jueves, 1 de noviembre de 2018

HOY EN PUNO


TODOS LOS SANTOS
y TODOS LOS MUERTOS
Henry J. Flores Villasante
Antropólogo.
D
esde que nacemos nos dirigimos irreparable­mente a la muerte y nos alcanza a todos, no distin­gue, raza, credo, status eco­nómico, sexo, ni edad. Y cuando más mayores no hacemos más intensa­mente nos preguntamos ¿Que ocurrirá después? ¿Qué hay al pasar ese umbral?
El hombre por su complejidad cultural es el único ser a diferencia de otros seres vivos, es el que tiene conciencia que ha de morir.
Hoy en día cuando “la ciencia” es el paradigma que lo revela todo, donde nada es cierto, sin que exis­tan pruebas físicas que lo avalen. Es decir la muerte, es cuando dejamos de res­pirar y desaparece la acti­vidad eléctrica del cerebro.
¿Qué ocurre con aquello que llamamos “alma”?
Si bien lo físico (cuerpo físico) termina su ciclo, que hay con esa otra parte, que algunas religiones lla­man “alma”, “espíritu”, Ajallu etc. esa parte inmaterial y no se rige a la mate­ria. La muerte constituye un verdadero enigma que solo sabremos cuando muramos.
De ser verdad las creencias que tenemos en referencia a la muerte, nuestros cuerpos irán a los cementerios y nuestras almas o llámese como se quiera no irán. La mayoría de la humanidad lo quiere creer así, “que existe algo” y también sale la pregunta ¿de qué manera? Y nos pre­guntamos en el más allá, ¿seguimos siendo los mis­mos?, conservamos nues­tra personalidad, ¿los artis­tas seguirán siendo artis­tas? ¿Los músicos siguen siéndolo? ¿Los profesores seguirán enseñando? ¿Los abogados seguirán litigan­do? ¿Los periodistas seguirán informado?
En el caso de Sudamérica en los Andes, se cuenta con tradiciones muy antiguas sobre la muerte por ejemplo en Arica se practicó la momi­ficación artificial de más de dos mil años antes que los egipcios. Los Chincho­rro era ese pueblo sedenta­rio que lo practicaba y vivió hace 5000 años en el litoral del desierto de Atacama, sus tradiciones son las más antiguas del mun­do. Posteriormente otras poblaciones con mayor complejidad cultural lo practicaron, como la cul­tura Moche. Quienes ente­rraban a sus gobernantes con implementos y acom­pañantes para ese “viaje” al más allá.
Los incas entendían la vida como una continui­dad. El Cronista Guamán Poma indica que el mes de noviembre era dedicarlo a los difuntos y lo denomi­naban como “Aya Marcay Quilla” en Quechua “Aya” que quiere decir muerto. Así mismo indica que se acostumbraba sacar a los difuntos (momias) de sus recintos y le dan de comer y beber, como si estuvie­ran “vivos”. Les vestían con finos vestidos, acompañado de cantos y danzas, también les ponían en unas andas y los llevaban en casa en casa, por las calles y por la plaza, participando de los ritos y ceremonias. En la misma época los Chancas, eran liderados en su guerra contra los Incas, “por dos momias”, quie­nes ordenaban a los ejérci­tos su acometida.
En la Colonia, se impone el cambio de las costumbres, ya no practi­caban la momificación y se empieza a enterrar a los difuntos cerca de las Capi­llas e Iglesias. Esto por la influencia de la religión cristiana, porque de esta forma se estaba más cerca a dios.
En la República se cons­truyen los camposantos o cementerios, con la finali­dad de evitar la contamina­ción ambiental por la des­composición de los cuer­pos y tener mejor salubri­dad.
Sin embargo, en todas estas épocas es un momento de dolor y triste­za. El muerto es la ausen­cia de vida y es mediante el ritual que se pretende ale­jar esta sensación de vacío y dolor. Rituales que tienen mucho que ver con las tra­diciones prehispánicas, his­panas y se recrean en la actualidad.
Porque la muerte implica obligaciones socia­les y morales. El muerto si es familiar o amigo, es parte de nosotros y se le debe mostrar respeto, por el apoyo que demostró en vida. Hacer lo contrario es una falta de respeto y podría tener graves conse­cuencias.
El proceso de despe­dida del fallecido.
