel Robles

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 620, 27ENE23

¿Por qué a nuestras élites y sus seguidores arribistas les es tan fácil decir que la protesta masiva es obra del terroris­mo? ¿Por qué dicen que les re­cuerda a Sendero Luminoso? No por los asesinatos —que no se dan, los que matan son los uniformados—, ni por el ajusticia­miento de autoridades –cero-, ni por los coches bomba que explotan sin importar que haya civiles cerca —ningún reporte—. ¿Por qué entonces di­cen que son terroris­tas? Es cierto: lo ha­cen para criminalizar y estigmatizar, para justificar la represión. Pero creo también que en su terruqueo hay algo profundamente sincero y siniestro. Una confusión real y una manera retorcida de ver y recordar.

No lo tenía tan cla­ro hasta esta semana oscura: salvo un breve momento inicial, nunca fueron los izquierdistas ni los socialdemócratas los que vieron a los militantes de Sendero Luminoso como lucha­dores sociales. Fue más bien el establishment y la derecha, sus hijos neoliberales, sus milita­res corruptos, quienes siempre los percibieron así, aunque jamás lo admitirían. Para ellos, los senderistas no eran criminales fanáticos nada más, sino principalmente militantes peligrosos con ganas de desalambrar y repartir. Una variante extrema y feroz del virus de la protesta social, del resentimiento hondo y del revanchismo. Para ellos, los senderistas eran izquierdistas con características nocivas: organización y tenacidad. Eso era lo más temido y repudiado.

No las muertes. Las muertes siempre fueron un detalle.

Las muertes les importaban un pepino. Van más de sesenta asesina­dos por la coalición gobernante que encabeza Dina Boluarte pero ellos ni se inmutan, hablan de “restablecer el orden”, no se indignan contra quienes matan peruanos. Yo de chico creía com­prender cuando señores con dinero y buena posición se referían a los sende­ristas como “esos malditos”, con la voz desencajada. Tanta muerte deja rabia, pensaba. También tendía a justificar lo que yo interpretaba como paranoia: le dicen terrorista a todo el mundo porque son almas sensibles, el terrorismo dejó muchos traumas y heridas que quedan.

Qué ingenuo. Su terruqueo burdo en estas horas de masacre les quita la care­ta. Su terruqueo no va contra quienes ahora mismo matan por la espalda, con las botas puestas. Va contra las vícti­mas. Su preocupación no es que estén muriendo menores de edad sino que haya protestas enérgicas en todo el país, porque eso implica organización, una red coordinada, cerebros y planes: todo eso que, en sus cabedtas, solo puede ser una cosa: terrorismo.

Es una percepción delirante que ha calado hondo, y viene de años atrás,

con tabloides que la refuerzan. Cual­quier grupo de izquierda que empieza a organizarse con cierta eficiencia es tildado de terrorista. Cualquier movi­miento rojo que hace una red sólida conectando las ciudades del país aparece en el radar viejo de la Dircote. Llenar el Perú de actividad política de izquierda es sedición e ideología subversiva. No solo eso. ¿Aníbal Torres hace consejos descentralizados de ministros en el interior del país? ¡Práctica terrorista!, gritan mientras trazan líneas imagina­rias sobre el mapa del Perú.

Yo pienso en Sendero y recuerdo Lucanamarca y a Bárbara D’achille y a María Elena Moyano. Ellos piensan en Sendero y se les viene a la mente una “izquierda” que operaba sincronizada como el temible tictac de un reloj, da­ñando la economía.

Por eso aceptan que traten a mani­festantes del interior como animales, en San Marcos, una imagen que recuerda a los peores años del conflicto arma­do (detenidos bocabajo, humillados). Porque son izquierdistas –lo que se “confirma” con sus panfletos y pancartas- y cómo van a haber llegado a Lima todos juntos si no es por una red de socorro (popular). Son sujetos movilizados por la ideología, que duda cabe. Terroristas.

Lo mismo pasa con los detenidos, que son presentados como se hacía con los senderistas en los noventa (solo falta el traje a rayas). No son terroristas –para nada- pero les organizan toda la parafernalia del recuerdo. Mientras los exhiben esposados, hablan a la cámara con la frente en alto. Ajá: izquierdis­tas tenaces, que no agachan la cabeza cuando son detenidos por la autoridad. ¡Tienen que ser terroristas! Lo que esos jóvenes dicen al ser de­tenidos es, justamente, que no son subversivos —a diferencia de lo que hacían los deteni­dos de los noventa—, pero qué importa, esa actitud es demasiado sospechosa. Un rojo liso, conectado con la red. Terrorista fijo.

El delirio llega a ni­veles estratosféricos. Como la izquierda despierta la simpatía de Evo Morales, que ayuda y a veces par­ticipa en los foros de movimientos sociales en el Perú, se llega a la conclusión de que Morales —a quien el militante más flojo del verdadero Sendero Lu­minoso repudiaría por revisionista y capitalis­ta— es prosenderista y ha conectado a sus Ponchos rojos con los sindicatos de Abimael. La red se agranda, es continental, advierte “Perú.21”.

Huaraquera de dum dum en pleno
lanzamiento
Daría risa todo esto. Pero la cosa se pone peligrosa cuando esta lógica terruquera im­pulsa a la derecha a rebasar todos los límites. Un congre­sista del fujimorismo propone darle un ultimátum a Bolivia, y, de no tener la respuesta esperada, ordenar una invasión militar al vecino país. Uno no se toma en serio tal paparruchada pero al día siguiente, en efecto, tropas llegan a hacer maniobras a la frontera del altiplano. Como para ir calentan­do, toman militarmente Puno, que, ya está visto, es parte medular de la red terrorista, lo que se evidencia en marchas sincronizadas e ideologizadas. Las tomas muestran una interminable columna del ejército en avance. Es una imagen bélica.


El Perú le ha declarado la guerra a su propia gente —y juega con la idea de hacerlo con otro país—, todo de­bido a actos realizados por terroristas imaginarios (y a gente que cree en su existencia con facilidad escalofrian­te). A menos de dos años de la muerte de Abimael Guzmán, una nueva for­ma de fanatismo asesino nos está lle­vando al despeñadero. SOS, Perú. ■

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