LECTURAS INTERESANTES Nº 928
LIMA PERU
19 NOVIEMBRE 2019
EL ODIO AL INDIO
Álvaro García Linera. Diario UNO 18 noviembre, 2019
C
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omo una espesa
niebla nocturna, el odio recorre vorazmente los barrios de las clases medias
urbanas tradicionales de Bolivia. Sus ojos rebalsan de ira. No gritan, escupen;
no reclaman, imponen. Sus cánticos no son de esperanza ni de hermandad, son de
desprecio y discriminación contra los indios.
Se montan en sus
motos, se suben a sus camionetas, se agrupan en sus fraternidades carnavaleras
y universidades privadas y salen a la caza de indios alzados que se atrevieron
a quitarles el poder.
En el caso de Santa
Cruz organizan hordas motorizadas 4×4 con garrote en mano a escarmentar a los
indios, a quienes llaman «collas», que viven en los barrios marginales y en los
mercados. Cantan consignas de que «hay que matar collas”, y si en el camino se
les cruza alguna mujer de pollera la golpean, amenazan y conminan a irse de su
territorio. En Cochabamba organizan convoyes para imponer su supremacía racial
en la zona sur, donde viven las clases menesterosas, y cargan -como si fuera un
destacamento de caballería- sobre miles de mujeres campesinas indefensas que
marchan pidiendo paz.
Llevan en la mano
bates de béisbol, cadenas, granadas de gas; algunos exhiben armas de fuego. La
mujer es su víctima preferida; agarran a una alcaldesa de una población
campesina, la humillan, la arrastran por la calle, le pegan, la orinan cuando
cae al suelo, le cortan el cabello, la amenazan con lincharla, y cuando se dan
cuenta de que son filmadas deciden echarle pintura roja simbolizando lo que
harán con su sangre.
En La Paz sospechan
de sus empleadas y no hablan cuando ellas traen la comida a la mesa. En el
fondo les temen, pero también las desprecian. Más tarde salen a las calles a
gritar, insultan a Evo y, con él, a todos estos indios que osaron construir
democracia intercultural con igualdad. Cuando son muchos, arrastran la Wiphala,
la bandera indígena, la escupen, la pisan la cortan, la queman. Es una rabia
visceral que se descarga sobre este símbolo de los indios al que quisieran
extinguir de la tierra junto con todos los que se reconocen en él.
El odio racial es el
lenguaje político de esta clase media tradicional. De nada sirven sus títulos
académicos, viajes y fe porque, al final, todo se diluye ante el abolengo. En
el fondo, la estirpe imaginada es más fuerte y parece adherida al lenguaje
espontáneo de la piel que odia, de los gestos viscerales y de su moral
corrompida.
Todo explotó el
domingo 20, cuando Evo Morales ganó las elecciones con más de 10 puntos de
distancia sobre el segundo, pero ya no con la inmensa ventaja de antes ni el
51% de los votos. Fue la señal que estaban esperando las fuerzas regresivas
agazapadas: desde el timorato candidato opositor liberal, las fuerzas políticas
ultraconservadoras, la OEA y la inefable clase media tradicional. Evo había
ganado nuevamente pero ya no tenía el 60% del electorado; estaba más débil y
había que ir sobre él. El perdedor no reconoció su derrota.
La OEA habló de
«elecciones limpias » pero de una victoria menguada y pidió segunda vuelta,
aconsejando ir en contra de la Constitución, que establece que si un candidato
tiene más del 40% de los votos y más de 10% de votos sobre el segundo es el
candidato electo. Y la clase media se lanzó a la cacería de los indios. En la
noche del lunes 21 se quemaron 5 de los 9 órganos electorales, incluidas
papeletas de sufragio. La ciudad de Santa Cruz decretó un paro cívico que
articuló a los habitantes de las zonas centrales de la ciudad, ramificándose el
paro a las zonas residenciales de La Paz y Cochabamba.
Y entonces se desató
el terror.
Bandas paramilitares
comenzaron a asediar instituciones, quemar sedes sindicales, a incendiar los
domicilios de candidatos y líderes políticos del partido de gobierno. Hasta el
propio domicilio privado del presidente fue saqueado; en otros lugares las
familias, incluidos hijos, fueron secuestrados y amenazados de ser flagelados y
quemados si su padre ministro o dirigente sindical no renunciaba a su cargo. Se
había desatado una dilatada noche de cuchillos largos, y el fascismo asomaba
las orejas.
Cuando las fuerzas
populares movilizadas para resistir este golpe civil comenzaron a retomar el
control territorial de las ciudades con la presencia de obreros, trabajadores
mineros, campesinos, indígenas y pobladores urbanos -y el balance de la
correlación de fuerzas se estaba inclinando hacia el lado de las fuerzas
populares- vino el motín policial.
Los policías habían
mostrado durante semanas una gran indolencia e ineptitud para proteger a la
gente humilde cuando era golpeada y perseguida por bandas fascistoides.
Pero a partir del
viernes, con el desconocimiento del mando civil, muchos de ellos mostraron una
extraordinaria habilidad para agredir, detener, torturar y matar a
manifestantes populares.
Claro, antes había
que contener a los hijos de la clase media y, supuestamente, no tenían
capacidad; sin embargo, ahora, que se trataba de reprimir a indios revoltosos,
el despliegue, la prepotencia y la saña represiva fueron monumentales. Lo mismo
sucedió con las Fuerzas Armadas.
