viernes, 3 de diciembre de 2021

CINE PUNEÑO PARA RECORDAR

 WIÑAYPACHA

Pedro Casusol

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 568, 3DIC21

La vida se hace incomprensible cuando llegan noticias como el fa­llecimiento de Óscar Catacora, el joven cineasta que nos entregó "Wiñaypacha", aquella tristísima alegoría al olvido de la cultura ai- mara filmada a más de 5,000 metros sobre el nivel del mar. Desde su estreno, la película se llenó de elogios y Catacora fue visto como una nueva promesa del cine nacional. Revoluciona­rio en su forma y fondo, fue el director que por primera vez se atrevió a filmar un largometraje íntegramente en su lengua originaria, mostran­do con honestidad el abandono con el que se vive en la puna, la tragedia de los olvidados, a quienes la rapidez de la vida moderna parece haber dejado atrás.

Willka y Phaxsi, protagonistas de "Wiñaypa­cha" son una pareja de ancianos que llevan una existencia pacífica en sus tierras, al pie de un nevado. Alejados del mundo exterior, mantienen intactas sus costumbres religiosas, dejan pastar a sus ovejas, cosechan lo que la tierra les da de comer y esperan la visita de su único hijo, Antuku, quien migró a la capital y parece haberlos olvidado. Hecha con planos estáticos, sin más sonido que el viento, la tormenta o los bramidos de los animales, el filme bebe directamente de cierto cine japonés, de Akira Kurosawa o Yasujiro Ozu, quienes abordaron el conflicto entre la modernidad y la tradición en Japón tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en "Wiñaypacha'' la modernidad es aquello que no llega.

En español, el título quiere decir "eternidad" una referencia al lento transcurrir de los días bajo el cielo azul de la provincia de Carabaya, cerca al nevado Allincapac, en Puno. Es ahí donde Phaxsi, la anciana madre que espera el retorno de su hijo, llora al borde del camino. Y es una eternidad lo que tiene que caminar Willka cuando intenta llegar al pueblo, porque se acabaron los fósforos y sin fuego se pueden morir. Un triste final para aquella cultura andina que vive en armonía con la naturaleza, capaz de hablar con el sol, el viento o la lluvia, y que ama a sus animales como si fueran sus propios hijos.

En las entrevistas que dio sobre su película, el director solía advertir que se trataba de un filme muy personal, ya que lo remitía a los recuerdos de su infancia, cuando vivió con sus abuelos en una comunidad campesina. Había visto la nostalgia de los ancianos una vez que las nuevas generaciones se iban a buscar oportunidades a la ciudad y de pronto ya no volvían o se avergonzaban de sus orígenes. De hecho, es el abuelo de Óscar quien interpreta a Willka, y es ese nivel de sinceridad lo que hace de “Wiñaypacha" una gran experiencia cinematográfica. Es decir, el conocimiento de primera mano de lo que se está retratando sin caer en la pretenciosidad.

Óscar Catacora -se dijo en su momento- abría las puertas del cine aimara en nuestro país. La muerte lo encontró filmando una nueva película en la provincia de El Collao, en su natal Puno, aparentemente víctima de una apendicitis, emergencia médica tratable en cualquier lugar con un servicio de salud accesible. Una profunda bronca nos debe embargar a los pe­ruanos, porque se trataba de una de las mejo­res voces del nuevo cine nacional. Volver a ver "Wiñaypacha" que acaba de entrar a Netflix, es comprender que a Óscar Catacora la tragedia lo encontró como a sus personajes, a miles de metros sobre el nivel del mar, donde los servicios básicos no existen <>

Al pie del Allenkjapac


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