AUTORITARISMO MACARTISTA
Ángel Gabriel Apaza
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el Perú actual asistimos a un fenómeno alarmante: la expansión impune de
discursos y gestos abiertamente autoritarios, que desprecian la pluralidad
política, atacan derechos básicos y reducen la democracia a un barniz
procedimental. Lo que antes era impensable hoy se expresa sin vergüenza en
medios, en el Congreso y en gobiernos locales.
Cuando
gente como Fernando Rospigliosi afirman que “los comunistas no tienen derecho a
nada”, no están polemizando: están sugiriendo que la ciudadanía puede ser
revocada según la ideología del portador, un principio calcado de los manuales
del fascismo europeo del siglo XX. Cuando sectores políticos difunden pintas
falsas, convenientemente atribuidas a supuestos grupos terroristas para
inflamar el miedo, se está fabricando consenso mediante la manipulación, la
posverdad y el uso instrumental del trauma colectivo. Ese tipo de operaciones
no protegen al país; lo anestesian frente al autoritarismo.
O como Jorge Montoya, con su insistente desprecio por la representación popular, o Rafael López Aliaga, cuya retórica de odio normaliza la violencia simbólica, contribuyen a que el extremismo se vuelva cotidiano. A ello se suman Alejandro Cavero y otros representantes de la derecha más recalcitrante, cuyas intervenciones trivializan las violaciones de derechos humanos, justifican la represión y exaltan una noción excluyente de “orden”.
Ese conjunto de voces no es pluralismo: es presión constante para estrechar el espacio democrático.
Frente
a todo esto es necesario afirmar, sin titubeos:
Nadie puede ser excluido de la ciudadanía por su orientación política,
mientras actúe dentro de la legalidad -aún hecha por ellos- democrática.
Quienes proponen esa exclusión no defienden al Perú: reniegan de la
Constitución que dicen respetar.
El
miedo no puede ser política de Estado ni herramienta legislativa. Las campañas
con pintas falsas, las etiquetas de “terrorista” lanzadas sin evidencia y el
uso de la desinformación para disciplinar a la población son estrategias
propias del autoritarismo.
El
problema no es el desacuerdo ideológico, sino la intolerancia organizada. La
derecha peruana no es homogénea, pero ciertos sectores dentro de ella han hecho
del odio un método y de la estigmatización un recurso constante.
La democracia no se defiende callando ni siendo neutrales ante el abuso. Se defiende denunciando cada discurso que deshumaniza, cada acto que manipula, cada iniciativa que busca reducir la esfera pública a un solo color político.
El
autoritarismo se expande cuando la ciudadanía se resigna. Por eso nos dirigimos
a quienes aún creen que la dignidad humana, la libertad de pensamiento y el
pluralismo son principios irrenunciables.
Nuestro
compromiso combativo, pero democrático.
Rechazamos
la idea de que la democracia peruana debe adaptarse a los caprichos de grupos
que despreciarían el voto popular si no los favoreciera. Rechazamos la
naturalización del insulto, la desinformación, el señalamiento ideológico como
método de gobierno y la violencia estatal como respuesta predeterminada ante la
protesta.
Convocamos
a la ciudadanía—estudiantes, trabajadores, colectivos, comunidades rurales y
urbanas, periodistas responsables, académicos y organizaciones civiles—a una
resistencia democrática clara, vigilante y sin miedo.
No
para reemplazar ideas por otras, sino para impedir que el autoritarismo se disfrace
de patriotismo y que la intolerancia dicte quién merece vivir en democracia y
quién no.
El Perú no tiene por qué normalizar la crueldad, ni el desprecio, ni el odio. <!>
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Carlin, dibujante del diario LA REPUBLICA es el autor de las caricaturas. Los personajes que ellas representan son harto conocidos



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