viernes, 7 de marzo de 2025

HILDEBRANDT ENFOCA LA ACTUALIDAD POLITICA PERUANA

 SOMOS CAVIARES

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 723, 7MAR25

E

l miedo es una construcción complicada.

Para infundirlo hay que tener cierta autoridad.

No puede infundir miedo un pobre diablo. O, en tiempos de inclusión imperativa, una pobre diabla. Pero, claro, hay excepciones. Donald Trump es, personalmente, un pobre diablo. Pero está montado en un PBI de gigante, un arsenal nuclear de pavores, cien bases militares alrededor del mundo, un servicio de inteligencia con licencia irrestricta y cementerio propio. En su caso, es el cargo el que lo hace temible.

El problema es cuando quieres asustar a la prensa que te incomo­da, arrinconar a la fiscalía, anun­ciar la guerra del fin del mundo a los caviares, pero todo el mundo sabe que tú no mandas, todos saben que eres una servidora del congreso, nadie duda de que confías en torcer la ley para que no te alcance.

La señora que va a Palacio a fingir que nos gobierna estaba convencida de que iba a produ­cir un terremoto. Lo que vino fue una risotada. Era la versión a color de “Ahí está el detalle”, cuando Cantinflas solicita el fusilamiento de su propio abogado.

Daba risa y vergüenza ajena verla con el ceño fruncido y con voz de supuesta indignación dirigirse a la opinión pública con el fin de convencerla de que hay una conspiración en su contra.

Y todo porque se atrevieron a allanar el domicilio del sujeto que ejerce un cargo ministerial porque sabe demasiado y tiene acreencias todavía no pagadas.

Por supuesto que nadie conspira contra la señora.

No es necesario reunirse en rebeldía para socavar la estabi­lidad de un gobierno repulsivo que apenas se sostiene.

Quienes conspiran son, en todo caso, los ministros como el de educación y el de cultura. Ellos, disfrazados de alfombras, aumentan el descrédito y acrecientan el rechazo.

El congreso del hampa ha recreado una derecha mediática que está a la altura de sus propósitos. Esa derecha pretende que se condene socialmente a quienes no compartan sus me­tas: convertir el statu quo en un programa político, normalizar la extrema desigualdad, endiosar hasta el crimen el mercado corrompido por la concentración y las coimas, mineralizar los privilegios de ciertas castas.

Caviarizar es el sinónimo actualizado de terruquear.

Pasó de moda el terruqueo porque las ruinas de Sendero en el Vraem ya no intimidan. Lo que se ha impuesto como ley marcial es caviarizar. Caviarizan los que se siguen sintiendo dueños del país.

Somos caviares, por ejemplo, los que decimos que el Congreso -domi­nado por Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Renovación Popular, los pájaros fruteros de Acción Popular, el zombismo de Somos Perú y los primos de la China Tudela de Avanza País- es una organización criminal dedicada a cambiar las leyes que nos protegen de los delincuentes.

Somos caviares los que no nos sumamos al festín caníbal de hervir en vida a quienes tuvieron el acierto de cerrar el Congreso en el que 73 fujimoristas, teleguiados por la heredera de la mafia paterna, gobernaban el Perú sin haber ganado las elecciones.

Somos caviares los que no les creemos a los abogados del dia­blo convocados por la peor televisión para decimos, en nombre de los forajidos que representan, que la Fiscalía está politizada, que Vela y Pérez son cómplices de Odebrecht y que la detención preliminar o la ley de extinción de dominio ofenden el debido proceso y los derechos constitucionales.

Somos caviares, en suma, los que no somos parte del juego de la derecha bruta y achora­da que hoy aspira a llenar la agenda política y tiende a la censura y la cancelación del adversario.

Esa es la derecha de la po­dredumbre fujimorista, del reinado de Odebrecht entre gobiernos y constructores, del alanismo de Pepe Graña.

Es la derecha de los techos que se caen matando y de la presidenta que mata para no caer. Es la vieja derecha que hoy luce tatuajes y peinado recio.

Esa derecha quiere que la arropemos, que le demos las gracias por los servicios prestados y por el futuro que habrá de construimos en los próximos siglos. Es la dere­cha colgada de la bandera del Perú.

La derecha bruta y acho­rada confía en la indulgencia de la mala memoria y en la prostitución de buena parte de la prensa. Confía en las eleccio­nes del caos, en los mensajes obsesivos de sus bandas troleras y en que la extrema necesidad produce muchas veces las peores decisiones.

La derecha dice que cree en el país. Mentira. La mayor parte de la derecha peruana no tuvo ni tendrá identidad nacional. Para ella, el Perú es mina, garbanzal, exoneraciones y lobismo. <+>




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