Christian Reynoso
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a
reciente muerte de Jorge Flórez Áybar, ocurrida en Puno, pone de luto la
literatura peruana. Flórez Áybar transita ahora más allá de las nubes y deja
como legado una escritura honesta mediante los diversos libros de poemas,
cuentos, novelas y crítica que publicó desde fines de la década del sesenta.
Deja también como ejemplo una postura iconoclasta ante las convenciones y
normas que, en algunas ocasiones, lo llevó al ostracismo. “Un problema que
tengo, es decir siempre la verdad y esto me ha traído inconvenientes. A veces,
creo que es mejor callar, o mejor, encerrarse en los cuarteles de invierno,
como lo hago estos últimos años”, me confesó.
Jorge
Flórez Áybar nació en Puno en 1942. Hizo sus estudios universitarios en Cusco,
ciudad en la que empezó su vocación literaria a la vez que ejerció el
periodismo. A su regreso a Puno, en los ochenta, se dedicó a la docencia en
colegios, institutos y en la Universidad Nacional del Altiplano, de la que cesó
por voluntad propia en 2010. Ocupó algunos cargos públicos como regidor de la
Municipalidad de Puno (2011-2014), y dirigió revistas literarias como
“Apumarka”, la de más larga data. En los años ochenta junto con Feliciano
Padilla (1944 -2022) y otros escritores, entre ellos Luis Gallegos (1919-2020),
consolidaron el llamado Grupo Titikaka que renovó y dio un nuevo impulso a la
narrativa puneña con una perspectiva de modernidad y una marcada distancia del
costumbrismo.
Alexander
Petrova es uno de los personajes más recordados de Flórez Áybar que aparece en
sus cuentos y en su primera novela. Una suerte de alter ego, pero en suma un
personaje escindido entre la violencia y la situación política del país en los
años ochenta y noventa, que abraza la búsqueda de un entendimiento social y
cultural. Así, la obra de Flórez Áybar es una permanente reflexión sobre
diversos tópicos como el problema de la identidad, la obsesión por la muerte,
la mirada al mundo andino desde una visión política y contemporánea. Pero hace
falta todavía un estudio integral de su obra y pensamiento. “Escribir en los
Andes no es un oficio sino una misión”, me dijo, “que nos servirá para
encontrar nuestra identidad individual y colectiva”.
Sean
estas palabras un homenaje a Jorge Flórez Áybar, a su amistad y al aprecio que
compartimos. Mi sentido pésame a su familia desde esta columna. <:>

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