martes, 19 de agosto de 2025

ORIGENES Y TRAYECTORIA DE LA AGRUPACIÒN PUNO DE ARTE FOLKLORICO Y TEATRO (APAFIT)

 EL NACIMIENTO DE UNA PASIÓN

Jorge Velásquez Uría

E

n el libro bajo ese epígrafe dedicado a mostrar los orígenes y trayectoria de la Agrupación Puno de Arte y teatro APAFIT, Hernán Cornejo Rosselló Dianderas despliega la historia completa y compleja de los años 60 y 90 del siglo XX, un libro que permite una lectura instructiva y fluida. Instructiva por el propio contenido que, en el proceso de su narrativa, nutre de acontecimientos sociales y culturales, los cuales, a pesar de los conflictos de la época, envolvieron a los puneños dentro de una vorágine cultural en la que el despliegue de emociones y el compromiso social, se contrapuso ante una sociedad prensada en formalismos, la vasta y diversa expresión rural con fundamento y gran estética, y fluida, por la forma cómo Hernán nos narra, a manera de novela, aquella pasión que se inició en la casa de la calle Grau 310, pasó por escenarios diversos y se desplegó por las calles puneñas.

Esta historia, su historia, nuestra historia, contada en primera persona, con personas y personajes a cual mejor libro del realismo mágico, nos sitúa en un gran espacio al que denomina “Altiplano-Titikaka”, ese espacio nos dice,

“…es matriz del frío reflexivo que modera ánimos y acera el carácter y la capacidad de resistencia. Todos sin excepción, hombres y mujeres, son hijos de la tormenta y amigos del trueno y del relámpago fugaz y aplacan su sed con agua de manantial y granizo eventual”…

Luego nos pinta otro escenario más cercano, una ciudad de Puno, de la que recuerda muy bien sus límites, calles y entorno geográfico, una ciudad apacible en los años 60, nos dice, convulsa y desordenada, impersonal ahora, tal como se muestran también sus instituciones y luego nos desplaza a otro espacio mucho más íntimo, su casa 310 de la calle Grau:

“Desde esos tres escenarios el Altiplano-Titikaka, Puno ciudad y la casa 310 de la calle Grau, cargados de gran simbolismo, con un retrato fílmico, nos relata con asombroso detalle los acontecimientos ocurridos en los prolegómenos de APAFIT, y su secuencia fidedigna, sin ambages, sin medias lenguas, directa, como él mismo dice: “un uppercut directo al mentón”, de ese adormilado puneño de los 60 y, del mentón de los actuales citadinos que deambulan entre la plaza de armas y el parque Pino, olvidando raíces indígenas y sucumbiendo ante el incesante consumo de culturas exógenas de la que somos cautivos, debo decir también, al mentón y al corazón de quienes nos encontramos lejanos al terruño natal. Y nos lo dice “la emigración es ignominia para quienes tienen como tarea construir desarrollo en el altiplano”.

El simbolismo con que describe el solar de la calle Grau 310, me hace imaginar a ECO, describiendo la biblioteca en el nombre de la Rosa…

La magia de esta historia novelada, radica en la verosimilitud de los hechos, las fechas y espacios donde se desarrollaron. Con arte literario, poesía y lenguaje culto y a veces con sutileza empleando términos del argot local, nos cuenta, sin descuidar la cronología, de ese paisaje humano, de esa fuerza ontológica, que le proporcionó sentido al arte popular, de las vicisitudes que, desde su creador y mentor, don Carlos Renato Cornejo-Roselló Vizcardo, pasaron, casi como leyendas, por la historia de esa parte del Perú.

Recuerda el valor de lo indígena, como bien dice Hernán, llamado peyorativamente campesino, como si vivir en el campo le restara posibilidad creativa y cultura propia a quechuas y aymaras:

“…los indígenas, a pesar de su reserva externa, sí bailaban con arte y lo hacían con picardía, con insinuaciones amorosas, con sano humor y, obviamente, poseían calidades histriónicas que enlazaban paisaje con historia.”

