LA PANDILA PUNEÑA Y LIVIA BÉJAR COASACA
VIAJE
DE LA MEMORIA
José Luis
Ayala
Una de las danzas real maravillosas de América Latina, es
sin duda el baile de la Pandilla puneña. Se trata de la expresión de un
sentimiento social cultivado por sectores antes segregados, pero que con la
proletarización cultural ha tomado un lugar expectante. Las nuevas ciencias
sociales señalan que se trata de un acto reivindicativo. Es decir, la cultura que
antes era despreciada, hoy representa la pluridentidad, la posmodernidad de la
cosmogonía en movimiento.
Todo baile es sensual, representa a una clase social en busca y preservación de su esencia para sobrevivir, a la imposición de la cultura dominante. Tiene sus propias características musicales, movimientos, disciplina y tradición. Pero al mismo tiempo representa tradición y cambio dialéctico. Nada permanece eterno, estático. Como dice Heráclito de Éfeso: “Todo fluye, somos y no somos”
El libro “La pandilla puneña”, cuya autora es Livia Béjar
Coasaca, es un trabajo de historia regional, etnografía humana, evolución
social, memoria colectiva y subconsciente en movimiento. Representa a una parte
esencial de lo que se llama la cholada y que ha conseguido tener una jerarquía
en la alegría colectiva. Antes la sociedad mestiza y dominante, los gamonales
bailaban con las cholas. Ahora son los cholos que bailan sin necesidad de
disfrazarse.
Hasta que apareció la palabra “pandilla” y así se denominó a
la mágica alegría colectiva andina, al embriagador movimiento cosmogónico. Como
dice Livia Béjar Coasaca cuando se refiere a las mujeres que determinaron
organizar el inicio de los conjuntos. “Podemos mencionar –dice– también como anfitrionas,
que organizaban estas juntas en los carnavales, a la señora Petronila Vásquez,
esposa de Manuel ‘Manongo’ Montesinos, quien no era cojo. La inadecuada
referencia histórica se ha popularizado, de que el señor Montesinos era cojo.
Fue más bien un gran músico acordeonista e impulsor de la pandilla puneña.
Quien sí fue cojito fue Agustín Dávila, peluquero de oficio, quien introdujo el
paso del cojeo y uno de los primeros bastoneros, según el testimonio de Armando
Zea Arismendi, quien manifestó haberlo conocido, personalmente”. 1
La pandilla puneña, como muchas creaciones populares
colectivas obedecen a insurgencia de nuevos grupos de poder y que necesitan su
propio espacio. Ese hecho ocurre permanentemente y cuando hay colisiones, en
sociología se denomina el bien limitado. Como nada es permanente ni eterno, los
llamados “guías” buscan su propio espacio para demostrar el poder o necesidad
de arribar, para tener su espacio y control de lo que ha conquistado. Todos los
conjuntos musicales están vinculados por residencia de barrios, oficios,
parentesco y vínculos sociales.
Livia Béjar señala: “No existían todavía los conjuntos o
agrupaciones más tradicionales en la ciudad de Puno, que hoy son reconocidos.
Sino que se trataba de un grupo de familias que en diferentes domicilios
organizaban las reuniones del carnaval y terminaban bailando la pandilla. Tal
vez trasladándose de una casa a la otra en trechos cortos. Lamentablemente
muchas de estas familias hoy quedan en el anonimato y ha perdido su
protagonismo. Cuenta Doris Díaz, hija del músico Pilar Díaz que su mamá doña
Martina Barrios García y Juan Pari, organizaban su pandilla de familias y
amigos, que posteriormente daría origen a la pandilla Dunker Lavalle de corta
existencia. Parte de los músicos de este conjunto formarían posteriormente la
Lira Puno”. 2
Sin duda la pequeña burguesía local compuesta por
terratenientes, grandes comerciantes y funcionarios públicos, debido al
ferrocarril entre Mollendo, Arequipa, Puno, Cusco y la Paz (Bolivia), acumuló
una gran fortuna. Pero tenía su propia alegría intransferible de clase
dominante. Los cholos y cholas a lo máximo que podían aspirar era ser
comerciantes menores, trabajadores libres. Por tanto, cada clase social tenía o
creó su propia forma de manifestar sus frustraciones, conquistas o
alegrías colectivas.
Gamaliel Churata en 1922 convivía con Inés Tresierra, hija
del cura Tresierra. De modo que los Orqopata tenían acceso a las sotanas del
cura. Chutara organizó una pandilla, se disfrazaron de cholas: Dante Nava,
Inocencio Mamani, Emilio Vásquez, Carlos Pacho, el loco Sánchez y Demetrio
Peralta, acompañados de tres criadas de la familia Peralta. Churata encabezó la
pandilla vestido de cura. Vestidos con sotanas del cura Tresierra: Emilio
Romero, Mateo Jaika, Emilio Armaza, Aurelio Martínez, Eduardo Fournier, Joaquín
Chávez, Inocencio Mamani, Pedro Gutiérrez y carpintero Pedro Tintaya.
Un conjunto de músicos hacía bailar a cholas sensuales con
curas ataviados con mantones de manila y bastante serpentina. Todo empezó
en la calle Tacna y llegaron hasta la recova. La policía hizo parar a la música
y todos fueron detenidos. El Dr. Francisco Chuquihuanca Ayulo, arguyó en la
comisaría, que los curas tenían derecho a beber, bailar, cantar, llorar,
acariciar y enamorar a las cholas ricas igual que los mestizos.
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1.- Livia Béjar Cosaca.
Fantasía pandillera. Pág. 8. Impresión: Imprenta Eligraf. 2020
Arequipa
2.- Livia Béjar Cosaca.
Fantasía pandillera. Pág. 9. Impresión: Imprenta Eligraf.
2020 Arequipa
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