LECTURAS INTERESANTES Nº 972
LIMA - PUNO, PERÚ
10 JULIO 2020
HAGAMOSLO DE UNA VEZ
César Hildebrandt
T
|
En HILDEBRANDT EN SUS TRECE, 19JUL20
erminemos de una vez: votemos
por George Forsyth. Es hora de completar la tarea de hacer de este país la
comedia involuntaria que siempre, en el fondo, hemos querido ser.
Con Forsyth nos coronaríamos. El actual alcalde de La Victoria reúne todos los requisitos que la ciudadanía promedio parece demandar en estos tiempos: es simpático, es pródigo en habilidades diferentes, se lleva bien con un amplio sector de la prensa y no tiene idea de qué hacer con el país.
¡Perfecto!
Con Forsyth nos coronaríamos. El actual alcalde de La Victoria reúne todos los requisitos que la ciudadanía promedio parece demandar en estos tiempos: es simpático, es pródigo en habilidades diferentes, se lleva bien con un amplio sector de la prensa y no tiene idea de qué hacer con el país.
¡Perfecto!
Y si a eso le añadimos el
Congreso que nos espera, estaremos completos. Doscientos años de haber
trabajado duramente en la construcción de una republiqueta tendrán un desenlace
majestuoso.
¿Cómo llegamos a esto?
Todo empezó cuando los
partidos políticos se vaciaron de contenido y se convirtieron en rampas de
lanzamiento de gentuza que pagaba en subastas su posición en la cédula
electoral. Los partidos históricos murieron de vejez y quienes sucedieron a los
antiguos liderazgos salieron de la conserjería y del patio de deportes. Y en el
caso del Apra, el Haya errático y honrado fue reemplazado por quien fue el
mejor orador de la región y, al mismo tiempo, el más amigo de lo ajeno de esta
patria que abunda en malandrines.
Cuando este columnista era
cronista y peatón, feliz y sin recuerdos, la política peruana era un sector de
la cultura. Uno podía hablar con Andrés Townsend de Bolívar y sus
contradicciones, con Cornejo Chávez de la derechización de la Democracia
Cristiana germana por injerencia de los Estados Unidos y el peso de la guerra
fría, con Ricardo Napurí del desarrollo desigual y combinado en la teoría de
Trotsky, con Sánchez de Valdelomar y su amor por la morfina y los polvos
cosméticos, con Genaro Ledesma de las exigencias de Manuel Scorza, su socio de
aventuras en alguna isla del Gallo. ¿De qué podíamos hablar con Javier Diez
Canseco? Aceptaba hasta discutir sobre Robespierre. Y cuando uno se cansaba del
elenco de los políticos podía preguntarle a Blanca Varela, cuando hacía el
suplemento cultural de “Caretas”, cuánto pesaba la herencia de Vallejo en las
generaciones que precisamente debían librarse de él.
Lo que quiero decir,
humildemente, es que el Perú no quería entrar a la OCDE ni se jactaba de tener
miles de millones en el BCR, pero parecíamos un país donde la inteligencia y el
humanismo reclamaban su sitio. Roberto Ramírez del Villar construía su enfisema
pulmonar fumando como un loco mientras argumentaba con brillo las tesis de los
tories peruvianos. Eran los mismos argumentos que durante años había lanzado
“La Prensa”, de Beltrán, el mejor diario salido de alguna rotativa del Perú
(más allá de su conservadurismo casi texano que tanto me repelía). Y frente a
ese diario que debía tener un busto de Teodoro Roosevelt en la entrada, estaba
“El Comercio” que dirigía, mismo Napoleón, don Luis Miró Quesada de la Guerra,
un señor con el que hablé muchas noches para un libro que Pedro Rojas (Abelardo
Oquendo para sus amigos) no llegó a publicar por un veto de los Miró Quesada
herederos. Don Luis era un hombre que no se avergonzaba si decía la palabra que
hoy no se pronuncia: patria. Y la decía con énfasis mientras le pedía a Viruca,
su hija, que por favor trajera algunas galletas y quesitos de triángulo.
