viernes, 26 de septiembre de 2025

POSTURAS DE CARA A PROXIMAS ELECCIONES

SÉ POR QUIÉN

NO VOY A VOTAR

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 751, 26SEP25

N

o tengo la menor idea respecto de por quién votaré en las próximas elecciones. Es más: no sé si iré a votar. El escepticismo me dice que no vaya, el pesimismo me condena a la abstención, el realismo me aleja de ese simulacro de urna y tele.

Pero si venciera toda esa pesadumbre y llegara a votar, lo que sí sé es por quiénes no votaría.

No votaría por los canallas que dicen tener resuelto todo, agendado el Perú, claras las cosas, visionaria la mirada, de piedra el pulso. Esos son los peores. Son los del ego obeso y la criollada en la punta de la lengua. Esos juran por su madre que lo que menos tienen es la ambición de coronarse y que lo único a lo que aspiran es a servir al país.

Tampoco votaría por los imbéciles que no saben conciliar género y número y que creen que el castellano en ruinas es otra maravilla del mundo. Me cansé de ser be­névolo con la miseria intelectual y la falta de educación. Me he salido del club pa­ternalista que considera que hablar mal es se­ñal de irrepro­chable etnicidad. (No aludo a los quechua- hablantes que, por culpa de la miserable escuela pública, no tuvie­ron la oportunidad de aprender correctamente el idioma de la invasión peninsular)

No votaré por aquellos que reinciden porque están conven­cidos de que el destino manifiesto les espera esta vez con un anforazo celestial. En esa categoría hay un puerco que vuela en tren fantasma y una señora que recibía dinero de Monte­sinos cuando su padre hacía llorar hasta a las vírgenes. Ambos buscan vengarse del rabo retorcido y macondiano que los hace inconfundibles. Porky se castiga hasta sangrar para no pecar y la señora se autolesiona homenajeando a su padre.

Tampoco votaré por los que prometen el oro y el moro en materia de seguridad pública, como si restablecer cierta paz en las calles no fuera un proceso complejo y difícil si consideramos el grado de pudrición al que ha llega­do la policía y los focos de infección que roen la fiscalía y el poder judicial. Esos que dicen que tienen la solución inmediata para acabar con el dominio del crimen son charlatanes peligrosos. Cambiar la cara de Ciudad Gótica pasa por una reforma del sistema judicial, por un cambio drástico en Migraciones, por un esfuerzo concertado de municipios y agentes del orden, por algunas modificaciones del código penal. Y por un largo proceso de reconstrucción de la inteligencia policial (luego de fumigar el Ministerio del Interior y la mismísima PNP).

No votaría jamás por los que han borrado las malas pulgas de sus hojas de vida, por los que se han inventado esas maestrías que apasionan a los bobos formalistas, por los que tienen tesis forjadas en la copiandanga y títulos tenues de universidades de cartón. No votaría por quienes no han tenido éxito honesto en sus oficios o profesiones. No votaría, en suma, por quienes ven en la política el modo que les queda de ascender socialmente. Esos son los que van a robar todo lo que puedan.

Seré frívolo: no votaría por los que tienen notorias cadenas de oro de las que cuelgan cruces que podrían ser gamadas.

Tampoco votaría por alguien que tenga parentesco o proxi­midad con César Acuña: sé que la estupidez se contagia. Y jamás lo haría por alguien que no pueda decir que el experimen­to socialista de Cuba es un fracaso colosal. Del mismo modo que no le daría un voto sino puro desprecio a quien alabara a Donald Trump y a su entenado pervertido: Javier Milei.

No votaré por el que no pueda conde­nar el genocidio de Gaza perpetrado por el gobierno criminal de Netanyahu ni por el que diga que Dina Boluarte me­rece comprensión y respeto. Y mucho menos votaré por quienes tengan al­gún parecido mo­ral con Femando Rospigliosi, el en­terrador.

En resumen, creo que no votaré. <:> 

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