LA SUSPENSIÓN DE LA FISCAL DELIA ESPINOZA:
CONSOLIDACIÓN DE UN RÉGIMEN
NARCO-CRIMINAL EN EL PERÚ.
Por:
Ángel Gabriel Apaza
Introducción
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L |
a
decisión de la Junta Nacional de Justicia (JNJ) de suspender por seis meses a
la fiscal suprema Delia Espinoza representa un punto de inflexión en la crisis
institucional del Perú. Espinoza, conocida por liderar un amplio número de
investigaciones contra actores clave del poder político, judicial y
administrativo, se convirtió en un blanco incómodo para sectores que hoy
integran una coalición informal con rasgos de captura mafiosa del Estado. Esta
acción no solo evidencia un patrón de represalia institucional, sino que pone
en relieve un proceso más amplio: la consolidación de una república
narco-criminal, carente de contrapesos reales y legitimidad social.
1. Contexto:
Entre la
persecución judicial y la captura del Estado
Entre
2022 y 2025, el sistema político peruano ha sido escenario de una acelerada
reconfiguración autoritaria, impulsada por el debilitamiento de las
instituciones democráticas y la creciente influencia de economías ilegales
sobre la política nacional. La destitución de Pedro Castillo y la llegada al
poder de Dina Boluarte en diciembre de 2022 dieron inicio a un proceso de
rearticulación del poder, en el cual el Congreso asumió un rol protagónico
mediante el control de organismos clave como la Defensoría del Pueblo, el
Tribunal Constitucional y la propia JNJ¹.
La
fiscal Delia Espinoza, en ese contexto, lideró investigaciones contra una
diversidad de actores —desde la presidenta Boluarte y su entorno familiar
(incluido su hermano Nicanor), hasta miembros del Congreso, la JNJ y otros
altos funcionarios públicos— lo cual generó una fuerte tensión entre el
Ministerio Público y el resto del aparato estatal. Su suspensión por parte de
la JNJ se percibe como un ajuste de cuentas motivado por la incomodidad que sus
indagaciones generaban en el poder político y judicial².
2. Del fujimorato a
la dictadura parlamentaria
A
diferencia del modelo autoritario de los años noventa —centralizado en la
figura de Alberto Fujimori—, el poder actual se expresa bajo una lógica
colegiada, donde el Congreso opera como órgano rector de una coalición
multipartidaria con características mafiosas. Partidos como Fuerza Popular,
Renovación Popular, Avanza País y Alianza para el Progreso articulan intereses
que trascienden lo ideológico, guiados más bien por la impunidad, el control
institucional y la defensa de intereses particulares³.
Este modelo ha sido caracterizado por el sociólogo Sinesio López como una "dictadura parlamentaria sin legitimidad social"⁴. El término hace alusión a un tipo de régimen donde el poder legislativo, lejos de cumplir su rol de fiscalización y representación, actúa como estructura de dominación autoritaria, blindando a sus aliados, persiguiendo a disidentes y debilitando toda forma de independencia institucional.
3. Narcoeconomía y
sistema político
El
debilitamiento institucional no puede entenderse sin considerar el crecimiento
exponencial de las economías ilegales en el Perú. A partir del año 2000 —y con
especial fuerza entre 2002 y 2025— se consolidaron circuitos de criminalidad
organizada vinculados al narcotráfico, la minería ilegal, la tala
indiscriminada, el tráfico de personas y el lavado de activos. Estas redes no
solo operan en los márgenes del Estado, sino que han logrado penetrar sus
estructuras mediante la cooptación de funcionarios y la financiación de
campañas políticas⁵.
Delia
Espinoza fue una de las pocas figuras institucionales que se enfrentó
abiertamente a esta lógica, abriendo procesos contra altos funcionarios y
denunciando el vínculo entre el poder político y las redes criminales. Su
suspensión simboliza el triunfo, al menos temporal, de estas estructuras sobre
los mecanismos republicanos de control y justicia.
4. La
institucionalización de la impunidad
La
actual coyuntura ha sido descrita por diversos analistas como la instauración
definitiva de una república narco-criminal. Esta se caracteriza por tres
elementos: i) el control institucional por parte de una coalición
político-criminal, ii) la persecución sistemática de actores judiciales
independientes, y iii) la expansión territorial y económica de circuitos
delictivos bajo la tolerancia o protección estatal⁶.
Con
la suspensión de Espinoza, el Ministerio Público queda descabezado, y con ello
se debilita uno de los últimos espacios de resistencia institucional. La
legalidad se convierte en un instrumento de persecución, mientras el principio
republicano de división de poderes se desvanece ante el avance de intereses
subterráneos.
Conclusiones
El
Perú enfrenta un momento crítico de su historia republicana. La suspensión de
la fiscal Espinoza no es un hecho aislado, sino parte de una estrategia más amplia
de consolidación de un régimen autoritario, criminalizado y sin legitimidad
social. Como en los años noventa, pero con una nueva configuración, el país se
enfrenta a una dictadura sin rostro único, pero con múltiples brazos extendidos
sobre las instituciones del Estado. La diferencia es que ahora, el enemigo ya
no es solo político: es estructural, económico y transnacional.
Notas:
1. Véase
Dammert (2023), quien analiza la captura institucional como fenómeno regional,
con especial atención a Perú y Centroamérica.
2.
IDL-Reporteros (2025) documenta que la mayoría de los miembros de la JNJ se
encontraban siendo investigados por Espinoza, lo que plantea un claro conflicto
de interés.
3. Esta
coalición ha sido denunciada en múltiples ocasiones por organizaciones civiles
como Proética y el Instituto de Defensa Legal.
4. López
(2024) sostiene que el Congreso ha dejado de representar a la ciudadanía para
convertirse en garante de impunidad.
5.
Estudios del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y el Instituto de Estudios de
las Drogas y Seguridad Humana (DEVIDA) coinciden en señalar la relación entre
economías ilegales y poder político.
6. Se
puede consultar el informe de Insight Crime (2024) sobre la criminalidad
organizada en el Perú para una caracterización más detallada.

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