RECORDANDO A GARY WEBB
César
Hildebrandt
En : HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 748, 5SEP25
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uando Nicaragua era “un peligro” y había que
negociar con Irán a ver si así Hezbolá liberaba a algunos rehenes en el Líbano,
Ronald Reagan autorizó dos operativos de lo más importantes: que Estados Unidos
le vendiera clandestinamente armas a los iraníes -que estaban oficialmente
impedidos de recibir armamento después del derrocamiento del Sha- y que la CIA
se metiera en una masiva venta de drogas dentro de los Estados Unidos. Con
ambos fondos, el surgido de las armas y la cocaína, la “contra” nicaragüense sería
financiada y tendría en jaque al gobierno entonces izquierdista del Frente
Sandinista de liberación Nacional.
Irán liberó, en efecto, algunos rehenes. Y la “contra”
obtuvo hasta decenas de millones de dólares en fondos para compra de armamento,
instrucción de su guerrilla, operaciones de sabotaje y golpes contra la
infraestructura eléctrica y agrícola de Nicaragua.
Todo un negocio redondo. Toda una exitosa
podredumbre. Todo yanqui hasta la médula. Todo imperialismo sin escrúpulos.
Como ustedes recordarán, aquello se llamó el
escándalo Irán-Contras. Y como muchos de ustedes habrán de saber, hubo una
comisión del Congreso estadounidense por la que desfilaron un par de consejeros
de seguridad del presidente (John Poindexter y Robert McFarlane), el malamente
célebre teniente coronel Oliver North, director del Consejo Nacional de
Seguridad, y hasta el mismísimo presidente de los libres mercados y los
ningunos sindicados: Ronald Reagan. El jefe de la CIA, William Casey, se salvó
de los interrogatorios porque murió antes de que las sesiones empezaran (1987).
Las conclusiones de aquella investigación oficial fueron duras: el trasiego de
armas a Irán y el espantoso asunto de las drogas no se habrían dado si Reagan
hubiese vigilado más de cerca a sus subordinados. Salvaron a Reagan, como era
de esperar, pero no pudieron evitar salpicarlo.
La sanción, en todo
caso, no duró mucho. En 1992 George H. W. Bush indultó a quienes habían sido
condenados: Eliott Abrams, Duane R. Clarridge, Alan Fiers, Clair George, Robert
McFarlane y Caspar Weinberger. La operación lavado de reputaciones se había
completado otra vez.
Cuatro años después, en 1996, el reconocido periodista Gary Webb publicó, con la colaboración de sus colegas Georg Hodel y Leonore Delgado, una serie de artículos en el diario “San José Mercury News”. En ellos, tras un año de investigación, se demostraba que la participación de la CIA en el tráfico de drogas dentro de los Estados Unidos había sido mucho más grave de lo que se había supuesto originalmente.
Hubo una gran presión
sobre el periódico que publicó esos artículos, que fueron la materia prima del
libro “Dark Aliance”. Fue de tal magnitud ese chantaje desatado desde “las más
altas esferas”, que el editor del diario, Jerome Ceppos, llegó a admitir que lo
escrito por Webb “tenía deficiencias de redacción, edición y producción”,
aunque ‘la historia tenía razón en muchos puntos importantes”.
Webb fue una víctima más
de una campaña de descrédito, pero jamás se retractó de lo que había escrito.
En el año 2004, su cuerpo fue hallado en casa con dos balas en la cabeza. La
policía, sí señor, declaró que se trataba de un suicidio.
Con el tiempo, Webb ha
sido reivindicado. En medios como “The Washington Post” y “Esquire” se han
escrito notas valorando su trabajo y su coraje.
Y ahora, además, se sabe, por documentos que
fueron revelándose a lo largo de estos últimos años, que el prontuario de la
CIA en materia de tráfico de drogas es largo y nutrido.
La CIA recompensó a Hedayat Eslaminia, uno de sus
agentes en el Irán del Sha, permitiéndole que traficara heroína en San
Francisco. Un señor de las drogas hondureño -Juan Matta Ballesteros- fue simultáneamente
agente de la CIA y patrón de la compañía aérea “Setco”, activa en la entrega de
suministros a la contra que se entrenaba en Honduras. ¿Y no se hizo acaso una
película biográfica sobre Adler Berriman Seal, alias Barry Seal, agente de la
CIA e introductor en los Estados Unidos de cocaína procedente del cartel de
Medellín? ¿Y podemos ignorar que Gulbudin Hekmatiar, uno de los muhaidines que
luchaban contra la invasión soviética de Afganistán, tuvo el pleno apoyo de la
CIA a pesar de ser uno de los jefes del tráfico internacional de heroína?
¿Y no fue Manuel Antonio Noriega, narco público y
notorio, aliado de los Estados Unidos y dador de ayuda militar a la contra
nicaragüense? Su carácter de socio de la Casa Blanca se terminó cuando un avión
cargado de coca fue derribado por el sandinismo gobernante y en la nave,
tripulada por Eugene Hasenfus, se halló documentación que probaba la sucia
conexión de Noriega con la CIA y el tamaño de algunas de las operaciones
encubiertas que la agencia realizaba en la región. Por eso cayó “cara de piña”,
después de una invasión brutal que se presentó como una “guerra contra las
drogas”.
Ahora, cuando Trump ha convertido a los Estados
Unidos en una tragicomedia peligrosa -la Ópera de dos centavos sobre un barril
de pólvora- llegan los navíos de la redención a amenazar a Maduro, que es, en
todo caso, el Noriega del 2025. Llegan los navíos del imperio liderado por un
patán y se hunde una supuesta narcolancha con once tripulantes y sale Trump a
jactarse de la épica jomada y a decir que el tráfico de drogas caribeño tiene
las horas contadas. Y yo me caigo de la risa. <*>

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