Nos muestra, vuelvo a repetir, con un mensaje fílmico, los elementos de la investigación social y antropológica de las costumbres, ritmos y música de cómo se percibieron para luego reinventarlas en el escenario y, para ello, utiliza un término que es importante resaltar: “la alteridad”, esa condición de ser otro, a la capacidad de cambiar la propia perspectiva por la del otro, promoviendo el dialogo y la valoración de las diferencias marcadas con gran sentido ético.

Casi acuñando una frase “indio, qué tienes tú que no tenga yo”, se afirma el arte popular de Puno en esos vastos escenarios. Por ello, representar con emoción y conocimiento las artes rurales, requería responder a preguntas ¿de el porqué de su vestimenta? ¿Qué representan los danzarines? ¿Cuáles son esos valores intrínsecos a su condición e inmersos en su geografía?

Así, también, reconoce el mestizaje en el vestuario, al hacer un parangón con la arquitectura mestiza, devenida del anterior mestizaje español, donde árabes, judíos, marroquíes, celtas, impregnaron al ibérico poblador de una variada y muy elocuente cultura que cursó el mar hacia nuestros lares.

Con singularidad narrativa, describe, por ejemplo, la confección de la pollera capachiqueña y nos narra que el proceso de plisado se lograba cuando

“…en agua de cactus de pancas gelatinosas similares al aloe, proceso que potenciaba el agua pastosa y gomosa se daba consistencia al material que, ya plisado, llegaba al horno de piedras calientes, afirmando un doblez tan inquebrantable como la consubstanciación del puneño ante su inmutable paisaje altiplánico”.

Ilustrado con imágenes, fotografías e intervención de otros protagonistas, el libro se luce, enseña y sobre todo hace que germine nuevamente esa exultante condición de puneños.

Pero hay una frase entre muchísimas en este comentario:

“Amé, amo y amaré en todas las épocas del crear, corregir, errar y contradecirse, que invariablemente me recorren, y ello viene acompañado de mi amor a Puno… Yo y el pasado somos un perenne amor.”

Permítaseme, concluir con un fragmento mío, nacido también de ese grupo al que pertenezco:

De frío fuerza, niebla algodón,

ande piedra, pinquillo, poncho y mantón

charango chillador, pollera wichi wichi,

montera, chola dulce, trenzas sueltas,

huayno carnaval,

me hice contigo TITIKAKA.

 Es la danza del agua Titikaka que subyuga y conmueve hasta la médula y traspasa los corazones. Es la danza del roquedal andino vuelto paisaje sin igual y, es justo en ese momento, en ese entonces, en ese preciso instante, no se sabe ante qué conjuro ni frente a qué sortilegio, que los cuerpos de las danzarinas y los movimientos de los danzarines escriben en el aire.

Llevábamos el paisaje en nuestro interior, cerros, lluvia y truenos, sueños y presencia era y es la esencia que cubría la ropa confeccionada por los propios tejedores de las comunidades a quienes con orgullo representábamos.

Hernán lo denomina como asignarle apellido coreográfico,

“…se deberá cotejar lo que hicieron en lo que respecta a coreografía y danza, y se constatará que el patrón fundativo en cuanto a estructura de danza, a disposición escénica, a composición textual y organización argumental, a rescate de sentimientos indígenas ocultos, a vitalidad expresiva con construcción de identidad social y personalidad colectiva a través del desempeño sicomotriz de danzarines y danzarinas, surgió de la propuesta de APAFIT.

Capturar y atesorar los sentimientos andinos y altiplánicos, que en la inicial intuición de APAFIT y en su composición posterior, evidenciaron que no eran lloriqueantes ni agonizantes, como se creía despectivamente, sino insinuantes, vitales y alegres, chispeantes y perspicaces, fuertes y vigorosos, llenos de significado existencial. Y eso con creces lo demostró APAFIT, que hizo, básicamente de la danza indígena, un canto a la vitalidad y a la insurgencia creativa y afirmativa de identidad. Y el espectador gozó y se emocionó con las representaciones ofrecidas.

Integraron primeros elencos



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