EL NACIMIENTO DE UNA PASIÓN
Jorge Velásquez Uría
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E |
n el libro bajo ese epígrafe dedicado a
mostrar los orígenes y trayectoria de la Agrupación Puno de Arte y teatro
APAFIT, Hernán Cornejo Rosselló Dianderas despliega la historia completa y
compleja de los años 60 y 90 del siglo XX, un libro que permite una lectura
instructiva y fluida. Instructiva por el propio contenido que, en el proceso de
su narrativa, nutre de acontecimientos sociales y culturales, los cuales, a
pesar de los conflictos de la época, envolvieron a los puneños dentro de una
vorágine cultural en la que el despliegue de emociones y el compromiso social, se
contrapuso ante una sociedad prensada en formalismos, la vasta y diversa
expresión rural con fundamento y gran estética, y fluida, por la forma cómo
Hernán nos narra, a manera de novela, aquella pasión que se inició en la casa
de la calle Grau 310, pasó por escenarios diversos y se desplegó por las calles
puneñas.
Esta historia, su historia, nuestra
historia, contada en primera persona, con personas y personajes a cual mejor
libro del realismo mágico, nos sitúa en un gran espacio al que denomina
“Altiplano-Titikaka”, ese espacio nos dice,
“…es matriz del frío
reflexivo que modera ánimos y acera el carácter y la capacidad de resistencia.
Todos sin excepción, hombres y mujeres, son hijos de la tormenta y amigos del
trueno y del relámpago fugaz y aplacan su sed con agua de manantial y granizo
eventual”…
“Desde esos tres escenarios
el Altiplano-Titikaka, Puno ciudad y la casa 310 de la calle Grau, cargados de
gran simbolismo, con un retrato fílmico, nos relata con asombroso detalle los
acontecimientos ocurridos en los prolegómenos de APAFIT, y su secuencia
fidedigna, sin ambages, sin medias lenguas, directa, como él mismo dice: “un
uppercut directo al mentón”, de ese adormilado puneño de los 60 y, del mentón
de los actuales citadinos que deambulan entre la plaza de armas y el parque
Pino, olvidando raíces indígenas y sucumbiendo ante el incesante consumo de culturas
exógenas de la que somos cautivos, debo decir también, al mentón y al corazón
de quienes nos encontramos lejanos al terruño natal. Y nos lo dice “la
emigración es ignominia para quienes tienen como tarea construir desarrollo en
el altiplano”.
El simbolismo con que describe el solar de
la calle Grau 310, me hace imaginar a ECO, describiendo la biblioteca en el
nombre de la Rosa…
La magia de esta
historia novelada, radica en la verosimilitud de los hechos, las fechas y
espacios donde se desarrollaron. Con arte literario, poesía y lenguaje culto y
a veces con sutileza empleando términos del argot local, nos cuenta, sin
descuidar la cronología, de ese paisaje humano, de esa fuerza ontológica, que
le proporcionó sentido al arte popular, de las vicisitudes que, desde su
creador y mentor, don Carlos Renato Cornejo-Roselló Vizcardo, pasaron, casi
como leyendas, por la historia de esa parte del Perú.
Recuerda el
valor de lo indígena, como bien dice Hernán, llamado peyorativamente campesino,
como si vivir en el campo le restara posibilidad creativa y cultura propia a
quechuas y aymaras:
“…los indígenas, a
pesar de su reserva externa, sí bailaban con arte y lo hacían con picardía, con
insinuaciones amorosas, con sano humor y, obviamente, poseían calidades
histriónicas que enlazaban paisaje con historia.”
Nos muestra,
vuelvo a repetir, con un mensaje fílmico, los elementos de la investigación
social y antropológica de las costumbres, ritmos y música de cómo se
percibieron para luego reinventarlas en el escenario y, para ello, utiliza un
término que es importante resaltar: “la alteridad”, esa condición de ser otro,
a la capacidad de cambiar la propia perspectiva por la del otro, promoviendo el
dialogo y la valoración de las diferencias marcadas con gran sentido ético.
Casi acuñando una frase “indio, qué tienes tú que no tenga yo”, se afirma el arte popular de Puno en esos vastos escenarios. Por ello, representar con emoción y conocimiento las artes rurales, requería responder a preguntas ¿de el porqué de su vestimenta? ¿Qué representan los danzarines? ¿Cuáles son esos valores intrínsecos a su condición e inmersos en su geografía?
Así, también,
reconoce el mestizaje en el vestuario, al hacer un parangón con la arquitectura
mestiza, devenida del anterior mestizaje español, donde árabes, judíos,
marroquíes, celtas, impregnaron al ibérico poblador de una variada y muy
elocuente cultura que cursó el mar hacia nuestros lares.
Con singularidad
narrativa, describe, por ejemplo, la confección de la pollera capachiqueña y
nos narra que el proceso de plisado se lograba cuando
“…en agua de cactus de
pancas gelatinosas similares al aloe, proceso que potenciaba el agua pastosa y
gomosa se daba consistencia al material que, ya plisado, llegaba al horno de
piedras calientes, afirmando un doblez tan inquebrantable como la consubstanciación
del puneño ante su inmutable paisaje altiplánico”.
Ilustrado con imágenes, fotografías e
intervención de otros protagonistas, el libro se luce, enseña y sobre todo hace
que germine nuevamente esa exultante condición de puneños.
Pero hay una frase entre muchísimas en este
comentario:
“Amé, amo y amaré en todas las épocas del crear, corregir, errar y contradecirse, que invariablemente me recorren, y ello viene acompañado de mi amor a Puno… Yo y el pasado somos un perenne amor.”
Permítaseme, concluir con un fragmento mío, nacido también de ese grupo al que pertenezco:
De frío fuerza, niebla algodón,
ande piedra, pinquillo, poncho y mantón
charango chillador, pollera wichi wichi,
montera, chola dulce, trenzas sueltas,
huayno carnaval,
me hice contigo TITIKAKA.
Llevábamos el
paisaje en nuestro interior, cerros, lluvia y truenos, sueños y presencia era y
es la esencia que cubría la ropa confeccionada por los propios tejedores de las
comunidades a quienes con orgullo representábamos.
Hernán lo
denomina como asignarle apellido coreográfico,
“…se deberá cotejar lo
que hicieron en lo que respecta a coreografía y danza, y se constatará que el
patrón fundativo en cuanto a estructura de danza, a disposición escénica, a
composición textual y organización argumental, a rescate de sentimientos
indígenas ocultos, a vitalidad expresiva con construcción de identidad social y
personalidad colectiva a través del desempeño sicomotriz de danzarines y
danzarinas, surgió de la propuesta de APAFIT.
Capturar y atesorar los
sentimientos andinos y altiplánicos, que en la inicial intuición de APAFIT y en
su composición posterior, evidenciaron que no eran lloriqueantes ni agonizantes,
como se creía despectivamente, sino insinuantes, vitales y alegres, chispeantes
y perspicaces, fuertes y vigorosos, llenos de significado existencial. Y eso
con creces lo demostró APAFIT, que hizo, básicamente de la danza indígena, un
canto a la vitalidad y a la insurgencia creativa y afirmativa de identidad. Y
el espectador gozó y se emocionó con las representaciones ofrecidas.
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