sábado, 15 de octubre de 2022

OPINOLOGOS EN LA COYUNTURA POLITICA DEL PERU

EL CHAVISMO ENTRE NOSOTROS

Juan Manuel Robles

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 607, 140CT22 p. 14

Se supone que el “chavista” iba a ser Pedro Castillo. El que iba a torcer las leyes, copar las instituciones, cambiar la Constitución o interpretar torcidamente la carta magna para tener control absoluto del poder y burlarse de la voluntad popular. Se supone que era el “chavismo” importado por Cas­tillo el que usaría a los órganos del Estado, a la Fiscalía, a la Policía, para perseguir a sus enemigos en redadas humillantes, desproporcionadas, para neutralizarlos retirándolos de la vida civil, afectando no solo a los implicados sino a sus familias (como medida de presión y chantaje), todo transmitido en directo y en cadena, muy chavistamente, por canales de televisión dóciles.

Se supone que iba a ser el “cha­vismo” de Pedro Castillo el que, sin respetar la libertad de información, lograría el milagro malo de que todos los diarios importantes digan lo mis­mo y actúen bajo una sola directriz ideológica, copiando todos las mismas noticias, filtrando los mismos docu­mentos “secretos”, los mismos ates­tados y expedientes, dando tribuna a voceros de similar parecer. Se supone que iba a ser el “chavismo” el que iba a tomar los canales y las radios para los montajes burdos, la desinformación, la difamación, la mentira y la mella a la reputación de personas honorables, solo por razones políticas.

Se supone que iba a ser el “chavis­ta” Castillo quien iba a desestabilizar al país con sus exabruptos y bravucona­das, el que iba a desconocer elecciones y boicotear al vencedor, generando hostigamiento permanente, al punto de impedir a sus enemigos políticos electos el derecho elemental de hacer viajes protocolares en representación del país. Se supone que era el “chavismo” de Castillo el que iba buscar cambiar leyes a la mala, para la reelección.

Pero no. Si esa caricatura de chavismo que nos machacaron los medios —du­rante casi dos décadas— va llegando al Perú no es por Castillo, un presidente gris, sin hoja de ruta ni norte, que sigue el patrón neoliberal sin imaginación ni grandes ideas, y peor, sin ganas de lu­char por cambios sociales. Esa carica­tura del “chavismo” la tenemos, en una versión germinal pero con líneas muy definidas, en el con­greso y el entrama­do político que lleva más de un año tra­tando de patear el tablero, y que, cada vez con más descaro —en un in crescendo típico de los “chavismos”—, desacata le­yes, o las tuerce, a la prepo.

No creo que a es­tas alturas sea exa­gerado decir que el Perú es víctima de un autoritarismo ramplón en que las leyes importan poco y la Constitu­ción está pintada de adorno. Una opresión comandada por un Congreso de la peor calaña, que nos arrastra a la parálisis y que trabaja, en una confabulación ya inocultable, con otros poderes e instituciones. El Poder Judicial, el Ministerio Público, la Defensoría del Pueblo, el Tribunal Cons­titucional y la prensa privada tocan la misma partitura en pos de un objetivo claro: avasallar al Ejecutivo y tumbarse al presidente.

La sensación opresiva es cada vez más palpable. Si hace un año los canales de televisión se cuidaban de cumplir con la cuota divergente, hoy son un coro monocorde que ha instalado la idea de que el presidente debe irse sí o sí. No se confun­dan. Son los vientos de un autoritarismo congresal, un “chavismo" parlamentario que va ganando terreno haciendo el país insufrible y tal vez inviable.

Esta semana la Fiscal de la Nación presentó contra el presidente una acusa­ción constitucional que es inconstitucio­nal. Tiene el apoyo de todo ese tinglado de instituciones, poderes fácticos y una prensa de micrófonos caídos. Es la ma­nifestación nítida de este “chavismo” en que nos hemos metido sin siquiera haberlo elegido en las urnas. La acción de la fiscal parece parte del ya conocido plan, pero es más grave. Hasta ahora, los intentos de sacar a Castillo de la presidencia eran parte de un complot bastante idiota que venía de diversos congresistas muy turbios pero también demasiado risibles como para tomárselos en serio. Esto incluye a los fujimorismos vacadores, a la lampa zombi y al centro neoliberal que dice “adelanto de eleccio­nes” creyendo, huachafamente, que así quedan mejor.

Colchado, fiscal
El caso es que, para bien o para mal, esos congresistas son un chiste. Pero ahora es la Fiscal de la Nación, la autoridad máxima de un órgano del Estado, quien sale al frente y da una suerte de interpretación auténtica para hacer algo que no se puede hacer. El comunicado es torpe, pero es el más nítido y formal anuncio de golpe que hemos tenido. El descaro leguleyo —con puesta en escena y todo— es señal de que se quebraron los límites, característica típica de los autoritarismos emergentes.

Quién lo diría. Se supone que el “chavista” era Castillo, el que iba a usar los favores de funcionarios cuestionadísimos en puestos clave para revestir de apariencia legal el abuso y la concentra­ción de poder. Se supone que iba a ser ese “chavismo” rojo el que convertiría a esos funcionarios supuestamente neutrales en títeres políticos avezados, al punto de ponerlos a escribir artículos en diarios afines a la causa.

Era el “chavismo” de Castillo el que iba a crear un estado de hostilidad in­cesante, en que se toleraría la turba y la violencia verbal, y se normalizaría abrir los micrófonos para decirle “burro” al adversario político, como si nada. Qué irónico y qué terrible.»

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Los subrayados son nuestros 

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