CAMBIAR EL
MUNDO
César Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 523, 22ENE21
N |
o confío en Joe Biden.
Claro que será mejor que Trump, pero eso no es decir
mucho.
Mejor que Trump habrían sido Mickey Mouse, Pluto, el
Hombre Araña.
Y no es que Biden sea una persona desconfiable. Su
biografía, por el contrario, dibuja un hombre de temple extraordinario,
estoico y premunido de valores.
El problema no es Biden. El gran asunto es el de
siempre: the big money, el poder detrás del trono supuestamente republicano. O
sea, el Godzilla de las corporaciones, la bestia decisoria que determina quién
vale en la bolsa, qué ocurrencia del Silicon Valley está predestinada a la grandeza
de sus accionistas.
Los presidentes no mandan desde hace mucho tiempo en
los Estados Unidos. El último en hacerlo fue Franklin Delano Roosevelt.
Que los presidentes no pisan tierra firme a la hora
de imponer criterios, es algo que supo por experiencia propia míster
Eisenhower, el general de Normandía. Y esto que durante sus dos mandatos la
palabra “corporación” no había adquirido el peso totémico que tiene hoy.
Eisenhower ordenó a la CIA conspirar (con éxito) contra los gobiernos de Irán y
Guatemala, pero se enfrentó al muro del “complejo militar industrial” a la hora
de modular su política social y tributaria.
Trump se ha ido después de que Estados Unidos ha
demostrado que poco menos de la mitad de su población está con sus consignas.
Cuando el liberalismo se asusta, se convierte en fascismo, esa condición que
implica renunciar a la democracia en nombre del nacionalismo, la identidad y la
paz social varsoviana.
Pero hay varios fascismos. El clásico es el de
Mussolini, que es el de los populismos de la banca y la industria. Pero el
comunismo ha sido, en la práctica, el fascismo en overol, la dictadura supuestamente
popular, la depravación autoritaria que exigía tu libertad hoy para dártela en
el futuro paraíso.
Biden viene con tantas limitaciones que sus primeros
años los usará para reconstruir, en parte, la reputación internacional de su
país. Trump encarnó el odio a la globalización vinculante, la furia ante el fin
del hegemonismo americano.
Biden pretende volver a la normalidad. ¿Qué es la
normalidad a estas alturas del calentamiento global? Para decirlo en breve, la
normalidad consiste en trabajar junto al resto de los países poderosos por
mantener un modelo de desarrollo y crecimiento insostenible en el mediano
plazo e incompatible con la vida misma en el largo plazo.
Europa pacta con China una suerte de estatuto de
convivencia. Y China es ahora el capitalismo como lo imaginó J. P. Morgan y
como lo hubiera querido el pro nazi Henry Ford. Claudicar ante el modelo chino
es aceptar que la monstruosidad es inherente a la naturaleza del capitalismo.
Un régimen de esclavitud salarial y masacre de los derechos del individuo se
yergue como alternativa mundial ante el decaimiento del poder yanqui. Europa,
como casi siempre, se agacha.
Fumigando el Salón Oval de la Casa Blanca. Ilustración de Chillico |
¿Dirá algo Biden? ¿Dirá algo de fondo sobre el gran drama humano de esta encrucijada? Porque, desde la ciencia y la prospectiva, no cabe duda: el mundo tal como lo construimos es un desafío a la razón; el consumo como clave del bienestar es un insulto a la inteligencia; el uso todavía masivo de energías fósiles está construyendo nuestra muerte global. En resumen, el concepto mismo de la felicidad que tenemos es tan idiota que dentro de miles de años, si la especie humana sobrevive, nos juzgarán como nosotros lo hicimos con los que sacrificaban niños a sus dioses.
Necesitamos líderes del tamaño del apocalipsis que
se viene. Y lo que tenemos es a pequeños administradores del infierno, gente
que piensa en cómo continuar este mundo absurdo.
Me alegra que el bruto de Trump se haya ido a jugar
golf. Pero no puedo entusiasmarme con Biden, que en otras condiciones será
apenas un actor de reparto.
Del mismo modo, no puedo alegrarme porque Armin
Laschet vaya a suceder a Angela Merkel. Es la misma CDU resignada la que
seguirá tratando de ignorar la gran verdad: no somos viables y tenemos que
cambiar nuestra relación con el planeta, con los otros. Por ahora somos las
langostas más dotadas del orbe, el coronavirus más arrogante. Porque encima nos
creemos la gran cosa.
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