Antes del velatorio se debe de bañar y vestir general­mente es la tarde la hora adecuada, por personas especializadas, ya que de hacerlo los familiares próximos podrían quedar daña­dos.
En el velatorio todos los familiares, amigos y los vecinos, deben dialogar y despedirse del fallecido (erradicar las malas actitu­des) además se le pide que se acuerde de la familia.
En el día del entierro, se le ponen cosas que le ayu­den en ese viaje, herramientas, bastones, comida y bebida.
También existe la creen­cia de que al morir se debe matar a un perro, mejor si es de color negro, porque son los portadores del “co­nocimiento al camino al mundo de los espíritus” y ayuda a cruzar ese rio de sangre que se debe de cruzar. Ritual que en tiempos pasados se practicaba con Llamas del mismo color.
En casa también se deben de practicar rituales para limpiar las penas como el de sahumar con plantas las casa y a las per­sonas. En cuanto a los mue­bles estos se deben de cam­biar de lugar, para que el espíritu del difunto no vuelva más a la casa.
Sus ropas se deben que quemar en lugares adecua­dos, sobre todo lo que más le gustaba. Para que no tenga pena de sus cosas.
Las creencias sobre las almas indican que son los portadores de las lluvias, que requieren los campos. Por eso hay que tratarles bien y recordarse de ellas.
En el mes de noviembre el mes de todos los Santos que es un punto de vista reli­gioso porque “nadie en vida es Santo”, pero una vez muerto, su espíritu se eleva a la máxima expre­sión.
En el mundo andino es el viaje (al mundo de los espíritus) en donde algunos quedan “atrapados” en este mundo por energías negati­vas y sufren, los llamados “CONDENADOS”, y para que no suceda esto, se le debe de ayudar con rituales. Para que el espíritu envíe apoyo a los vivos, se le invita a la celebración ofre­ciéndole comida y otros pro­ductos que necesita en la otra dimensión.
Se entiende tradicional­mente que la muerte es la continuación de la vida y cerca de dos años el alma permanece acompañando a los vivos.
A partir de los tres años asciende a la montaña donde se integra en el mundo de los “ACHACHILAS”. Por eso durante tres años se reali­zan los “Apxata” ritual rea­lizado durante tres años.
Existen comparsas de reza­dores lo que visitan de lugar en lugar, los rezos se realizan en latín, o caste­llano y rezando o cantando casa por casa. De los muer­tos de menos de tres años, también lo realizan en tumba por tumba. A cambio se les entrega galletas, dul­ces o maná (maíz).
Cada noviembre se debe de brindar alimentos a los difuntos empezando el pri­mer año. En algunos casos también se danza o se les espera con música.

El espíritu llega el primero de noviembre, se comuni­can (pero no todos logran entender por qué lo realizan por señas), comen beben y luego se van.
Se tiene tanta wawas (niños de masa de pan), caba­llos o llamas para el trasporte de los bienes. Esca­lera para subir al cielo, reta­mas para auyentar a los malos espíritus.
El mes de noviembre tiene mucho que ver con las fies­tas carnavalescas de febre­ro, porque también está aso­ciadas a la fertilidad huma­na, el mes de febrero es el mes de la interrelación de solteros y solteras y la per­misividad sexual. Teniendo como fruto de ello en el mes de noviembre “el tiempo de las wawas”.
Siendo las wawas las más próximas a la muerte y son los intermediarios entre la vida y la muerte, por eso el mes de noviembre, empieza con los muertos y después continua con los más próximos los naci­mientos o las wawas.
Por eso existe la tradi­ción del “bautizo de wawa” en Puno, pero lamentablemente su práctica es cada vez menor.
Finalmente todos nace­mos vivimos y morimos, para todas las creencias la vida es un milagro, un trán­sito y la muerte es tan sobre natural, una continuidad. Al nacer nos esperan con los brazos abiertos con amor y porque no esperar que cuando al morir suceda lo mismo.

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