MENSAJE A LA SEÑORA QUE VA A PALACIO
César Hildebrandt
En
HILDEBRANDT E4N SUS TRECE Nº 745, 22AGO25
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D |
ice la mujer que va a
Palacio que la sentencia del Tribunal Constitucional que la rescata de las
investigaciones del Ministerio Público protege “la figura presidencial” y es
“un legado para la democracia”.
¿Cuál figura
presidencial? ¿La suya?
Que un TC nombrado por
el fujimorismo la trate de limpiar abogadilmente, señora, es un éxito pasajero.
Cuando usted abandone el Palacio que no honra, tendrá que enfrentar las
investigaciones que merece.
Señora: no importa qué
le puedan decir los minusválidos mentales que la rodean (empezando por Tintán
Arana, su primer ministro).
Lo que importa es lo que
usted es, lo que usted ha hecho y hace, lo que usted pacta o rechaza. Y
digámoslo claro, señora: políticamente, usted es un asco.
Es cierto que usted no
es peor que el Congreso al que rinde cuentas. Es cierto que no es peor que Luz
Pacheco, la beata admiradora de aquel Escrivá que admiraba a Pinochet. Es
cierto que no es peor que Josué Gutiérrez, alias Defensor del Pueblo. Es cierto
que no es peor que la fiscal suprema Patricia Benavides, alias Vane. Es cierto
que no es peor que Keiko Fujimori.
¡Vaya consuelo! No es
usted peor que lo peor de este país que empeora con los años. Que usted no sea
peor que Pepe Luna, no debería tranquilizarla. Quizá no sea peor que Pepe Luna
porque le falta talento.
Así como Pedro Castillo
tuvo la oportunidad de hacer un gobierno popular y diurno y en vez de eso
eligió las sombras de Sarratea, el sencillo de las licitaciones, las grandes
vainas de los presupuestos de Vivienda y Transportes, del mismo modo tuvo usted
en sus manos lo que el destino le ofrecía de modo clamoroso: jalar la cadena,
limpiar el gobierno heredado y regir el país serena y prudentemente manteniendo
el espíritu del mandato original. Es decir, pudo usted hacerle un inmenso favor
a la izquierda, a la que decía pertenecer apasionadamente, y al pueblo, que
había votado por el cambio, por el que usted se jugó en la campaña.
Pero entre el destino y
el baño de visitas, eligió usted el baño de visitas. Y convirtió usted a
quienes habían perdido las elecciones en los gobernantes de facto. Pactó
usted con quienes, desde la impotencia, habían estigmatizado las elecciones
denunciándolas como fraudulentas.
Vendió usted su alma al
demonio ilusorio del poder y llegó a ser lo que es ahora: nadie. Porque usted,
señora, no preside el país. Los militares y los policías le tocan marchas
porque usted les permite todo, hasta matar. Pero usted no es presidenta del
Perú. Quien preside el país es una antología lodosa salida de los bajos fondos
del Congreso. Esos son los que deciden la agenda, protegen a gente como usted,
dictan leyes para que los allanamientos sean avisados, para que las casas compradas
con plata del narcotráfico vuelvan a sus propietarios y para que las
organizaciones criminales sean cada vez más difíciles de definir. Son ellos
los que deciden quiénes deben ser tratados de modo especial por la SUNAT, qué
prioridades comarcales deben tener las obras públicas, de qué tamaño debe ser
la deuda pública que compromete al próximo gobierno.
Eligió usted ser la
sombra de quienes no debían gobernar porque habían perdido las elecciones. Y
entre esos, se arrimó usted a los peores. Es decir, a los que tenían, por
herencia, metas mañosas y cuentas podridas que saldar. Keiko Fujimori es su patraña,
señora Boluarte. Si alguna vez soñó con pasar a la historia como una Indira
Gandhi apurimeña, lo que ha hecho hasta ahora la aproxima más a una versión
grotesca de María la del Barrio. Con la diferencia insalvable de que el final
no será feliz. <:>
Los cuatro caballos del Fujiaprocerronlipsis


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