¿Cuándo fue que nos empezamos
a ir al demonio?
Es difícil fijar la fecha,
ponerle día y hora a la catástrofe. Lo cierto es que, al final, los decentes
huyeron de la política y el lobismo se hizo cargo del Congreso.
Y llegó el primer García con
su corte de los milagros, sus pasamontañas, sus uñas de capitán Garfio.
Mientras se robaban el país desde palacio de gobierno (con minúsculas), un hijo
del desvarío albanés, un maldito iluminado que decía haber leído a Kant en
traducciones de mimeógrafo, un sociópata armado que se hacía llamar la cuarta
espada del marxismo-leninismo hacía su trabajo de “batir el campo”. ¿Cuándo fue
que nos empezamos a ir al demonio? Es difícil fijar la fecha, ponerle día y
hora a la catástrofe. Lo cierto es que, al final, los decentes huyeron de la
política y el lobismo se hizo cargo del Congreso
Fue esa combinación –García+Guzmán–
la que produjo a Fujimori, ese Frankenstein hecho de múltiples cadáveres.
El chino de la yuca y del bacalao tóxico terminó con el terrorismo planteando la barbarie controlada como método sustitutorio y nos sacó de la crisis económica haciendo una caricatura de la economía de mercado que sus mentores pregonaban. Terminamos con el terrorismo gracias a un régimen que corrompió la médula del país creando un estilo mercenario de hacer política y pudriendo a las fuerzas armadas y a la prensa, que se prestaron al juego. Y salimos del pantano económico donde nos había sumergido García construyendo un modelo económico hecho para que las empresas hicieran lo que quisieran y el Estado quedara proscrito de todo control real. No hablemos ni siquiera de los Colina, los Hermoza o los Joy Way: hablemos del neoliberalismo que en dosis de caballo debimos aceptar y cuya expresión más ruidosa y urbana fue la llamada cultura combi, los timones cambiados, la chatarra nipona resucitada en talleres chicha y donde, a partir de ese momento, se apretujarían indignamente los “salvados” por el fujimorismo.
El chino de la yuca y del bacalao tóxico terminó con el terrorismo planteando la barbarie controlada como método sustitutorio y nos sacó de la crisis económica haciendo una caricatura de la economía de mercado que sus mentores pregonaban. Terminamos con el terrorismo gracias a un régimen que corrompió la médula del país creando un estilo mercenario de hacer política y pudriendo a las fuerzas armadas y a la prensa, que se prestaron al juego. Y salimos del pantano económico donde nos había sumergido García construyendo un modelo económico hecho para que las empresas hicieran lo que quisieran y el Estado quedara proscrito de todo control real. No hablemos ni siquiera de los Colina, los Hermoza o los Joy Way: hablemos del neoliberalismo que en dosis de caballo debimos aceptar y cuya expresión más ruidosa y urbana fue la llamada cultura combi, los timones cambiados, la chatarra nipona resucitada en talleres chicha y donde, a partir de ese momento, se apretujarían indignamente los “salvados” por el fujimorismo.
No nos hemos repuesto de ese
golpe que destrozó el país por dentro. No hemos terminado de convalecer. No
sabemos qué hacer con estas ruinas.
Fujimori acabó con el tejido
social que había permitido el diálogo, el equilibrio, la vocación de identidad
nacional. ¿Qué pasa cuando un país ve podrida a sus fuerzas armadas, cancelado
el sistema de justicia, arrendada a la prensa, comprados a sus congresistas,
allanado el poder electoral, intimidado el Tribunal Constitucional, secuestrada
la Fiscalía, sometido al Contralor General, emputecida la televisión? ¿Qué pasa
cuando ese país sigue viendo a los defensores de ese holocausto institucional
amagando elecciones y parapetados en el Congreso?
Pues pasa todo lo que hemos
visto. Pasa que nos arrebataron la agenda de la historia y nos dejaron el
diario de la sobrevivencia. Pasa, en resumen, que Forsyth pueda ser el
presidente del bicentenario. <-> ->
ALCALDE DE LA VICTORIA |
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