viernes, 28 de noviembre de 2025

HILDEBRANDT OPINA SOBRE PALPITANTE ACTUALIDAD

 VIZCARRA Y CASTILLO

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº760, 28NOV25

S

i Martín Vizcarra pidió coimas, como dicen los empresarios corruptos que se las pagaron, está muy bien que sea condenado. Que pase en Barbadillo la temporada en el infierno que le corresponde. Que pague con la deshonra su codicia.

Lo increíble es que el sistema judicial permita a los cons­tructores que pagaron plata sucia para obtener licitaciones estar en sus casas escuchando la sentencia de quien fue su socio criminal.

Lo que da grima es ver a Rafael Vela Barba felicitando a Germán Juárez Atoche después de la sentencia. Ambos consintieron en no aplicarles la ley a quienes también pe­caron. Eligieron el método que permite privilegios excep­cionales siempre y cuando se embarre al blanco principal.

Vizcarra está en cana. La derecha lo quería allí no porque haya sido un corrupto -no hay derecha con sentido ético en el Perú- sino porque cerró el Congreso donde el fujimorismo era mayoría aplastante y hacía de vientre cada vez que algún lobby le exigía una ley (o parar un proyecto). El cargamontón que asesinó simbólicamente a Vizcarra no nadó de un prurito constitucionalista sino de un afán de escarmiento y venganza.

Mechain en PERU21
Vizcarra no le hace ascos al cinismo ni a la tergiversación de la verdad. Cerró el Congreso putrefacto no porque quisiera limpiar el país sino porque aspi­raba a tener todo el poder que le fuera posible acumular. Vizcarra fue un fujimorista sin insignia. Y ha terminado como Fujimori.

Que la derecha pestífera festeje su encarcelamiento sí que es una paradoja. La derecha política y empresarial de este país vive del saqueo prebendario, de las amista­des decisivas, de las licitaciones amañadas, de las coimas municipales para construir moles indebidas. La derecha peruana nadó en gran parte del dinero del guano repartido en los lodos de la consolidación de Echenique y no ha abandonado ese origen. La derecha de mi país celebra la cárcel de Vizcarra pero pagaría lo que fuese necesario para impedir que la corrupta Keiko Fujimori termine, como tendría que ser, tras los barrotes. La heredera de la mafia fujimorista representa, a pesar de sus derrotas, la firmeza sin escrúpulos de los que sienten que el Perú les pertenece, que la cholería es una impertinencia del paisaje y que cualquier engaño es lícito con tal de que todo siga igual. Para esa derecha, la felicidad nace de la quietud y la morgue es el destino de los exaltados.

Esa derecha está feliz también con la condena de Pedro Castillo, el pobre diablo al que acorralaron fácilmente. Cas­tillo ha sido condenado por conspiración para rebelarse y creo, sin ser abogado, que esa sentencia es jus­ta. ¿Pero no conspiraron para rebelarse en contra del orden constitucional quienes durante meses intentaron demostrar que las elecciones habían sido un fraude y que era un deber desconocerlas? ¿No conspiraron contra el orden constitucional los que pagaron a fa­mosos abogados gran­des sumas para tejer la teoría de que Castillo era un presidente ilegítimo porque había nacido del cambio de actas, de la tachadura de cifras, del robo de la voluntad popular?

No, claro que no. Para esa gente, para ellos y sus compinches políticos sólo cabe la benevolen­cia, el olvido, la indul­gencia. La inocencia los antecede. Su absolución es de antemano. Ellos no conspiraron. Ellos eran guardianes de la democracia, tal como la entiende la derecha in­mortal de mi país: el vie­jo orden, las várices del privilegio hereditario, el prestigio del moho.

Vizcarra y Castillo es­tán en la cárcel. No seré yo quien lo lamente. Lo que me da asco es ver a la derecha en pleno -los Baella, las Valenzuela y las tribus de Willax, para citar algunos ejemplos- brindar con champán esa carcelería al mismo tiempo que defienden la causa de Keiko Fujimori, las leyes pro crimen, el Congreso del hampa, la dictadura de un mercado plagado de oligopolios tramposos y monopo­lios con ganzúas al cinto. Quien sólo ama el dine­ro y tiene pata de palo y loro al hombro no tiene derecho de brindar por la aplicación de la justi­cia. Sobre todo cuando hace campaña por una justicia tuerta que hoy está en manos de una Junta de malandrines, un Tribunal Constitu­cional escorado y un Ministerio Público bajo acoso. <=>

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COMENTOS

Brangil Mateo Blas

 CRÓNICA DE UNA CONDENA ANUNCIADA.- La sentencia contra Pedro Castillo no parece un fallo judicial: parece el guion viejo y mal actuado de los mismos grupos que llevan años creyéndose dueños del Perú. Esta “justicia express” fue tan predecible que uno casi puede imaginarse a ciertos innombrables congresistas practicando su sonrisa frente al espejo antes del veredicto ya conocido.

¿“Rebelión”? ¿En serio? Ni armas, ni tropa, ni plan… ¡ni siquiera un megáfono decente! Pero igual lo condenaron. Porque en el Perú no necesitas cometer un delito: basta con incomodar a los mismos de siempre para que te inventen uno. Es casi un talento nacional. Total al final fue Conspiración según estos lacayos del abuso y los vejámenes.
Lo que sí fue real es la coreografía de los poderosos: congresistas desesperados por justificar su golpe parlamentario, opinólogos babeando en los sets de televisión, jueces corriendo como si fueran repartidores de justicia por delivery. Todo rápido, todo furioso… pero solo contra Castillo, claro. Con los suyos, todo es “investigación preliminar eterna” o sino preguntémosle a los familiares de los 15 fallecidos en un famoso centro comercial en trujillo Esta sentencia no es justicia: es una advertencia disfrazada. Un “así les va a pasar si se atreven a ganar sin permiso”. Y la aplauden como si hubieran derrotado a un peligro mundial, cuando lo único que lograron es exhibir, sin pudor, que el sistema funciona perfecto… siempre que sirva para aplastar al que no pertenece al club, o desaparecer al que pecha al poder a nombre del pueblo.
Mientras tanto, los verdaderos intocables siguen paseando por los pasillos del poder como si nada. Blindaje por aquí, archivamiento por allá… y cuando toca aplicar la ley, ¡zas!, la justicia se vuelve un láser de precisión contra el enemigo equivocado, contra el desvalido; y su maquinaria de la prensa deplorable se encarga de convencer al de a pie preso de su miseria y su ignorancia.
La sentencia contra Castillo no fortalece la democracia: la desnuda. Y muestra lo que muchos ya sabían: que en el Perú la justicia tiene ojos, sí, pero solo para mirar quién eres antes de decidir de qué te acusa.

Esto deja precedente, uno que inicia el camino de en nombre de quienes vienen detrás de nosotros, esto es el inicio de la siguiente etapa.

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