Durante toda nuestra
gestión de gobierno nunca permitimos que salieran a reprimir las
manifestaciones civiles, ni siquiera durante el primer golpe de Estado cívico
del 2008.
Y ahora, en plena
convulsión y sin que nosotros les preguntáramos nada, plantearon que no tenían
elementos antidisturbios, que apenas tenían 8 balas por integrante y que para
que se hagan presentes en la calle de manera disuasiva se requería un decreto
presidencial.
No obstante, no
dudaron en pedir/imponer al presidente Evo su renuncia rompiendo el orden
constitucional.
Hicieron lo posible
para intentar secuestrarlo cuando se dirigía y estaba en el Chapare; y cuando
se consumó el golpe salieron a las calles a disparar miles de balas, a
militarizar las ciudades, asesinar a campesinos. Y todo ello sin ningún decreto
presidencial.
Para proteger al
indio se requería decreto. Para reprimir y matar indios sólo bastaba obedecer
lo que el odio racial y clasista ordenaba. Y en sólo 5 días ya hay más de 18
muertos, 120 heridos de bala. Por supuesto, todos ellos indígenas.
La pregunta que
todos debemos responder es ¿cómo es que esta clase media tradicional pudo
incubar tanto odio y resentimiento hacia el pueblo, llevándola a abrazar un
fascismo racializado y centrado en el indio como enemigo? ¿Cómo hizo para
irradiar sus frustraciones de clase a la policía y a las FF. AA. y ser la base
social de esta fascistización, de esta regresión estatal y degeneración moral?
Ha sido el rechazo a la igualdad, es decir, el rechazo a los fundamentos mismos
de una democracia sustancial.
Los últimos 14 años
de gobierno de los movimientos sociales han tenido como principal
característica el proceso de igualación social, la reducción abrupta de la
extrema pobreza (de 38 al 15%), la ampliación de derechos para todos (acceso
universal a la salud, a educación y a protección social), la indianización del
Estado (más del 50% de los funcionarios de la administración pública tienen una
identidad indígena, nueva narrativa nacional en torno al tronco indígena), la
reducción de las desigualdades económicas (caída de 130 a 45 la diferencia de
ingresos entre los más ricos y los más pobres); es decir, la sistemática
democratización de la riqueza, del acceso a los bienes públicos, a las
oportunidades y al poder estatal. La economía ha crecido de 9.000 millones de
dólares a 42.000, ampliándose el mercado y el ahorro interno, lo que ha
permitido a mucha gente tener su casa propia y mejorar su actividad laboral.
Pero esto dio lugar
a que en una década el porcentaje de personas de la llamada “clase media»,
medida en ingresos, haya pasado del 35% al 60%, la mayor parte proveniente de
sectores populares, indígenas. Se trata de un proceso de democratización de los
bienes sociales mediante la construcción de igualdad material pero que,
inevitablemente, ha llevado a una rápida devaluación de los capitales
económicos, educativos y políticos poseídos por las clases medias
tradicionales.
Si antes un apellido
notable o el monopolio de los saberes legítimos o el conjunto de vínculos
parentales propios de las clases medias tradicionales les permitía acceder a
puestos en la administración pública, obtener créditos, licitaciones de obras o
becas, hoy la cantidad de personas que pugnan por el mismo puesto u oportunidad
no sólo se ha duplicado -reduciendo a la mitad las posibilidades de acceder a
esos bienes- sino que, además, los “arribistas”, la nueva clase media de origen
popular indígena, tiene un conjunto de nuevos capitales (idioma indígena,
vínculos sindicales) de mayor valor y reconocimiento estatal para pugnar por
los bienes públicos disponibles.
Se trata, por tanto,
de un desplome de lo que era una característica de la sociedad colonial: la
etnicidad como capital, es decir, del fundamento imaginado de la superioridad
histórica de la clase media por sobre las clases subalternas porque aquí, en
Bolivia, la clase social sólo es comprensible y se visibiliza bajo la forma de
jerarquías raciales. El que los hijos de esta clase media hayan sido la fuerza
de choque de la insurgencia reaccionaria es el grito violento de una nueva generación
que ve cómo la herencia del apellido y la piel se desvanece ante la fuerza de
la democratización de bienes.
Así, aunque
enarbolen banderas de la democracia entendida como voto, en realidad se han
sublevado contra la democracia entendida como igualación y distribución de
riquezas. Por eso el desborde de odio, el derroche de violencia; porque la
supremacía racial es algo que no se racionaliza, se vive como impulso primario
del cuerpo, como tatuaje de la historia colonial en la piel. De ahí que el fascismo
no sólo sea la expresión de una revolución fallida sino, paradójicamente
también en sociedades postcoloniales, el éxito de una democratización material
alcanzada.
Por ello no
sorprende que mientras los indios recogen los cuerpos de alrededor de una veintena
de muertos asesinados a bala, sus victimarios materiales y morales narran que
lo han hecho para salvaguardar la democracia. Pero en realidad saben que lo que
han hecho es proteger el privilegio de casta y apellido.
El odio racial solo
puede destruir; no es un horizonte, no es más que una primitiva venganza de una
clase histórica y moralmente decadente que demuestra que, detrás de cada
mediocre liberal, se agazapa un consumado golpista. <-> ->
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ALVARO GARCÍA LINERA, Vicepresidente
del Estado Plurinacional de Bolivia. | http://www.la-epoca.com.bo
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